En la Italia de las tres últimas décadas puede leerse y saborear con regustado espíritu crítico Número Cero la novela más reciente y polémica, provocativa y crítica, por lo que en su trama se expone y desarrolla un Umberto Eco con la precisión que su bisturí crítico y analítico caracteriza toda su obra y los variados mundos sociales donde se desenvuelven. Aquí y ahora nos lleva al periodismo actual, planeamiento que muy directamente lo podemos trasladar a la España irredenta por ser parodia feroz que encaja como anillo al dedo mostrando el periodismo del sarcástico Cuarto Poder, la información o la deformación de la realidad como noticia, todo en función de la fuerza que dirige el medio y sus criterios según los intereses propios, que no de los lectores.
Adentrarse en la confusa marea informativa del periodismo actual con el deseo de lograr sacar una información objetiva lo más cercana a la realidad social, cada día más esperpéntica, resulta imposible lograrla con un estado que solo ofrece peligro de alienación, mejor entonces la táctica de abordar la lectura de varios medios en manos de distintos poderes y con la suma de todos intentar sacar un análisis propio que no sea fe de carbonero, logrando una información lo más cercana a la realidad social y política del momento. Teniendo en cuenta las dependencias, pues las armas de comunicación son propiedad de los poderes económicos, especialmente de la banca y todo lo que ella domina. Luego aquí el factor crítico de Umberto Eco.
Vivimos y padecemos, salvo excepciones, el periodismo de una sociedad cuyos valores padece el sangrante virus de la corrupción protegida, hasta el extremo que, incluso ciertos dominios económicos y políticos, se sienten preocupados de tan inmenso totalitarismo degenerativo, Número cero utiliza el juego de la creación de un periódico con la edición de un número teórico, prueba suficiente eligiendo un expurgado equipo de periodistas bien elegidos, y en periodo de tiempo calculado amenazar solamente con unos pocos de ejemplares para provocar seria inquietud en ciertas alturas que como diana se han elegido. La parodia de este medio de comunicación en ciernes sucede en Milán y corre el año 1992.
Podríamos perfectamente trasladar la comedia a España, que sin ningún género de dudas es parada y fonda de esos medios de comunicación, verdaderos especialistas que entiende no estar hechos para difundir con objetividad, sino para encubrir noticias mediante el ejercicio de desorientación hasta hacerlas morir por asfixia mediante la inundación de falsedades que con Internet ha alcanzado la sima de la malversación de lo real, de todo aquello que pueda lastimar y perjudicar a los caciques que lo sostienen y le facilitan el pienso diario. El director del periódico fantasma fiel policía retribuido con buen sueldo, se encargará de eliminar todo aquello que puede dañar la imagen e intereses de su amo.
Si faltaba una noticia desafiante, esta se crea con el demencial delirio del reportero Braggadocio que expone una desmesurada trama que por espacio de medio siglo habría dominado la historia política de Italia desde la caída de Mussolini. El final del Duce no es la realidad política al final de la guerra. Detrás de la intensa actividad terrorista registrada en los años de plomo (década de los setenta), el periodista encuentra sistemáticamente la larga mano de la Operación Gladio, una organización secreta creada por la CIA en Europa occidental para impedir la llegada al poder de los comunistas y cuya existencia confirmó Andreotti en 1990. A falta de las confabulaciones góticas que tanto ama.
La transcripción literal de la autopsia de Mussolini tras su ejecución y posterior linchamiento en 1945 da pie al periodista a sostener que el difunto no era el dictador fascista sino un doble, sobre la base de que el informe forense no había registrado dolencias hepáticas previamente diagnosticadas. Y a partir de ahí elabora una rocambolesca fuga que a través del Vaticano y con ayuda de los americanos le habría conducido a Argentina bajo la sombra protectora de Perón. Se habría intentado devolverlo al poder en 1969 con su golpe de opereta de los guardias forestales, aunque lamentablemente el anciano dictador de 86 años habría fallecido en el viaje.
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