Me iba tocando ya una lectura reposada de un libro de poesía. Me fui a la librería y escogí el último poemario de nuestra paisana Luci Romero “No sabe la semilla de qué mano ha caído” de Eolas ediciones. Solo con el título, un verso a su vez de Rosario Castellanos, me vinieron reminiscencias de tierra, azares, comienzo y resurrección. Al abrirlo, tras el ilustrativo prólogo de la también poeta Lola Andrés, me encontré con una entradilla de 5 poemas que dan el pistoletazo de salida a la obra (cae la semilla/y la siembra remueve y germina./Reiniciar la vida, que es esa cierta hermosura sostenida.)
Se estructura después en tres partes, la primera, “El tiempo de la quema”, va precedida, como cada uno de los 15 poemas que la componen, de una cita de distintas mujeres poetas, y a esa altura de la lectura mi impresión primera fue la de que era un trabajo que agradece a la mujer, a todas las que le precedieron en su familia, a las que le acompañan en su caminar, las que comparten en pasado o presente el oficio de poeta, vi la imagen de la autora como si fuese la tierra en la que germinan las semillas que caen de todas las manos femeninas de su mundo.
Y puede que yo anduviera influenciada por lecturas y vivencias recientes que me hacían reflexionar acerca de la sororidad, ese concepto que nos habla de la empatía y acercamiento entre mujeres. Dice María Sánchez, en una de las citas de esta parte primera, “¿Quién recogerá todo lo que una mujer escribe?” y Luci a su vez “pero nosotras, mujeres cóncavas y exactas/encintas de música constante, venimos/ a reclamar nuestro lenguaje, donde el lugar de la herida”.
Después de la quema, arrasado lo viejo, cuando se ha limpiado y purificado la tierra, el cuerpo o el alma, llega la segunda parte, titulada “La siembra”, siempre previa a la germinación y al fruto. En esta parte, compuesta por 14 poemas, Luci nos anuncia que “Crear no será fácil” y certifica que “Ahora sabemos que todo lo que nace,/ empieza. Pero yo me quedé con la imagen de una Ave Fénix, más cerca de lo terrenal que de lo sagrado, que me transmiten estos versos “existió un claro de bosque donde dejar la ropa/ y el tedio,/con mis manos excavaba la tierra/y dejaba dentro mis dedos,/por la boca brotaban tubérculos,/la náusea de mis días ahora se ausenta”.
Terminé la lectura con la tercera parte que contiene un solo verso precedido por un sugerente fragmento de “Nuevo Día” de Lole y Manuel.
En una segunda lectura, tal vez brevemente iluminada, porque sabemos quiénes amamos la poesía que su razón de ser no es explicar, ni contar, sino la de emocionar, transmitir, sugerir, pues lo que suele llegarnos en la lectura de un poema es un destello, como un relámpago que repentinamente nos alumbra y nos hace entender lo inentendible, ahí en la relectura sentí que comprendía lo que podría no pretender ser comprendido, percibí una conexión entre el principio, con una dedicatoria a la familia cercana, y el último poema, que constituye la tercera parte del poemario titulado “la semilla, la mano, la tierra”, que termina diciendo “aprieto los labios/hundo mi mano en el estómago/para recuperar raíz y voz de un pueblo, germinada”. Entonces vi al libro en su conjunto como un canto a lo que es una -ella-, un interior germinado, con todas las semillas que las manos de nuestras raíces -las suyas-, de los que nos preceden y los que nos acompañan, del pueblo y paisaje del que formamos parte, dejan caer en nosotras -o en la autora-.
Decía Celaya que la Poesía es un arma cargada de futuro, pero yo, que creo en el poder de las palabras como él, prefiero pensar que la poesía femenina es menos belicista y es más bien una herramienta de futuro, y así quiero terminar esta reseña señalando al poemario de Luci Romero como una herramienta constructora de un buen porvenir.