Si ha decidido leer este artículo, hágame un favor: No crea nada de lo que le voy a decir. Quizás le parezca extraño lo que le propongo, pues cuando nos acercamos a un medio de comunicación o información, aún para leer un artículo de opinión, nuestra postura suele ser la contraria, la de absorber en tiempo récord toda la información posible, desgraciadamente sin el menor filtro mental y sin cuestionarnos nada.
Esta actitud de mimetismo acrítico, especialmente cuando de una pantalla se trata, contrasta curiosamente con la de criticar y negar los postulados de nuestros semejantes cuando les ponemos rostro. No me niegue las veces que ha desoído a su médico o ha dejado repentinamente el tratamiento que le recetó. Seguramente algún lunes, fruto de la frustración por la pérdida del fin de semana, ha descreído e incluso ridiculizado las indicaciones sobre la educación de sus hijos que recibía de la profesora nada más dejarlo en la fila, o puede también que haya pensado que a su coche no le pasaba nada, sino que era su mecánico el que sacaba de su manga una ficticia avería para cobrarle más. En cambio, puede que demuestre una gran docilidad cuando navegue por la red de redes en busca de añadidos que disipen sus dudas.
Hágame caso. O mejor dicho, no crea lo que le digo, y téngalo por costumbre siempre. Al menos, en un primer momento, cuando se enfrente a una pantalla, sea de ordenador, tableta, móvil o televisión. Puede que le parezca absurdo eso de leer y mirar sin creer, pero le evitará contratar un seguro que no necesita por haber sobrevalorado el riesgo de su situación, no comprará aquel producto maravilloso para reducir su abdomen, ni creerá que necesita disimular esas canas. Hágase caso a sí misma o a sí mismo y NO CREA NADA. Ponga en tela de juicio todo lo que pueda; todo lo que le digan que necesita, todo aquello que le quieran hacer pensar, comprar, vender o respirar. Desoiga los cantos de sirena que le invitan a querer conservar lo que tiene, y también aquellos que proponen deshacerse de todo. No los escuche, por mucho que parezca necesario pensar como los demás y ser normal –cuando en realidad, lo que debería llamarse es mediocre-. No pasa nada por ser raro, por salirse del camino recto, por no ser uno más que repite los mismos comentarios que escucha por la mañana en la radio o en la televisión, o las mismas fobias y filias al llegar al trabajo.
Y cuando haya dejado de creer, se haya permitido practicar el arte del escepticismo, descubrirá que también usted puede tener un pensamiento propio, sin que nadie le diga cuál debe ser ni qué color o dirección debe adoptar. Y hágalo ya. No vaya a ser que tras una vida creyéndolo todo, lo único en lo que no pueda creer es que existe usted mismo, porque sólo sea una mala construcción de lo que le han obligado a ser. Piénselo.