En septiembre de 2013 la Comisión de Igualdad del Congreso de los Diputados aprobaba un informe para la Racionalización de los Horarios que recomendaba al Gobierno implantar el horario británico en España, como una de las fórmulas para acabar con los “tiempos muertos” de la jornada laboral española y estudiar la posibilidad de cambiar el huso horario de nuestro país para adecuarlo al que teníamos hasta el inicio de la Segunda Guerra Mundial y que coincide con el horario solar en España.

Con una legislatura agonizante, que vive estos días los últimos estertores de su existencia, aquel informe, como tantas otras iniciativas y propuestas presentadas en el transcurso de la misma, ha quedado convertido en papel mojado.

En 1942, cuando la victoria del nazismo parecía imparable, Franco decidió abandonar la referencia del meridiano de Greenwich y adelantar los relojes españoles en 60 minutos para que la hora de España marcara la misma de la Alemania de Hitler y de la Italia de Mussolini. De esa forma los tres regímenes fascistas se regían por el mismo horario.

Siete décadas después, ahora que España vuelve a ir al paso que marca Alemania en el concierto europeo y Mariano Rajoy se ha convertido en rendido admirador confeso y compañero de paseo habitual de la canciller Angela Dorothea Merkel, además de uno de sus súbditos más obedientes, justamente ahora los españoles nos empeñamos en querer ir a la hora de Londres, que es lo mismo que decir la metrópolis de Gibraltar, cuyo famoso contencioso continúa hoy más vivo y envenenado que nunca.

¿Y todavía nos extraña que el mundo no nos entienda a los españoles?