Se acercan, vuelven a acercarse otras elecciones generales, jamás se había acudido a las urnas tanto en este país que parece no entender que el problema no está en los votantes, sino en los que se presentan para representarnos.
Antes se decía que el bipartidismo era la bestia negra de la política española, aunque en realidad no estaban solos los dos grandes (PSOE y PP) porque siempre estaban los nacionalistas vascos y catalanes sacando provecho de sus alianzas, tanto daba con uno o con otro, la cuestión era seguir mamando de la teta. Además, estaba Izquierda Unida para las tendencias izquierdistas más “auténticas”, aunque nunca radicales, hoy tristemente engullidos por las mareas podemitas.
Ahora ya no hay bipartidismo, la irrupción en el panorama político de los partidos autodenominados de la regeneración, que iban a arreglarlo todo, lo que ha traído es más caos y desorden político. Hay que recordar cuando hablaban de la casta, sobre todo los de Podemos, ahora ya ni se les ocurre porque para casta ellos. Y no digamos los de Rivera, que decían que jamás pactarían con un partido que era la cara viva de la corrupción, como el PP, y ahí están en San Telmo de amorosa luna de miel.
Este batiburrillo de partidos ha hecho, y puede que siga haciéndolo, ingobernable el país, ya que los líderes actuales no tienen el más mínimo sentido de estado, no conocen el bien común y solo atienden a sus intereses partidistas y particulares. Y aprovechando este desorden han ocurrido dos cosas que están clarísimas, la sublevación de parte del pueblo catalán pidiendo independencia por encima de la ley y la llegada al Congreso de la ultraderecha que representa VOX. Y ambas cosas se retroalimentan.
Por desgracia los gobiernos de Rajoy y de Sánchez no han sabido atajar lo que algunos veíamos venir, y ojo, que si seguimos en el limbo tras el 10N preveo a los nacionalistas vascos otra vez a la carga, aunque esta vez sin brazo armado, sino siguiendo el modelo catalán. Y eso no podría ser peor para un país de nuevo en recesión, como afirman muchos analistas económicos. Un país que no para de cicatrizar heridas y que necesita un gobierno estable, con un proyecto político claro y realista, que sepa llevar a buen puerto lo que la mayoría de españoles demandamos. Pero para eso tendrían que cambiar mucho las cosas en las urnas el próximo domingo. Y, además, es evidente que los líderes de los partidos, todos, no son los idóneos para llegar a echar el ancla.
Ya se sabe que el voto por correo ha descendido mucho respecto a abril, dicen las encuestas que la abstención va a subir aun más, como si ahora fuera a ser la ganadora de los comicios, cuando echando cuentas ya sabemos que si existiera el partido de la abstención (cosas más raras se han visto) sin duda volvería a ser el que ganaría las elecciones. Muchos articulistas, como Almudena Grandes o Javier Marías, se han prestado sin pudor a pedir que la gente vote, que hagan el último esfuerzo, por mucho que comprendan que el hartazgo es tremebundo y que reconozcan que a ellos mismos les desquicia. Quizás es porque esa abstención se teme más en la izquierda que en la derecha, y no se quiere que VOX siga beneficiándose de todo lo que no tiene que ver con sus ideales.
Yo mismo confieso que estoy pensando si visitar mi colegio electoral o ahorrarme el trance, me indigna que estos políticos y su corte celestial, que en su inmensa mayoría son más torpes que yo, me sigan utilizando para conseguir su poltrona. Sería la primera vez en mi vida que no votaría, y reflexionando estoy, aunque después de haber visto el patético debate de ayer parece que mi reflexión va a ser larga y tortuosa. Por un lado y como demócrata siento que traicionaría mis principios grabados a fuego desde mi adolescencia, pero como persona siento que votando con este panorama me denigraría como ser racional. Así que la encrucijada mía, que puede ser la de muchos de los lectores, hace que una vez más luchen la razón y el corazón, sabiendo que el combate no se puede quedar en tablas.
Puedo decir que conozco a una persona de la que jamás hubiera dudado que dejaría de votar, y sin embargo es lo que me ha comentado que hará. Me causó tal impacto que más aún se me revolvieron las tripas, puesto que se que en innumerables ocasiones aprovechaba que el Pisuerga pasa por Valladolid para inculcar en su alumnado la responsabilidad, todavía más que el derecho duramente ganado, de ir a votar. Y no solo en su alumnado, también con familiares y amigos ha intercedido haciendo clara apología de la importancia de acudir a las urnas. Pobre de mí, que el otro día parecía que era yo el que quería convencer a esta persona para que votara, ya ven…
Y, paradojas de la vida, resulta que los que decían que votar de cualquier manera, aún fuera de la ley, era lo democrático, ahora amenazan con boicotear la jornada electoral del domingo. O esos catalanes han perdido la cordura o la comedura de coco que tienen es tan grande que no ven lo evidente. Espero que lo que se viene a llamar la fiesta de la democracia no se convierta en un aquelarre de la sinrazón. Si no quieren ir a votar que no vayan, a lo mejor hasta coinciden en eso conmigo, pero que dejen a los demás que ejerzan su derecho.
¡Por dios, qué pena!