Si usted está leyendo estas líneas, permítame que le dé la enhorabuena. Seguramente, se trata de un padre o madre que se preocupa por la educación de sus hijos, por su bienestar y por aprender todo lo posible para mejorarlos. No crea que todos los padres de hoy son así. Muy al contrario, un creciente número de progenitores manifiesta sin ningún pudor que se arrepiente de serlo. Las razones podemos encontrarlas incluso en libros de alguna que otra pseudoperiodista que vende su vida en porciones de tres semanas, pero también las encontrará en la cola del supermercado, en la paella de los domingos e incluso, con los propios hijos delante, en la puerta del colegio cada mañana cuando los dejamos con esos otros padres.
Esta nueva y creciente corriente de cuidadores alega un cambio radical –para peor- de sus vidas, falta de tiempo, estancamiento de los proyectos personales y profesionales y un sinfín de lindezas de este tipo para no ejercer convenientemente de verdaderos padres. Habrá que preguntarse entonces ¿Por qué tenemos hijos? ¿Acaso hoy día buscamos otros motivos en la paternidad o maternidad diferentes a los de nuestros ascendientes?
Los que trabajamos a diario con padres y madres, comprobamos con estupor cómo algunos de ellos aún se preguntan por qué lo han hecho y delegan su indelegable función en las tecnologías, en los profesores de clases particulares, en los monitores de actividades deportivas o en la televisión. Es duro decirlo, pero cada vez con más frecuencia, nos topamos con un ejército de personas que deben cuidar a los pequeños sin ninguna ilusión, sin optimismo ni alegría… sin vocación. Éstos se han convertido en un verdadero objeto de consumo que vestimos a la moda, mostramos en las redes sociales o utilizamos para alardear de nuestra posición social.
No, evidentemente no se puede concluir desde el derrotismo que la actual generación de cuidadores sea peor que ninguna otra. La mayoría de los padres y madres cuidan bien a sus hijos, se preocupan y se sacrifican por ellos y declaran, sinceramente, que son lo mejor que se han encontrado en su camino, pero no por ello podemos negar el problema: No se puede ejercer de verdadero padre sin vocación. Una gran parte de los problemas que sufrirán nuestros pequeños en el futuro derivará de esta situación.
No se engañe. Por supuesto que los hijos cambian la vida. Pero ¿Acaso debe sorprenderse por ello? Le recuerdo, por si aún no se ha dado cuenta, que el cuidado y la educación de una vida no es ninguna broma. No se me ocurre otra labor, proyecto o misión más importante que ésta. Por eso no puede surgir de un capricho, de la presión de los familiares, del deseo de tener una especie de mascota o, simple y llanamente, porque nos ha llegado la hora de tenerlo.
Los niños, sobre todo en sus primeros años, quedan muy bien en las fotos que coleccionamos a millares en nuestros discos duros, en el marco que nos recibe al entrar a cada casa o en el retrato de cartera con el que competimos con los amigos por quién tiene la niña más guapa, pero la dura realidad de las noches en vela, del aumento de presión arterial, de la falta de tiempo para nosotros mismos o de dinero para lo que más nos gusta, nos acompañará siempre. Usted ya lo sabía cuando quiso tener un bebé y a nadie puede echar la culpa, sino a usted mismo, de tener que soportar la rebeldía adolescente de esa persona con la que se peleará este fin de semana cuando llegue demasiado tarde. Eso también es la crianza.
No le tengo que recordar lo que obtendrá a cambio. Los que somos padres –porque realmente queríamos ejercer esa responsabilidad- sabemos lo que significa y, créame, no tiene parangón.
Paula, Jorge o Adrián vinieron al mundo porque usted quería; con sus defectos y virtudes; con sus momentos maravillosos y con sus sacrificios ineludibles. Eso es la paternidad o la maternidad. Si no la entiende así, cambie de opinión. Si aún no ha dado el paso, piense que aún está a tiempo de no hacerlo, por duro que le parezca lo que le propongo. Pero si usted pretende tener a un hijo como se tiene a un canario o un álbum de cromos, mejor no lo tenga. Las consecuencias de su irresponsabilidad durarán toda una vida. No la suya; la del que está por nacer.
Por favor, si decide ser padre o madre, séalo de verdad, y no un patético más confesando a sus amistades que el producto de su decisión le ha cambiado la vida.
Por supuesto que la ha cambiado. De eso se trataba.