India. Impresiones y espejismos (II)
Una luna que se mostró durante el periplo sagrado,
aunque yo sólo iba a su alrededor mientras ella me rodeaba.
Ibn Arabí. Poeta místico andalusí.
Cinco de la mañana. La primera llamada al rezo: el adhan. Y es que tengo cuatro mezquitas alrededor del lago. Alguna pega tendrá esto, ¿no? Menos mal que suelo viajar con tapones. Por si acaso. Aunque está haciendo un tiempo de ensueño, ha caído una granizada que ha agujereado y destrozado todas las flores de loto y sus hojas en forma de nenúfares alrededor de mi bote. Y también algunas cosechas. Menos mal que las imponentes montañas siguen ahí. Y también mis vecinos, los martines pescadores, las garzas, los azores y algún pájaro cuyo nombre desconozco. También se han salvado de la masacre varios capullos de los que podrían ser las últimas flores de loto del verano. En invierno descansan.
Y aquí sigo. Son ya más de dos semanas con Mana, quien es mi amigo de por vida. Esperemos que gracias al destino o ami voluntad nos volvamos a ver. Pero las dedicatorias bonitas las guardo para cuando me marche. Todavía estoy aquí y esta tarde empieza la boda, que seguirá mañana durante todo el día.Ya tengo ganas de ver esa cocina con 20 cocineros llenando ollas de cobre, típicas de aquí. A ver cuántas necesitan.
Estos días tomamos chai con el chico que se casa (mañana se hará un hombre), su hermano Faruk y otro amigo. Al novio lo llaman Din, es como su mote. Su hermano vive en Barcelona con su mujer, que es española. Tiene una tienda de artesanías de Cachemira en Penedés. Hay que tener en cuenta que los primeros hippies llegaron por aquí a principios de los 70, eso quiere decir que por aquí llevan cuarenta años de turismo que para colmo está teniendo un boom de turistas nacionales, que según Mana están cambiando el paisaje y también a la gente, que se está volviendo más materialista y maliciosa. Vamos, básicamente dice que se lo están cargando, los turistas y la tele, el Bollywood (doy fe) y el internete. La vedad es que cada vez que uno se va acercando a los destinos turísticos, en lugar de las tiendas para lugareños, abundan las tiendas de artesanías, azafrán, frutos secos… las carreteras están llenas kilómetros antes del sitio en cuestión. Esto también tiene su parte positiva, claro. Son sobre todo para los turistas indios que viajan en coche. El escenario se transforma en un parque temático lleno de bolsos, alfombras (las famosas alfombras persas o de Cachemir), vestidos multicolor, pashminas y shawls,etc.… siempre intercalados con tiendas de teléfonos móviles y montones de fruterías y tiendas de verduras. Me hizo mucha gracia una tienda forrada de publicidad roja de Airtel con medio cordero colgado afuera: “Buenos días. Niño,haz el favor de recargarme 10 euritos al móvil y ponme medio kilo de chuletitas de cordero”.
