Opiniones

"El Periódico digital para el sur de Córdoba"

BOTSWANA

Me gusta escribir sobre temas que ya no están de moda. Mientras otros solo chapotean en los sucesos de la vida que van observando, me parece que detenerse a pensar en lo que ya pasó lleva a tener opiniones sólidas, que es lo que pretendo.

¿Qué es Botswana? A muchos quizá no les diga nada. Los chavales que estudian geografía quizá sepan que es un pequeño país al norte de Sudáfrica. No me voy a detener en descripciones. El que quiera que busque en Wikipedia o en cualquier buscador de Internet y leerá asombrado cosas muy positivas de ese país. Ahora bien, lo que en ninguna de las búsquedas que haga encontrará es que Botswana es un país interesante para cazar elefantes. Se puede decir que en Botswana están para cosas más serias que para exportar cacerías de elefantes, aunque haya gente que vaya a Botswana con la única finalidad de pegarle cuatro tiros a un paquidermo.

¿Han buscado ya “Botswana” en Wikipedia? Seguro que ya han adquirido un poco más de cultura. Seguro que cada cual tiene ya una impresión de ese país dependiendo de lo que más le haya llamado la atención sobre su geografía, su idioma, su población, su historia. Cada cual tiene ya una idea de Botswana.

Hay un lugar donde solo mencionar la palabra “Botswana” pone los pelos de punta a sus ocupantes. ¿Saben de quién o quienes hablo? Evidentemente, de la Casa Real. Me refiero a un asunto de los que no están de moda, de los que me gustan a mí. ¿Se acuerdan de aquel “lejanísimo” mes de abril, de cuando el Rey se fue con una rubia alemana a matar elefantes a Botswana, y en los gajes del oficio de la matanza de paquidermos se rompió el culo, y hubo que traerlo deprisa y corriendo a la Patria a que le operasen en una de nuestras clínicas? Eso sí, le dio tiempo a hacerse una foto junto a la rubia alemana delante de un elefante recién abatido.

Empleando lenguaje animalístico, lo que levantó la liebre de la cacería de elefantes fue precisamente la rotura de culo de su majestad. Si no, todo hubiera quedado en el más puro secreto ante el pueblo español, que no hubiera visto bien que el Borbón se gastara 45.000 euros en pegarle tiros a unos elefantes en compañía de una rubia alemana mientras aquí los españoles las pasan canutas con la señora crisis. Sin embargo, esto es lo que ha sucedido siempre con los Borbones, que iban detrás de los animales y de las mujeres mientras el pueblo no se enteraba y pensaba que el rey era el más preclaro servidor de la Patria.

Pero en este caso una inoportuna rotura de culo, normal en una persona de 74 años, dio al traste con todo el montaje. Salieron a relucir los 45.000 euros de nada que le había costado la aventura al titular de la Casa Real, aunque esos trompeteros que siempre están en torno a las personas relevantes se apresuraron a informar que la matanza de elefantes la había pagado un tal Mohamed Eyad Kayali, a la sazón un tipo forrado de Arabia Saudí que había sido la persona clave para la consecución del contrato de trazado de AVE en ese país por empresas españolas. Total, una mezcolanza bastante explosiva de lo que podrían ser presuntos delitos de cohecho, tráfico de influencias, corrupción y demás figuras penales en los que podría estar implicado el Rey. De hecho, está en marcha ante la Fiscalía Anticorrupción una denuncia contra el monarca por cohecho pasivo impropio al aceptar del magnate saudí ese regalo, que dejaría el asunto de los trajes de Camps en un juego de niños.

Este escándalo—se acordarán ustedes de aquellos días de abril—parecía que no iba a remitir. Recién llegado y operado en España, el Rey fue visitado por la Reina, que solo estuvo 20 minutos con él en el hospital…El que quiera entender, que entienda el lenguaje de los gestos. El descontento del pueblo crecía por días. Había que callar al pueblo como fuera.

