En abril de 1931, la Historia se encarga de relatarlo mejor que yo, el rey Alfonso XIII, abuelo del rey Juan Carlos I, conocidos los resultados electorales municipales, se exilió de España con nocturnidad, se fugó en secreto, evitando al público y a la prensa, para arribar en Francia, donde fue recibido entre loor de multitudes, agradecida por su labor humanitaria durante la Gran Guerra, al igual que ocurriría luego con su llegada al Reino Unido. Sería el periódico ABC el que publicaría, el 17 de abril, el Manifiesto escrito por el Rey antes de su partida y entregado al Presidente Aznar: «Las elecciones celebradas el domingo me revelan claramente que no tengo hoy el amor de mi pueblo. Mi conciencia me dice que ese desvío no será definitivo, porque procuré siempre servir a España, puesto el único afán en el interés público hasta en las más críticas coyunturas. Un Rey puede equivocarse, y sin duda erré yo alguna vez; pero sé bien que nuestra Patria se mostró en todo momento generosa ante las culpas sin malicia. Soy el Rey de todos los españoles, y también un español. Hallaría medios sobrados para mantener mis regias prerrogativas, en eficaz forcejeo con quienes las combaten. Pero, resueltamente, quiero apartarme de cuanto sea lanzar a un compatriota contra otro en fratricida guerra civil. No renuncio a ninguno de mis derechos, porque más que míos son depósito acumulado por la Historia, de cuya custodia ha de pedirme un día cuenta rigurosa. Espero a conocer la auténtica y adecuada expresión de la conciencia colectiva, y mientras habla la nación suspendo deliberadamente el ejercicio del Poder Real y me aparto de España, reconociéndola así como única señora de sus destinos. También ahora creo cumplir el deber que me dicta mi amor a la Patria. Pido a Dios que tan hondo como yo lo sientan y lo cumplan los demás españoles». Y así, se marchó, percatándose de que los españoles ya no lo querían y confesando que, sin duda, cometió errores; pero admitiendo que siempre veló por el interés general, lo primero para él, por lo cual no prendería la mecha de una guerra civil entre dos bandos y dejaría que España decidiera por sí misma su destino. Y así, se olvidó que, durante su reinado, se mantuvo vigente la Constitución más longeva de nuestra Historia, la de 1876, con cuarenta y siete años de existencia; se potenció la industrialización; se modernizó el sistema tributario; se procuró la recuperación económica y financiera; se desarrollaron las generaciones del 98, del 14 y del 27; se decretó la neutralidad en la Gran Guerra; se creó, sufragada por el propio Rey, la Oficina Pro Cautivos. Y así, se recordó la pérdida territorial de 1898, Annual, el apoyo a Primo de Rivera, la crisis económica de 1929.
Ochenta y nueve años después, el rey Juan Carlos I, abuelo de la princesa Leonor, conocidos los resultados que han ido arrojando las investigaciones financieras, se ha exiliado de España con nocturnidad, evitando al público y a la prensa, para arribar en destino desconocido, donde con probabilidad ha sido bien recibido. La Casa Real ha difundido la misiva escrita antes de su partida y dirigida al rey Felipe VI: «Majestad, querido Felipe: Con el mismo afán de servicio a España que inspiró mi reinado y ante la repercusión pública que están generando ciertos acontecimientos pasados de mi vida privada, deseo manifestarte mi más absoluta disponibilidad para contribuir a facilitar el ejercicio de tus funciones, desde la tranquilidad y el sosiego que requiere tu alta responsabilidad. Mi legado, y mi propia dignidad como persona, así me lo exigen. Hace un año te expresé mi voluntad y deseo de dejar de desarrollar actividades institucionales. Ahora, guiado por el convencimiento de prestar el mejor servicio a los españoles, a sus instituciones y a ti como Rey, te comunico mi meditada decisión de trasladarme, en estos momentos, fuera de España. Una decisión que tomo con profundo sentimiento, pero con gran serenidad. He sido Rey de España durante casi cuarenta años y, durante todos ellos, siempre he querido lo mejor para España y para la Corona. Con mi lealtad de siempre. Con el cariño y el afecto de siempre, tu padre». Y así, se ha marchado, percatándose de que lo mejor para la Corona era alejarse lo máximo de ella, sin confesar errores, como si la vida privada anulase la condición de Rey; pero afirmando que siempre ha deseado lo mejor para España y ha trabajado para ello. Y así, se ha olvidado que tuvo que soportar el desprecio de Franco hacia su padre y aceptar tanto la sucesión, para degradación y humillación del mismo (el heredero debió ser don Juan, abuelo del rey Felipe VI), como la instrucción franquista; que, durante su reinado, se auspició y forjó la transición hacia la democracia; se restituyó el pluralismo político, incluyendo la legalización del Partido Comunista; se promulgó la actual Constitución de 1978; se fulminaron (y lo hizo el Rey personalmente), en febrero de 1981, las últimas brasas del franquismo; se alcanzó el mayor avance cultural, educativo, industrializador y económico; se multiplicaron los derechos y libertades; se incorporó a España a nuevas instituciones internacionales; se consolidó la normalidad del Estado de Derecho, Democrático, Parlamentario y Constitucional. Y así, se recordarán sus escarceos amorosos, sus depósitos en paraísos fiscales, sus safaris, sus testaferros.
Si una persona es capaz de bondades y de pecados (pecados comprobados, con independencia de que hayan sido o no juzgados y sentenciados), ¿cuándo sus pecados entierran sus bondades? Si todavía se suceden los homenajes a un pederasta como Michael Jackson, ¿cuál debe ser la naturaleza de esos pecados?… En verdad, quien esté libre de ellos…