Visité un mercadillo que se pone sólo los viernes y la mezquita de al lado. Las turistas deben cubrirse la cabeza para entrar. En un lado los hombres, en otro las mujeres. Los hombres rezan de rodillas y echándose hacia adelante, lo normal, las mujeres sentadas. Después fuimos en rickshaw con Riyaz a las afueras de la ciudad. Entre los marrones campos que pronto se cubrirán de flores de preciado azafrán y que se cosechan en un par de meses, había dos viejos templos, uno de Shiva y otro deVishnu. Los dos eran del siglo VIII d.C. y estaban prácticamente destruidos debido a un terremoto hace dos siglos y supongo, también al desuso tras las invasiones musulmanas, aunque estos, dependiendo del sultán a cargo, permitían todos los cultos a cambio de tributos. Estos dos dioses no eran muy importantes en la India antigua (antiquísima), pero con el tiempo han adquirido la importancia de grandes dioses de tal manera, que hoy se habla de dos principales monoteísmos en India, el de Shiga y el de Vishnu (adorado en la forma de su último avatar, el popular Krisna), sobre todo a partir del siglo VId.C., pero de eso hablaré en siguientes capítulos si sigo con ellos. Los templos dan un aire a algunas pirámides mayas con la diferencia de que lo que se usa en estos templos hindúes es el interior, ya que son huecos, no la terraza superior como en Centro América. El templo de Vishnu debió ser bastante impresionante. Un templo central y cuatro pequeños,uno a cada esquina, dedicados a sus dos consortes, otro a Ganesh (el famoso y benévolo elefante, ayudante de Vishnu) y el otro no me acuerdo. Desde luego lo mejor de la visita fue el guía. Era sikh (los que llevan el turbante) de edad avanzada y un nervio de aúpa. Tenía también un acento indio fortísimo, con lo cual no le entendía muy bien. Si a este acento se suma lo rápido que hablaba y que, cuando algo no le salía me soltaba una parrafada en hindú, el resultado era un mensaje casi ininteligible. Menos mal que las piedras talladas, aunque gastadas por el tiempo, me ayudaban a descifrar el mensaje. Me quedé con unas paredes talladas con el príncipe y la princesa besándose en unas posiciones bastante sugerentes. Otra curiosidad era que las columnas que rodeaban el conjunto eran de estilo griego. Por la India, especialmente norte y oeste, se pueden ver algunas influencias griegas por cortesía de la megalomanía de Alejandro Magno, que conquistó parte del subcontinente dando lugar a muchas mezclas en arte y filosofía.
Le he pedido al padre de Mana, un musulmán respetable (tiene una larga barba blanca), que me compre azafrán del bueno. Conoce a la gente adecuada, ya que él lo cultivó hace ya muchos años. Me ha comprado diez gramos por treinta euros, no tengo ni idea si es caro o barato. Espero que mi madre sepa apreciarlo y se ponga contenta, y que le salgan exquisitos y coloridos guisos. Lo que es seguro es que tienen un color y un grosor diferentes a las hebras baratas que se compran en el supermercado. También me compró algo de té verde y me regaló cardamomo y canela para hacer un té medicinal. Té verde, cardamomo y canela, estos últimos machacados. Una puntita de azafrán, cucharada de miel y una almendra requetepicada en cada taza. Habrá que probarlo en cuanto ponga mis manazas en una cocina.
Sonamarg
En invierno, un manto de nieve cubre Cachemira. Las casas no solo se tiñen de blanco sino que literalmente, se sumergen en un océano de pura blancura. En lo que se refiere al turismo, es época de esquiar y aún con nieve, también hay algo de trekking. En Gulmarg, otra de nuestras excursiones, está el teleférico más alto del mundo. Aquí lo llaman Gondola. Pensaba yo que el más alto sería el de Quito, que sube al Pichincha, pero el del Himalaya le supera por 500 metros. (Que me perdonen los quiteños) La estación de esquí de Gulmarg está a 3.500 metros y tanto el puerto como las cumbres y valles que lo rodean son difíciles de abarcar a simple vista. Valles rebosantes de altísimos pinos y estrechos arroyos, y también monos, se extienden por toda esta zona, que es de un frondoso verde. Lo único que estropea tal remanso de paz son dos cosas. Una, que el suelo está minado con regalitos que cientos de caballos que pasean a cientos de familias indias. Los caballos pertenecen a gitanos nómadas, que viven en tiendas de campaña y cuidan a sus rebaños de ovejas y cabras. Cuando llega el invierno bajan más al sur, donde la nieve no impide que sus rebaños pasten. Lo segundo son los controles policiales, que aunque son rutinarios, los policías indios, haciendo honor a su bien labrada fama de corruptos (los más corruptos del mundo), te ponen pegas diciendo que no puedes seguir carretera arriba a menos, eso sí, que pagues un simbólico “peaje”. Eufemismo que oculta palabras más fuertes y sinceras como soborno o robo (además a mano armada). Manzoor (ahora lo llamo así), que no tiene un pelo de tonto, se ocupa de tan frustrante labor, por supuesto, está acostumbrado. La excusa que encontraron los policías era que el rickshaw no puede circular fuera de la ciudad y puede que tuviera razón, pues aquí, como en toda democracia, hay muchas leyes. Lo malo es que aquí no se suelen cumplir. Yo me indigno y no salgo de mi asombro (aunque ya he tenido un par de ellas en Sur América), fueron dos de estos controles. Y aunque la“tarifa es ridícula”, Mana me dice que ésta es la “democracia india”, y que contra estos empleados del gobierno vestidos de uniforme, más vale no discutir. Tan normal es esto aquí, que cuando nos íbamos, todos se despedían como si fueran colegas.
