Si tan convencido está Alfredo Pérez Rubalcaba de que el tratamiento que el Gobierno le está dando a la crisis económica del país no es el adecuado, cualquier persona con una mediana dosis de inteligencia -se lo reprochaba hasta Rajoy-, se ha de preguntar por qué la medicación que los socialistas le dieron a España entre 2007 -fecha de los primeros indicios claros de la recesión- y 2011, no sólo no surtió ningún efecto, sino que nos arrastró a una situación clínica de mayor gravedad a la que ahora hay que hacer frente con terapias más agresivas.
Comprendo que en el juego parlamentario y político – que triste lo de juego cuando tanto podemos perder- a la oposición no le quede -quedar, quedar le queda ser responsable, también- sino el recurso de la búsqueda del populismo, exigiendo de quienes gobiernan lo que ellos, si fuesen quienes tuviesen la responsabilidad de gobernar, de seguro no harían, como se ve que no hacen sus homónimos los socialistas franceses en el país galo.
De ahí que ahora pidan menos impuestos cuando sus políticas sociales las basaban en las subidas de aquellos, demanden menos desahucios cuando entre 2004-2011 se produjeron miles de estos y se endureció la ley facilitando los mismos, y critiquen las privatizaciones en la Sanidad cuando en Andalucía han montado un sistema de empresa pública sanitaria que no tiene nada que envidiar a la orgánica de cualquier hospital privado.
Eso si, no tienen los arrestos suficientes para apoyar sin fisuras el adelgazamiento de las administraciones, la desaparición de estructuras municipales deficitarias, la reducción drástica del número de concejales, diputados autonómicos y parlamentarios nacionales, o una nueva ley electoral que liberalice las listas, permitiendo a los ciudadanos que elijamos a quienes realmente deseamos y no a quienes nos impone tal o cual partido en una lista cerrada, mucho más dependiente de la organización política que la elabora que del pueblo que se ve obligado a votarla.
Que estamos mal y representan una tragedia los más de 5.000.000 de parados con los que cuenta España, hay que ser muy estúpido para no verlo. Pero vayámosnos al ejemplo de la economía familiar. ¿La solución cuando esta última entra en bancarrota, por el exceso de gastos y endeudamiento y la escasez de ingresos, es la de endeudarse aún más? Evidentemente no. Es más, resultará difícil cuando no imposible que haya quien nos dé más crédito.
La solución pasa, en primer lugar, por reducir los gastos, pagar las deudas y equilibrar el balance familiar para, una vez alcanzado este objetivo, comenzar un nuevo proceso de expansión, lógicamente, cuidando las medidas a tomar a fin de no caer en los mismos errores.
Pues algo parecido es lo que está haciendo el Gobierno y lo que, con unos matices u otros de menor calado, haría la actual oposición, máxime cuando nuestra “estructura familiar” no se reduce al territorio patrio sino que en su día decidimos ampliarla a toda Europa.
¿O es que hay quien piensa que nuestro Gobierno se está haciendo voluntariamente el harakiri? Estoy convencido que no. Lo que sucede es que el desfase que soportamos es mucho, nuestro crédito en Europa poco, y o somos capaces de poner a cero nuestras cuentas públicas o difícilmente el país podrá volver a la senda de crear riqueza y empleo.
Y no olvidemos algo. Todos, en alguna medida, hemos sido partícipes de la situación actual. No sólo hemos venido diciendo “si buana” al papá Estado en los años de las vacas gordas, demandándole además inversiones y gasto social que hoy no podemos mantener, sino que tampoco hemos ejercido un control estricto de nuestras economías domésticas, sin establecer demasiados márgenes de seguridad que nos permitiesen soportar momentos como los que ahora vivimos.
Por tanto, soy de los que piensan -tal vez porque me encuentre en una situación de estabilidad laboral, hasta ahora-, que el camino recorrido por el área económica del Gobierno es el acertado, porque además es el único posible, que en él vamos a dejarnos muchos logros sociales y que, finalmente, iremos descubriendo otro horizonte, todavía lejano, que ojalá afrontemos con mucha más racionalidad y con algo que raramente hemos tenido en cuenta, con muchísima más solidaridad con los países más desfavorecidos, de manera que hagamos un mundo más homogéneamente habitable.
Lo demás, el poner piedras en el camino porque el zurrón electoral está cargado de ellas, tendrá su razón de ser aunque, desde luego, muy alejada de la lógica.
Enrique Bellido Muñoz
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