Opiniones

"El Periódico digital para el sur de Córdoba"

Corrector de estilo

Y, desde ya, le advierto que no es una aplicación de Microsoft Word… No se me vaya a adelantar… El corrector de estilo es una figura imprescindible en el mundo de la edición. Si se pregunta cómo un adolescente sin apenas vida y conocimientos es capaz de publicar una obra por la cual sucumben miles o millones de lectores es porque ha sido previamente pulida por el corrector de estilo hasta adecentarla lo justo para imprimirla salvaguardando la garantía y dignidad editorial. La ejemplificación del adolescente resulta extensible a cualquier escribiente no profesional -algunos profesionales se dejan asesorar y bruñir- que planta su obra en el mercado, con la exclusión de quienes pagan a otros para que preparen el cultivo en su nombre, de quienes contratan a mercenarios de alto cuño para que se encarguen del trabajo sucio con discreción y buenas formas, para que golpeen la tecla con profesionalidad y entreguen la obra a cambio del estipendio acordado, cual mujer que, por necesidad u oficio, alquila su vientre y su fertilidad, transfiriendo su fruto por un precio justo.

            El corrector de estilo, es forzoso apreciar el detalle, tanto en la obra original como en la traducción, no reescribe, revisa. Es la persona que ha de velar por la calidad editorial de los textos. Calidad no entendida en cuanto a lo novelado, la historia o el contenido, sino en cuanto al continente, en cuanto a la técnica literaria; morfología, sintaxis, gramática, léxico; en cuanto al lenguaje empleado, en general. Lo dicho, vicios en la redacción, disparates léxicos, incongruencias sintácticas, tropezones morfológicos. Herejías lingüísticas, en definitiva. Aunque en ocasiones el trabajo implique recurrir a la síntesis, desarrollar conceptos o eliminar desconsideraciones a la lengua, nunca se debe perturbar, destruir o desvanecer la esencia del autor, como el especialista que se limita a corregir la espalda desviada o los dientes torcidos del hijo ajeno. Su misión es dotar al texto de la claridad suficiente para que su contenido sea asumido por el lector con satisfacción, haciéndoselo llegar de la manera más eficaz posible; pues el lenguaje es la herramienta básica de comunicación entre los seres humanos, de su perfección depende el entendimiento.

            Este profesional, que, como tal, ha quedado restringido a las editoriales -y posiblemente no todas-, o a ejercer su labor de forma autónoma, aun puntual, era una presencia indispensable en las redacciones de los periódicos. Hoy no existe. O eso parece (para mejor momento, las redacciones de los telediarios). Compruébese en algunos artículos de prensa. Su simpleza sintáctica, su pobreza léxica y su torpeza gramatical abochornarían a un preescolar (si no fuera por el sistema educativo que les ha tocado padecer). Hay editores y redactores de periódicos tan preocupados por la maldita inmediatez de la noticia, por la coacción de la venta; tan preocupados por abarcar al mayor número de lectores, que marginan la calidad literaria y lingüística de los textos, la complejidad del sistema en pos de un método llano, neutro, insignificante hasta la desesperación. Sin alma. Sin armonía.

            El problema de este descenso en el nivel narrativo es la consecuente reducción en la exigencia intelectual del lector, fomentando su vaguedad mental. Es tan ridícula la oferta al lector que no requiere del mismo esfuerzo alguno. Claro que también tiene cabida la interpretación inversa. Que la culpa no resida en los profesionales del periodismo, en los responsables de la emisión, sino en la parva ilustración de los lectores, inconsecuentes con su papel receptor. Que el propio lector haya anquilosado sus reivindicaciones eruditas hasta el punto de demandar textos literaria y lingüísticamente anodinos, simplones en el estilo, acordes con su bajeza u holgazanería intelectual. Convirtiendo la ausencia del corrector de estilo en disculpable y las golfas erratas periodísticas, las cuales te golpean secamente en el epigastrio, cortándote la respiración, en chistosas secciones de Internet.

            Escribir, con idóneo estilo, adecuadamente, no es el efecto de colocar palabras, una detrás de otra, de modo más o menos coherente. No. Escribir impone un compromiso de rigor lingüístico, coordinando los elementos morfológicos, sintácticos, léxicos; dominando la semántica con un rico vocabulario; aprovechando los matices del lenguaje; observando la ortografía. Escribir obliga a respetar la gramática, a fin de que el receptor logre procesar la información emitida, recibiendo el mensaje pretendido. Y que el conjunto sea armónico, porque la armonía inflama los sentidos, favorece la belleza y prende las emociones. Ayuda a alcanzar la categoría de arte, aspiración de toda operación humana.

            Vamos a ver, seamos sensatos, una o dos erratas se le pueden escapar a cualquiera. Se trata de algo más. Ante determinadas publicaciones periodísticas o literarias, se desprende la infravalorada realidad del corrector de estilo. Un profesional efectivo para que la escritura, siempre al servicio de la lengua, no continúe degenerando, arrastrando consigo las cualidades intelectuales del lector… Si las tiene, es evidente.