Martita es mi sobrina pequeña, aunque ya no es tan pequeña, porque tiene 18 años y ha terminado con esfuerzo y provecho el bachillerato.
Al llegar el momento de decidir su futuro profesional, Martita, a pesar de haber sacado siempre en junio los cursos, ha decidido orientar su porvenir hacia una profesión menos especulativa que las que se sirven en la universidad, es decir, más orientada al saber práctico. Como a Martita le gustan los fogones y las marmitas, se ha decidido por el mundo de la cocina matriculándose en una escuela de formación profesional de Madrid en el módulo de Cocina y Gastronomía-Jefe de Cocina. Es un módulo que dura dos años, tras los cuales piensa matricularse en otro módulo de Dietética y Nutrición. En total, cuatro años, que es lo que dura un grado según el plan Bolonia, con la diferencia de que con la cocina, la gastronomía, la dietética y la nutrición parece que se puede hacer en este mundo algo más que con los estudios de, por ejemplo, arquitectura, ya que en los tiempos que corren, en este país no se proyecta últimamente ni una caseta de perro, mientras que comer, comemos todos los días, e incluso buena parte de la población se interesa por saber qué come y si dietéticamente es algo adecuado.
Aparte de que presiento que Martita se lo va a pasar—se lo está pasando ya—bomba en la cocina, me parece sabia su decisión, entre otras cosas por hacer frente al mito de que la cocina es una profesión de segundo orden para la mujer. Como quiera que yo ya voy siendo mayor, mi experiencia de más de treinta años relacionándome profesionalmente con mujeres que han desertado de las labores del hogar para ir a perder el culo en pos de trabajos oficinescos o de viajar de la ceca a la Meca haciendo gestiones sin cesar, me hace fijarme en esas pocas mujeres que optaron por trabajar en casa dedicándose a hacer de esas casas, hogares, en los que el cariño entra por los ojos por medio de un plato bien cocinado, gustoso al paladar y pacífico al estómago.
Los estudios de Martita y un próximo libro de cocina de mi madre, ya difunta, que próximamente publicaré, me han llevado a interesarme más por ese mundo fascinante de la cocina, que no se reduce a aprender maquinalmente unas recetas de las que no se sabe el por qué de cada operación. Asimismo, conocer algo de las costumbres culinarias de egipcios, griegos, romanos, árabes, etc., supone un enriquecimiento cultural de primer orden puesto que la cocina es cultura, e incluso arte, ya que la belleza no se remite solo al sentido de la vista, sino a los demás, incluido el gusto, aunque este sea más inefable, hasta el punto de que, en la descripción de los sabores, haya que acudir a imágenes de otros ámbitos que no todo el mundo entiende, como por ejemplo cuando se describe cómo es un buen vino. El arte del paladar tiene algo de místico.
La cocina no es rutina, puesto que como todo trabajo humano, conlleva iniciativa y diseño. No hay un solo trabajo humano puramente mecánico o manual, sin alma, pues en todo trabajo pone su inteligencia el ser humano. No es lo mismo unas lentejas hechas en la termomix que unas lentajas artesanales hechas con amor. Hasta los platos que parecen más vulgares se pueden elaborar con “un no sé qué” que les hace ser gratamente diferentes. Me parece que estas son las cosas que va a aprender Martita en los próximos dos años. Lo voy a decir de otra manera: no es lo mismo una tortilla de patatas que una tortilla de patatas…de cojones. Me parece que se me entiende. Todas las profesiones tienen un duende, pero el duende de la cocina es especial.
Le auguro éxito en la vida a Martita en su nueva andadura. Sin menoscabo de lo que elijan los demás, creo que su elección profesional ha sido un acierto. Hablando del próximo libro de cocina de mi madre que pronto verá la luz, me decía el editor con confianza de confesonario: “Mira, Antonio, no te engañes, los libros que tú escribes pueden interesar más o menos a unas cuantas personas, pero el libro de cocina de tu madre interesará a todo el mundo, porque filosofar es una actividad para la que muchos no tienen el cuerpo dispuesto, ni falta que les hace; pero comer, eso lo hacemos todos”.
A mí estas palabras me han hecho pensar que el sentido de lo importante y de las personas importantes no siempre es el que aparece en los medios de comunicación o en los mentideros del mundo. Cada vez me doy más cuenta de que las amas de casa son el alma de la sociedad, que tiene más importancia una sopa castellana calentita que una conferencia sobre la patología del esternocleidomastoideo inflamado y su profilaxis.
En una palabra, que Martita es muy importante, aunque ella no lo sepa. Al menos su tío sí que se ha dado cuenta.
Antonio Moya Somolinos.
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