La historia sitúa al lector ante la trama final y estremecedora de la Gran Guerra -Primera Guerra Mundial- en la que millones de muertos, silenciosos testigos del final, son utilizados como mercancía sustanciosa en moneda estatal.
Escribo suspendido por el placer de la apasionada lectura que brinda, intrigante y conmovedora, esta novela poseída del tierno título de Nos vemos allá arriba. Es una historia tan verdadera como sorprendente. Fruto de una mezcla exquisita y bien elaborada en el contenido de narrativa popular y a la vez de altos y cuidados vuelos de lenguaje literario: No exagero nada. Un canto al factor humano, una rígida y desnuda crítica al fragor de la guerra, como arma de defensa frente a esa despiadada contienda en la que siempre pierden los de abajo, los humildes y ofendidos. Mientras la avaricia de pillos sin conciencia y mercaderes consiguen sustanciosas ganancias con sus cantos patrioteros y falso sentir nacional.
La historia sitúa al lector ante la trama final y estremecedora de la Gran Guerra -Primera Guerra Mundial- en la que millones de muertos, silenciosos testigos del final, son utilizados como mercancía sustanciosa en moneda estatal.
Se está tratando en Europa la firma del Armisticio entre triunfadores y vencidos. Pero en ese espacio de tiempo, un frío y calculador teniente del ejército francés, d’Aulnay-Pradelle, sanguinario y cínico, para lograr convertirse en héroe distinguido manda a sus soldados atacar al enemigo, sin importarle en un calculado y despiadado desafío que sean muertes innecesarias. Sin embargo, pese a su estratagema tropezará con unos protagonistas destacados de la historia que sobreviven para ser testigos descubridores de la re realidad falsificada. Desolación de la quimera y lo humano.
Dos testigos supervivientes son los soldados Albert Maillard y Édouard Péricourt que se encuentran heridos de gravedad en la refriega. Dramáticas circunstancias que los unirá en un destino común. Aunque con criterios diferentes de planteamientos en el que yace el imposible olvido de la venganza o la destrucción, por ser más precisos. Y que péndula sobre la revestida situación de personaje altamente situado en el mundo fraudulento de oscuros negocios con los muertos y los cementerios para los caídos. En un “siempre quedará París”, se desliza lo que se puede calificar de segunda parte de toda la tragedia y el reflejo de la Comedia humana del siglo XX. Siempre heredera de aquella del siglo XIX que nos dejó Balzac y bajo la sombre de Los miserables de Víctor Hugo.
¡Cuánta actualidad comparativa! Nuestro presente protagonista de un sainete compuesto en parte de cómicos personajes en la variada representación cínica de nuestra sociedad. En la que aumenta el peligro de la pandemia, como si fuera primavera de lluvia benigna. Me refiero a la corrupción, la compra inútil pero costosa de medicamentos pagados. Una familia monárquica que oculta la verdad de unos hechos sospechosos de todo lo posible con el mayor descaro encubridor de la verdad que la sociedad necesita y exige. Parodia de democracia con el trasero al aire exhibiendo unos valores pringados de miseria y descaro y una oscuridad en la que quiere calmar y contentar al pueblo. Señalaba – cito de memoria- el siempre actual Antonio Machado “Si vez o escuchas a un español con cara de circunstancia decir España, España, dándose golpes de pecho, ten cuidado. Está fingiendo”
No somos nada comparado con la inmensidad del Océano. Se tiran al gua sin saber nadar, chapotean que da pena verlos. Razón de más estas comparaciones. Nos vemos allá arriba, de Pierre Lamaître y traducción de J. A. Soriano Marco, es la razón literaria y humana de elogiar y propagar esta inmensa novela cargada de intriga polic´´iaca fuera de lo cotidiano. Aquí no es tráfico de drogas, aunque ocupa una severa crítica y atención a la compra de medicamentos. El lector se encuentra ante un inmenso chantaje nacional en Francia: el comercio de los muertos, sus cementerios incorrectos, con los familiares rezándole, llorándoles y recordando cuando estaba a su lado, en su casa, con su familia. Hasta que un comerciante cínico, como surgido de las Almas muertas de Gógol, montó el escándalo del siglo.