He ido a recoger mi traje, y de paso me he comprado un chalequillo de cuero con bordados. Nadie lo lleva, es solo para turistas, pero tenía yo ganas de tener un chalequito de piel. Para describir la sastrería de barrio sí que me vendría bien una foto. Las máquinas de coser no pueden ser más auténticas, con su pedal para el pie y su ruedecita a la derecha, que los dos sastres hacen rodar congran soltura. Despacito al principio dándole vueltas a la manivela que sobresale de la rueda y dando golpes secos con el puño cuando ya coge cierta velocidad para ir manteniéndola. Vaya par de artistas. Como no hablan inglés, Manzoor me traduce. Me preguntan lo típico aquí: a qué me dedico y si estoy casado. Me invitan a chai, pero para mi sorpresa, está salado. Otra cosa típica de Cachemira: té con leche y sal. Hay una foto de un santo musulmán en la pared, montones de telas por todos lados y trajes ya listos hacen de escaparate colgados delante de un no muy transparente cristal que da a la calle. Hay un pequeño ventilador de techo cuyo color original no acierto a distinguir y, sin lugar a dudas, más enchufes de los que van a necesitar en su vida. Uno es el típico moro de corta y blanca barba y ojos tranquilos pero escrutiñadores. El otro es alto y delgado, medio calvo y con bigote. Lleva unas anticuadas gafas de pasta y podría ser un vecino cualquiera de España. Los dos trabajan sentados, con un pie encima de la silla. Me recuerdan al viejo de las calderas en la fantástica película: El viaje de Chijiro, que parecía una araña. Tras un té salado y un par de cigarros se hacela hora de cenar, aquí todos cierran tarde. Muy agradecido, pues lo han terminado rápido y ha sido barato, me voy a casa. Es hora de una buena cena. Por las noches juego a las cartas con Manzoor: shithands, ten cards y encontrar las parejas. Esos son los juegos de cada noche. Así uno tiene la mente distraída, dice. Y en verdad, de cena a cama pasa un santiamén.
La boda es de una familia bastante pudiente. Se celebraba en el lago Dal. Mucho más grande que en el que yo me alojo, y también lleno de turistas. Cogimos un bote que nos llevó a la boda. En una especie de minipenínsula dentro del lago, hay muchos barcos-hotel réplicas del mío pero a mayor escala. Seis, con seis habitacionescada uno pertenecen a la familia de Din, el novio. La enorme casa está en tierra, justo detrás de los barcos. Estos están cerrados al público por la boda. Llegamos sobre las seis, Manzoor quería que yo viese como preparaban la comida, que sería interesante para mí. Y tanto que lo fue. No he visto cosa igual en vida. Claro que en época de matanza se puede ver algo parecido en España (aunque es difícil), pero lo curioso es que toda esa comida era para la boda, no para pasar el invierno, y que cualquier familia no puede pagar a veinte cocineros para dos o tres días de boda. Uno a uno, iban trayendo corderos, que eran sacrificados estilo halal, despellejados, destripados y colgados, listos para ser troceados tras diez minutos de reposo. Aquí a la carne de cordero la llaman “mutton”. Por lo visto, este estilo de cocina para las celebraciones es de origen persa y tiene 400 años de antigüedad. A eso lo llamo yo mantener la tradición. Había al fuego tres ollas gigantes típicas de aquí (Kangdil). Sentados en fila, seis hombres con mazo de madera cada uno, golpeaban la carne sobre un tronco en vertical, seguramente los lomos. El objetivo no es picar la carne, sino hacer una especie de masa o paté para hacer bolas de mutton que luego se cuecen con especias. Otros dos tipos con barba sentados y también con un tronco delante picaban carne para los kebabs. Estos no son como los que estamos acostumbrados a ver. Se pone una capa de carne con especias no muy gruesa, un centímetro, alrededor de un palo metálico y se hace a la barbacoa. Cuando la carne esta lista, el palo se saca porque la carne queda dura, y el resultado es un turulo de carne aromatizada, algo así como un superpalodú con sabor a carne moruna. Digo yo, que aquí debe haber picadoras de carne de esas antiguas con manivela, pero picar la carne con una especie de alfanje pequeñito, pues eso, que tiene más arte. Tres tipos estaban troceando el resto de piezas mientras que en una barbacoa, otros asaban las costillas. El resto de piezas se iban cocinando en más ollas que se iban añadiendo en fila junto a las tres grandes. Al final habría una candela de unos 10 metros de largo con un montón de marmitas pequeñas y las tres grandes. Por supuesto, esto es Asia, así que otros tipos se ocupaban de la tonelada de arroz blanco en una de las ollas grandes. Yo no sabía cuál sería el resultado de semejante cadena de montaje, pero como todo el mundo, tenía un hambre de caballo.
