Quiero ser tantas cosas en la vida: desde astronauta hasta física. Por el momento soy filóloga y poeta, y gran parte de la culpa es del universo lorquiano, por el cual navego constantemente siguiendo –bien podría ser– las leyes de la astrofísica. Por ese motivo el pasado sábado llené mis ojos de «lágrimas de plata» cuando me senté en la quinta fila del Auditorio Municipal de Lucena para compartir 75 minutos más de vida con el genio poético del siglo XX. La compañía teatral Histrión hizo posible la burla a la muerte y al olvido gracias al guion que el director montillano Juan Carlos Rubio desarrolla en Lorca. La correspondencia personal, resucitando el alma y los cuerpos del hombre y la mujer que vivían en el artista.
Así pues, la obra comienza y finaliza con un marco en el que los actores introducen un nuevo plano de representación, empleando el metateatro como técnica para entrar en el recuerdo de Federico. En dicho marco, los actores Gema Matarranz y Alejandro Vera nos hacen reflexionar respecto a la muerte con una expresión cargada de energía y un lenguaje muy similar al del autor: «la madera de vuestro ataúd ya está cortada», y esa misma noche podría llenarla alguien de los allí presentes. La muerte es así: llega cuando llega y lo hace sin vacilaciones, «así pasen cinco años», treinta y ocho, dos minutos o sesenta –como es el caso–. La representación comienza una hora antes de la ejecución y asesinato de Federico, como una premonición que nos recuerda a la que el poeta realiza (¿)inconscientemente(?) en su «Fábula y rueda de tres amigos» publicada en Poeta en Nueva York:
Dichas intervenciones sobre la correspondencia personal del poeta superan los límites del monólogo: ambos actores encarnan la conciencia y el subconsciente de un solo ser. Por tanto, podría decirse que se trata de un monólogo interior de Federico que se desarrolla de forma «dual»; un monólogo basado en la exposición de la correspondencia que mantuvo con las personas de su vida –también interpretadas por Gema y Alejandro en nuevos planos de representación–. Pero, además, es este un monólogo que oscila entre el Federico masculino y el Federico femenino, lo cual hace que la apuesta de Rubio sea más que rompedora: es, incluso, integradora de las teorías LGTBI+, concretamente la homosexualidad y, un paso más allá, la disforia de género: en cada hombre vive una mujer, y en cada mujer un hombre, solo que la balanza se inclina hacia una construcción genérica u otra en mayor medida, independientemente o en relación a su sexo. Vemos, por tanto, la identidad de Federico representada de la manera más completa e imparcial que se ha visto jamás. Por esto, el guion supera los límites del monólogo: porque cuando habla Federico, sea en boca de la actriz o en boca del actor –ya sea masculinizada o afeminado–, habla la misma persona: un individuo infinito con sus múltiples conflictos internos, con diferentes voces afines o disonantes a esos conflictos y las diferentes relaciones interpersonales consigo mismo y con el resto (lo que me lleva inevitablemente al más reciente Hideaki Anno en su anime Neon Genesis Evangelion). Y es justamente el dualismo del personaje o, mejor dicho, la multiplicidad de Federico, lo que permite la presencia del dinamismo en escena, trasgrediendo el género, haciendo del monólogo un «diálogo monologado» –si se me permite esta afrenta a las teóricas tipologías del habla–; constituyendo, así, toda una burla al monólogo tradicional, una desvirtuación del género discursivo monótono por excelencia.
Por mi parte, poco queda que añadir más que una pequeña alusión a la puesta en escena: al juego de luces y sombras que Histrión trae sobre la pared constituida por A-Z extraíbles, con el cual integran la naturaleza del teatro contemporáneo; esto es, partir de elementos básicos para proyectar en escena otros espacios elaborados, como los rascacielos de Nueva York o la playa de Cuba. En la pared quedan cada vez más huecos, oquedades que son recuerdos, el pasado que resta tiempo a la futura hora de la inminente muerte del poeta; la cual se producirá en escena, cerrando con contundencia el segundo marco de la representación. Así finaliza el mise en abyme de Federico, conciliado previamente con un beso sellado en los labios de los intérpretes. Federico vuelve a ser uno en su muerte, quedando tan solo en su amado recuerdo, verde y jugoso; aunque, como alivio para los espectadores, Federico nunca se acaba: