El embrión humano
Quizá se evitarían muchos equívocos en materia de bioética si se profundizase en lo que es el embrión humano. Como es sabido, el embrión es el nombre que se da al ser humano en sus primeros estadios.
El origen del embrión está en el acto sexual. Solo uno de los 60 millones de espermatozoides de la eyaculación masculina, fecunda el óvulo femenino. El comienzo de la fecundación se produce por la penetración del espermatozoide en el interior del óvulo a través de su membrana.
A partir de ese momento y durante las horas siguientes se producen una serie de reacciones que dan por resultado la desaparición de esas dos células fusionadas y la transformación en una única célula que tiene la característica de no ser “una célula viva suelta”, sino “un ser vivo en estado unicelular”, que es algo bien distinto, según aseveran los científicos más destacados en la materia. Se le llama cigoto, y es cualitativamente distinto y superior a una célula híbrida producto de la fusión de los gametos.
Ese ser vivo ya tiene un eje corporal, marcado por el punto por donde el espermatozoide penetró en el óvulo. También tiene otras particularidades, de entre las que destaca el hecho de que posea un código genético original, distinto del que tenían sus padres, e idéntico al que tendrá a lo largo de todos los estadios de su vida prenatal y postnatal. También es de destacar que el cigoto sintetiza proteínas dirigidas a su propio desarrollo, y no solo eso, sino que interactúa en el cuerpo de su madre produciendo hormonas que detienen el ciclo menstrual de esta. El tamaño del cigoto es de unos 0,15 milímetros.
Prueba de que no es una simple célula sino un organismo unicelular es que por su propio impulso, a las 24 horas de la fecundación, se divide en dos células con distintas funciones y relacionadas entre si, una de las cuales, por división y evolución, dará origen al embrión propiamente dicho y la otra a los tejidos extraembrionarios.
El embrión se sigue subdividiendo en 4, 8, 16 células. A los cuatro días de la fecundación ya consta aproximadamente de 16 células, que están “compactadas”, esto es, con una clara diferenciación de las células interiores y de las exteriores, así como de los tres ejes, vertical, dorso-ventral y derecha-izquierda. El embrión se llama ahora mórula y se encuentra confinado en lo que se llama la zona pelúcida.
Al finalizar la primera semana de desarrollo se produce una “eclosión”, liberándose de la zona pelúcida, agrandándose de tamaño y comenzando el proceso de implantación o anidación en la pared uterina. En este estadio se llama blastocito. Para todo aquel científico que de verdad lo sea, es cosa sabida que el embarazo no empieza con la anidación, sino con la fecundación. Esta primera semana de vida humana está muy estudiada y está totalmente demostrada la continuidad vital desde el cigoto al blastocito, y no solo eso, sino que es el mismo ser vivo el que pasa por estas etapas.
El crecimiento del blastocito, como en los días anteriores, no solo es una subdivisión celular, sino una diferenciación orgánica cada vez más compleja. A las 3 semanas de desarrollo ya se pueden escuchar los latidos del corazón
A las 7 semanas de desarrollo ya se han formado los dedos, la boca, la nariz, las orejas, los ojos y los párpados.
A partir de la 8ª semana al embrión se le llama feto. Se produce la individualización del cerebro. No es que antes no existiera, sino que se individualiza.
En la 11ª semana el feto mueve las manos y los pies y se puede distinguir su sexo. No es que antes no lo tuviera. Lo tuvo desde el primer instante. Ahora se le distingue.
A partir de la 12ª semana, sabemos que percibe dolor y las investigaciones apuntan a que lo percibe desde antes de esta fecha.
Con 16 semanas el feto traga líquido amniótico y tiene huellas dactilares en los dedos de las manos.
Con 20 semanas—5º mes—la madre nota ya moverse al bebé.
Con 24 semanas es capaz de reaccionar ante ruidos externos.
En el 8º mes adopta la postura que mantendrá hasta su nacimiento.
Me parece que queda claro de este escueto repaso que existe una continuidad biológica del individuo, ya sea cuando está en el interior de su madre o ya haya abandonado el líquido amniótico para pasar a respirar en la atmósfera.
Se podrá objetar superficialmente que el embrión, sobre todo en sus primeras etapas, “no tiene aspecto humano”, a lo cual habría que responder que el embrión tiene el aspecto humano correspondiente a la edad que tiene, de la misma manera que un niño recién nacido no tiene el aspecto de un anciano, por ejemplo, y nadie duda que uno y otro son humanos. En consecuencia, desde el punto de vista científico, no se puede dudar que el embrión sea humano, por la continuidad biológica que en él se da con respecto al ser humano adulto. Un ser humano no lo es en función de sus cualidades o habilidades, sino en razón de su naturaleza, en función de la cual pertenece a la especie humana
Por tanto, tampoco se puede poner en duda que sea persona. Desgraciadamente solo ha habido dos circunstancias históricas en las que ha habido hombres a los que no se les ha considerado personas: la esclavitud, que fue abolida hace siglos, y los no nacidos. De esta última, la humanidad no se ha librado todavía.
Tampoco se le puede negar al embrión el derecho a vivir porque no lleve una vida independiente. Si lo miramos bien, ninguno llevamos una vida independiente. Todos nos adaptamos al medio en el que vivimos ¿Quién de nosotros podría vivir desnudo en el Polo Norte? Y esto no nos hace más o menos humanos. La dependencia no modifica en nada la naturaleza. Que el embrión dependa de la ayuda de la madre en modo alguno quiere decir que sea un apéndice o un grano que le ha salido a la madre o que carezca de los derechos que como ser humano le corresponden.
Basten por ahora estas breves pinceladas sobre el embrión humano que me parecen necesarias para poder abordar otras cuestiones sin apasionamiento, reconociendo la naturaleza que tienen las cosas tal y como las percibimos.
Antonio Moya Somolinos
Arquitecto
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