A la hora de comer, lo típico: los hombres a un salón y las mujeres a una especie de aljaima verde cuadrada, toda alfombrada y con las paredes y techo verdes. En las celebraciones se come de cuatro en cuatro, todos sentados en el suelo. Los árabes no usan sillas, dicen que eso es antinatural y que vuelve al hombre loco. A que va a ser eso. Pasaron una jarra con un cuenco debajo para lavarnos las manos (la derecha más bien). En cada casa uno come a su manera, pero en las celebraciones se come con las manos, a no ser que uno pida cuchillo y tenedor. De hecho, en India se suele comer con las manos y en el mundo árabe también. Yo ya me heacostumbrado, y quien piense que comer con tenedor y cuchillo es más fino, para fino, comer con palillos chinos. A mí me trajeron un plato aparte ya servido con cuchillo y tenedor, cortesía de la a veces excesiva consideración de Manzoor, pero dije que se lo llevaran. Me pareció descortés y poco aventurero comer yo solo en mi plato en lugar de compartir la comida. Ya se sabe el dicho: “allá donde fueres, haz lo que vieres”. En un gran plato de cobre tallado al estilo árabe (o pera), una montaña de arroz. Luego iban pasando los que servían las ollas y ponían un pedazo de carne una cucharada sopera de salsa para cada uno. Se mezcla todo con el arroz y se come con la mano derecha. La carne se deshace con la misma mano y a bocados. Pasaron de nuevo repartiendo kebabs. Otro trajo queso en salsa (paneer), otra cucharada y a seguir mezclando. Luego llegó el mutton con su salsa de yogur. Tras éste, una salsa de espinacas y por ultimo otra parte del cordero con otra salsa diferente. Apenas se habla mientras se come. Pasa otro ofreciendo más arroz, estamos llenos. Había un viejo en el grupo de al lado que pedía más y más, y después más salsa. Los de alrededor se reían disimuladamente porque el viejo tenía arroz para tres personas y pedía màs, ni estoy exagerando ni sé si lo terminó todo. Delicioso, con muchas especias pero sin picante. De nuevo nos pasan el agua para lavarnos las manos y una toalla. Tras la cena, los amigos del novio estaban preparando la cama para la noche de bodas en uno de los barcos. Eso sería el día siguiente. Me gusta el detalle de que los amigos del novio se ocupen de eso.
