Julián Valle Rivas
Qué bien se nos da y qué fácil es eso de lavarse las manos. Eludir la responsabilidad, culpando a otros de desmanes por doquier cuando, quienes debieron garantizar que esto o aquello no se produjera, éramos nosotros. Al menos en parte. En una gran parte.
O vamos a tener la cara dura de decir que no mirábamos para otro lado cuando alcaldes y concejales recalificaban terrenos mientras estrenaban coche de alta gama, chalé en la sierra o en primera línea de playa y disfrutaban de visitas al Caribe. O cuando mindundis del tres al cuarto creaban emporios de la construcción y pagaban a peones de diecisiete años medio analfabetos una nómina mensual de dos mil euros. O cuando oligarcas del sector energético monopolizaban el mercado, transformándolo en un lobby. O cuando los bancos concedían créditos sin mesura, sin exigir requisitos. O cuando promotores y particulares especulaban con la venta de viviendas. O cuando los compradores hipotecaban el piso por cuantías que daban para su adquisición, junto con la de los muebles, el coche y el viaje de novios. O cuando los intereses comenzaron a elevarse hasta situar la mensualidad de la hipoteca por encima de los sueldos. O cuando se acometieron obras tan faraónicas como innecesarias. O cuando los consejos de administración de las cajas de ahorro se cargaron de políticos ricamente remunerados pero sin idea de gestión. O cuando la innovación y las nuevas tecnologías, siguiendo la tradición hispánica, se mantenían repudiadas. O cuando los gobernantes y legisladores, máximos titulares del control, fomentaron este mercado a cambio de un puñado de votos y el poder, válidos para continuar con sus tejemanejes…
Ahora nos quejamos, criticamos, gritamos, pataleamos. Nos enfurecemos. Nos indignamos. Condenamos lo que un día permitimos con nuestra pasividad dominada por la codicia, porque el trabajo no nos preocupaba y el dinero fluía con una liviandad únicamente contenida por la avaricia. Porque somos individualistas que entienden que el individualismo ajeno pisotee la inclinación general.
No contemplamos el arrepentimiento por haber permitido tanto a tan pocos. Es mejor convencernos de nuestra irresponsabilidad, alejando el fantasma de la desazón en nuestras conciencias. Nos permite dormir por las noches. O se lo permite a quien disponga de cama y techo.
Con el rescate a la banca, empresas privadas al fin y al cabo, ya empezamos a cabrearnos; pese a parecernos natural que nos concedieran desorbitados préstamos. Aunque, en lo del derrumbe bancario, es verdad, ha influido algún caradura. O imbécil, que no siempre se distingue. Pondré por caso el de Caja Madrid.
Leonard Abess Jr. vendió City National Bank (Miami, EE. UU.) en 1980, recomprándolo quebrado en 1985 por veintiún millones de dólares. Tras un año de negociaciones, con sus correspondientes fiestas, comidas y paseos por Miami, sin presiones ni intermediaciones, en abril de 2008, ocho meses después del escándalo de las hipotecas «subprime» —agosto de 2007— y cuatro meses antes de la quiebra de Lehman Brothers —agosto de 2008—, Miguel Blesa, presidente de Caja Madrid, firmó la compra de City National Bank por mil ciento setenta y siete millones de dólares, eludiendo el permiso de la Comunidad de Madrid para las adquisiciones del cien por cien de una empresa, al realizar la operación en dos pagos: un primer pago que comprendió el 83% del total y el resto a pagar en dieciocho meses, conservando el vendedor la íntegra gestión hasta entonces. Vaya ojo para los negocios. El de Abess, claro. Y Blesa se ganaría su buena comisión, lavándose también las manos.
Por supuesto, Bankia pretende deshacerse de su inversión estadounidense, y ha contratado a Goldman Sachs —otros de tranquilizadora garantía, por los cojones— para el asesoramiento durante el proceso. En una primera estimación, se cree que quitarse el muerto yanqui de encima supondrá unas pérdidas de dos tercios de lo invertido… Nada. Eso es calderilla, hombre.
Aquí, salvo para los cuatro listillos de costumbre que se lo han llevado calentito, casi ochocientos millones de dólares de los depositarios se los ha tragado el desagüe del retrete. Glub, glub. Billete tras billete, en uno de los más avispados negocios financieros de los últimos años, en plena explosión de la crisis… Pero, ah, sí, en este momento caigo… Por aquella época España jugaba en la Champions League de la economía mundial, ¿no?… Así era… Eso lo explica. El riesgo paralizando la cautela, la falta de diligencia, el triunfo del disparate, la imprudencia de la temeridad, la iniciativa suicida y la mucha desfachatez.
Y la tristeza no está en lo impúdico de determinadas conductas, ni en nuestro afán en descargarnos las responsabilidades, sino en el hecho de que, como españoles de bien, extraños a la mudanza, tarde o temprano, todo volverá a repetirse. Porque nuestra ignorancia sólo se ve superada por nuestra estupidez.
Julián Valle Rivas.
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