Llamó poderosamente mi atención hace unas semanas un titular de un periódico digital que rezaba así: “Putin promulga la ley que castiga con la cárcel las ofensas religiosas”. Se trata de una ley por la que quienes ofendan los sentimientos religiosos de los creyentes pueden terminar en la cárcel por tres años. La ley entiende como “notoria falta de respeto hacia la sociedad” las ofensas a los sentimientos religiosos. Las multas aparejadas pueden llegar hasta los 500.000 rublos (unos 14.000 euros) y 480 horas de trabajos obligatorios. Especial gravedad se considerará si la ofensa se lleva a cabo en lugar sagrado. También se penará con 50.000 rublos “la profanación de literatura religiosa, símbolos y emblemas de los distintos credos”, así como su destrozo.
Esta ley ha sido impulsada y aprobada después de que tres jóvenes del grupo punk Pussy Riot fuesen condenadas a dos años de cárcel por “gamberrismo motivado por odio religioso” llevado a cabo en un templo.
La promulgación de la citada ley ha levantado todo tipo de comentarios y opiniones. No ha faltado quien ha criticado a Putin de clericalismo; otros han sostenido que los ateos se ven discriminados respecto de los creyentes, pues no se respeta la libertad de su opción.
Me gustaría apuntar algunas opiniones.
Para empezar, no seré yo quien ponga la mano en el fuego por un tipo como Putin, formado en el KGB marxista y siempre caracterizado por no amar demasiado la libertad de expresión de quien no opina como él, concretamente de algún que otro escritor y periodista.
Tampoco me inspira mucha confianza la Iglesia Ortodoxa rusa, muy arrimada a quien ostenta el poder, no solo ahora, sino durante la etapa soviética; bien diferente a lo que caracterizó a la Iglesia Católica, que si bien ahora goza de una cierta libertad en ese país, no deja de ser mirada con recelo por la Iglesia Ortodoxa debido a la pujanza de su mensaje.
La tercera consideración que hago es que, como católico, preferiría morir mártir por mi religión antes que utilizarla para perseguir a otros por la suya.
La última consideración previa es que no conviene olvidar que Putin legisla para el pueblo ruso, profundamente religioso, no para masas de ateos al estilo europeo.
Hechas estas consideraciones previas, adentrémonos en la materia diciendo que la religión es lo más sagrado de la persona, más que los propios padres, ya que se trata de la unión con Dios de cada persona; por lo que una ofensa a la religión de un creyente produce más daño que la mayor ofensa contra los padres de cualquier persona. Por supuesto, más daño que cualquier ofensa o daño personal, físico o moral.
La sociedad, a través del derecho penal, del derecho público, tiene la obligación de proteger y defender a los ciudadanos de los daños y ofensas que se les produzca, y eso lo hace imponiendo penas. Una sociedad está más sana en la medida en que valora como un bien irrenunciable la religión de sus ciudadanos, y en consecuencia lo defiende. Y viceversa, cuando una sociedad no reacciona frente a las ofensas religiosas a sus ciudadanos, es que le importa un pimiento lo más importante de estos, lo cual es manifestación de clara decadencia y enfermedad moral de esa sociedad. Esto no es fanatismo, es sencillamente, ser coherentes con los principios morales.
Un ateo podrá ser todo lo respetable que sea, pero no menos que un creyente; de modo que si un ateo no tiene creencias religiosas que los demás deban respetar, un creyente tiene unas creencias religiosas que el ateo debe respetar, no por clericalismo, sino por orden público, porque siendo respetadas las creencias se respeta a la persona.
Tampoco es síntoma de respeto a los derechos humanos el ataque o la ofensa a los sentimientos religiosos de otros ciudadanos, sino más bien lo contrario. No está tampoco de más decir que el grado de una ofensa se mide, no por quien la hace sino por quien la sufre.
Nadie tiene por que estar obligado a practicar una determinada religión, ni siquiera a practicar alguna, pero el respeto a la religión de otros es algo irrenunciable en una sociedad, porque equivale a respetar a la persona en su intimidad más profunda.
No conozco el texto de la ley promulgada por Putin, pero para escándalo de los fariseos, diré que me parece bien, porque con esa ley se deja bien claro el papel que la religión—cualquier religión—tiene en la mente del legislador, que respeta a quien no tenga ninguna religión, pero protege con uñas y dientes lo más querido de sus ciudadanos, sus sentimientos religiosos, frente a los violentos que creen que pueden impunemente atacar lo más íntimo de las personas. Antonio Moya Somolinos.
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