La solución fue que, tan solo cuatro días después de ser operado, y en una situación de clara convalecencia que a cualquier paciente le hubiera llevado a permanecer en el hospital dos o tres semanas, el Rey fue dado de alta y al salir del centro médico en silla de ruedas, dijo esas palabras mágicas: “Lo siento mucho. Me he equivocado. No volverá a ocurrir”.

¡A buenas horas, mangas verdes! A los 74 años no parece que esté el cuerpo para muchos safaris. Ahora bien, que no vaya a suceder en el futuro no es lo importante. Lo verdaderamente importante es cuántas veces ha sucedido en el pasado a hurtadillas del pueblo español. Y también hay otra cuestión importante: en una democracia, en una verdadera democracia, en la que todos los ciudadanos son iguales ante la ley, no basta decir “lo siento, me he equivocado”, sino que hay que dimitir. Evidentemente un asunto como el de Botswana le hubiera costado el puesto a un presidente de la república, tanto si se pagó con fondos del Estado como si se lo pagó un magnate saudí. Por escándalos mucho más pequeños, en países serios como Gran Bretaña, Alemania o Austria han dimitido en los últimos tiempos políticos que hasta ese momento habían llevado una conducta ejemplar.

Las palabras del Rey al salir del hospital amansaron las aguas. En los meses siguientes ha llevado la política de “sudar la camiseta” asistiendo a una buena cantidad de actos oficiales con el fin de conseguir que el pueblo se olvide de una vez por todas que ese pequeño país sudafricano, llamado Botswana, existe.

Sin embargo, el incidente de Botswana refleja algo de mayor calado. Me refiero al papel de la monarquía en el mundo moderno, en el que más que súbditos, somos ciudadanos y donde la democracia como idea, es incompatible con una institución esencialmente no democrática como es la monarquía, aunque algunos—o muchos—se empeñen en la cuadratura del círculo llamada monarquía democrática o parlamentaria.

En nuestra joven democracia se viene haciendo desde la Casa Real y desde las instituciones del Estado un esfuerzo de plebeyización de la corona mediante una permanente campaña de imagen, de gestos y de propaganda con el fin de narcotizar al pueblo haciéndole creer que el Rey, la Reina, los Príncipes de Asturias y demás familia son como nosotros, unos más. Sin embargo, eso no es verdad, porque no hay transparencia en cuanto a los gastos y actividades de los miembros de la Casa Real. Esta vez le hemos pillado en Botswana, pero es la excepción. Tampoco rinden cuentas del dinero que los españoles les damos de nuestros impuestos. Ahora, después de 37 años sin hacerlo, han empezado a hacerlo. Ha tenido que ser una matanza de elefantes en Botswana la que lo haya provocado. Tampoco viven como plebeyos. Viven como reyes, aunque—mal de muchos, consuelo de tontos—seamos la monarquía que menos gasta en estos señores del papel couché. Y sobre todo, gozan de la más absoluta impunidad e inmunidad en todo lo que hacen. Véase el caso Urdangarín, pendiente de sentencia, en el que no se ha imputado a la infanta Cristina alegando que es plausible que no conociese las actividades de su marido a pesar de que estaba metida en las mismas sociedades de él y de que es su mujer.

¡Que no, que esto no es una democracia, que nos están tomando el pelo! ¡Que España no perdería nada si mandáramos a los Borbones a su casa y proclamáramos la Tercera República! El sistema de monarquía siguiendo las pautas del republicanismo cívico no funciona. Cada cosa debe aparecer como lo que es. No se puede coger una monarquía y jugar a ser república. O se es monarquía o se es república, pero lo que no se puede ser es un rey plebeyizado o un presidente monarquizado o que una casa real juege a compadrear mientras un presidente de república hace de emperador.

Me satisfaría que, tras la lectura de estas líneas el término “Botswana” adquiriera algo más de significado para unos cuantos lectores.

Antonio Moya Somolinos

Arquitecto

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