Escribía, hace ya algunos meses, tras la designación de Juan Manuel Moreno como presidente del Partido Popular de Andalucía, que al margen de los defectos de forma y fondo que de hecho se produjeron en su nombramiento, y admitiendo el punto de no retorno, todos aquellos andaluces que buscasen una alternativa distinta al gobierno socialista/comunista, que nos mantiene en los peores registro europeos en cuanto a desarrollo económico, niveles de empleo y fracaso escolar, amén de los elevados índices de fraude y corrupción institucional, habrían de encontrarla en el nuevo dirigente popular y su proyecto para Andalucía.
Pasado este tiempo, creo que la premisa mayor de cualquier orientación democrática del individuo, el conocer qué se le propone y qué grado de compromiso adquieren quienes lo hacen, no se está poniendo en práctica en la medida que requiere una población como la nuestra que durante años viene recibiendo mensajes con un claro sesgo de la izquierda apoyados en medios afines o en la televisión autonómica. Infinitamente mayor debiera ser el esfuerzo, ya no sólo físico, de estar presente continuamente en cada uno de los rincones de nuestra comunidad dando razones a quienes no creen en el PP para modificar tendencias, sino también intelectual y organizativo a fin de conseguir pertrechar toda una variedad de medidas y propuestas que no sólo se sostengan sobre un sólido soporte estructural, sino que, además, revolucionen la atención de los andaluces y calen específica y homogéneamente en todos los colectivos.
Les comento esto porque no me ha gustado, en absoluto, el modo en el que Juanma ha afrontado su labor de oposición en dos episodios distintos de la vida política andaluza.
El primero de ellos nace de la posible aspiración de la presidenta de la Junta, Susana Díaz, a acceder a la Secretaría General de su partido o a ser candidata a la Presidencia del Gobierno de la nación en las próximas elecciones. La respuesta inmediata de Moreno fue intentar hacer "sangre" pidiéndole a Díaz que se definiese en su "juego de tronos", como si en política dicho juego no representase la razón de ser de la mayoría de nuestros dirigentes y en el seno del propio Partido Popular, en la etapa de Javier Arenas al frente del mismo, los tronos no hubiesen sido moneda de cambio, al margen de compromisos electorales adquiridos.
El segundo episodio lo ha desencadenado la referencia que el Papa Francisco hacía a los elevados niveles de para juvenil que viene soportando Andalucía. Inmediatamente, casi "a vuelta de correo" la presidenta de la Junta ha remitido una carta al Sumo Pontífice trasladándole la preocupación de su Gobierno por esas cifras y "el deseo de sumar fuerzas para dar a muchos miles de jóvenes un aliento de esperanza en un presente y un futuro que entre todos debe estarse construyendo ya hoy". La respuesta de Juan Manuel Moreno no se ha hecho esperar calificando como "cínica" la actitud de Susana Díaz, "al intentar utilizar al Papa en su beneficio para alcanzar el liderazgo nacional del PSOE", a la vez que afirmando que "sólo alguien instalado en la soberbia puede plantear un debate cara a cara con el Pontífice".
No soy de los que piensan que la decisión de Díaz haya sido estratégicamente desafortunada, sino todo lo contrario, ya que fue el propio Francisco quien pone el ejemplo de Andalucía -absolutamente real- y a ella, como presidenta de la Junta, le compete, de forma muy respetuosa, como entiendo que hizo, dar la respuesta que dio. Otra cosa es que para desgracia de Díaz y sus antecesores en el cargo, el PSOE ha estado gobernando ininterrumpidamente en Andalucía durante más de treinta años, teniendo que asumir la imputabilidad de ese alrededor del 60% de paro juvenil existente, por mucho que se muestre preocupación por ello.
No, no debe Moreno Bonilla marcarse la diana de su labor de oposición en la crítica a Susana Díaz, sino que debe ganarse, en primer lugar, el respeto personal y político de los andaluces en base a su capacidad para generar alternativas, para más tarde acceder a un liderazgo social que hoy no ocupa.
Las críticas personales son, en ocasiones, indicativas de la incapacidad para abordar los problemas desde ópticas más complejas y, por supuesto, más racionales.
Por cierto, y aunque no viene al caso, la diana de la semana ha sido la abdicación del Rey. Aunque las claves de la misma habrán de ser objeto de estudio y España no atraviesa por sus mejores momentos de conflictividad social y política, creo que se dan motivos suficientes -también familiares- para que Juan Carlos I los viva sin ser Rey de España. Felipe VI asume un papel complejo que precisará de los mejores asesores.
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