La cama lista para la noche de bodas
Con la sustanciosa cena a medio reposar, empieza la ceremonia. No la boda, eso es al día siguiente y es muy poquita cosa. La ceremonia importante es el primer día y el novio la celebra con su familia e invitados en su casa y la novia en la suya. Es una especie de despedida, de graduación familiar. Salieron de la casa los familiares con el novio, todos muy abrazaditos a él, como si fuese a salir volando. Llevaban una tarta y un par de platos con dulces y velas. Sentaron al novio con una mesita en el centro de la aljaima y comenzó el espectáculo. Había una banda tocando música tradicional, una mezcla medio árabe medio hindú que aceleró el ritmo cuando entraron en la carpa y repetían la misma frase una y otra vez. Y da comienzo la catarsis emocional. Alrededor de la mesita y la silla con el novio, un corro de mujeres cantan y hacen palmas. Un grupo de amigos y curiosos como yo rodea a estas mujeres y más gente está sentada en el suelo a los bordes de la tienda. Los ánimos están por las nubes y el altavoz, que no puede con su alma, apunta al centro de la tienda. La abuela, que no para de llorar, con unas gafitas de pasta y un pañuelo blanco en la cabeza, se come al nieto a besos. La madre, que también llora releva a la abuela y empieza a cubrirlo de besos también, coge un pedazo de tarta con la mano y se lo mete al novio en la boca. El novio llora desde el principio. Otra mujer, tía supongo, le da otros dos besazos y le mete una cucharada de pastel en la boca. La música no decae y las palmas y cantos tampoco. Aparece una silla por encima de la gente, parece que la abuela se tiene que sentar por cansancio. Pues la movemos de un “puñao”, bajamos la silla y la volvemos a sentar. A la abuela se le olvidó darle tarta al nieto y aunque no le cabe más, le mete otra cucharada. El fotógrafo profesional se abre hueco entre el enjambre y apunta con un foco de luz a las fauces del novio. Este, que no puede ni sonreír con tanto pastel en la boca, mira a la cámara con cara de corderito y envuelto en lágrimas. Esto más que una boda parece un ritual de iniciación. Su hermano pasa a mi lado tomando fotos y me dice sonriendo: Toomuch! Toomuch! Es un cachondo. Ahora el padre le unta henna en el meñique y empieza a atarle billetes alrededor. Es costumbre del Islam aunque no se el significado. Mientras, más mujeres van pasando y le besan poniéndole más tarta enla boca. La música no para. Le siguen tomando fotos y el pobre sigue con cara de mero, con los ojos y los mofletes hinchados. ¡Qué derroche! ¡Qué derroche de emociones! Yo llevo un rato emocionado pero tengo unas ganas de echarme a reír tremendas al mirarlo a la cara. La cosa se fue calmando poco a poco y salí a fumarme un cigarrito. Qué ganas tras tanta excitación. Me quedé un buen rato más, pero el resto de la celebración fue bastante tranquila y me aburría. Nadie me hacía caso. Al igual que los españoles, que aunque sepan inglés suelen hablar en español delante de extranjeros, estos hablaban en hindi casi todo el tiempo.
Al día siguiente solo hicimos acto de presencia para almorzar, como casi todo el mundo. La ceremonia de boda es muy sencilla y es por la noche, así que no nos quedamos. Por la tarde los amigos del novio van a recoger a la novia a su casa y es al volver cuando se casan, de forma muy sencilla. Los matrimonios aquí son para toda la vida, son cosa seria, como en todos lados (aunque la mujer se puede divorciar si un hombre demuestra no ser puro de corazón). Esa es la razón por la que alegría y lágrimas confluyen de forma tan tradicional y espontanea sin guardar ninguna compostura. Además no hay altar ni cura, ellos son los únicos protagonistas. Evitando ninguna comparación, pues no es que prefiera estas bodas a las nuestras, nunca me he guardado en secreto mi opinión sobre lo tediosas que se han vuelto nuestras bodas, que no dejan espacio a ninguna improvisación ni imaginación. Las bodas hay que celebrarlas en casa, ¡coño ya! Sobre la comida no me importa hacer comparaciones, ya que la comida fresca y casera no se puede comparar conla pre-pre-pre-cocinada. Y ya está bien de hablar de la boda, que tampoco he descubierto la penicilina.
Ya es hora de despedirme de la familia Manzoor tras una última cena con su familia, bueno, con los varones. Han sido tres semanas muy agradables, ahora toca seguir conociendo gente, ciudades, cultura, templos y viejos dioses. Manzoor me ha mostrado la cara más amable y también la más íntima del Islam. Le estaré eternamente agradecido. Manzoor y su familia quedarán para siempre grabados en las huellas de mi memoria, como también quedarán grabados los últimos lotos del verano.
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