Con predilecta relevancia, entre los escasos reyes y reinados de España arrinconados por desdeñoso interés colectivo, como marchitados por la Historia, está el de Fernando VI. Y quizá sea así no porque los logros de su reinado fueran discretos, desfigurados de objetivos supremos, sino por la amplia sombra tanto de su predecesor como de su sucesor, la cual toldó la figura y obra de un rey intachable durante un reinado de trece años.
El 23 de septiembre de 1713, el Tratado de Utrecht ya tenía meses de andadura, aunque la Guerra de Sucesión, una de las más sangrientas y crueles de la Historia, considerada por algunos como la verdadera primera guerra mundial, todavía colearía con los reductos de Barcelona y Mallorca. Para numerosos afanes, la designación del francés Felipe de Borbón, duque de Anjou, nieto de Luis XIV, frente al partido del Archiduque Carlos de Austria, suponía un conflicto para los privilegios reconocidos por los Habsburgo y con la previsible formación de una insuperable fuerza hispano-francesa, de consuno con la apertura del Imperio español al comercio francés, que la Gran Alianza (Austria, Inglaterra, Países Bajos, Prusia, Portugal y Saboya, entre otros menores) no estaría dispuesta a consentir. Y, con el bando borbónico, por un lado, y el austracista, por otro, se lio, claro.
La cuestión es que Fernando, aquel día de septiembre de 1713, fruto del matrimonio entre Felipe V y María Luisa Gabriela de Saboya, se convirtió en el tercero en la línea sucesoria, después de sus hermanos Luis y Felipe Pedro. Cinco meses más tarde, falleció María Luisa y Felipe V contrajo matrimonio con Isabel de Farnesio, de quien se cuenta intrigó lo posible para favorecer la preeminencia de su primogénito Carlos ante la línea dinástica de sus hermanos. Pero un hecho insólito (tal vez dos) acaeció en 1724. Felipe V, en enero, abdicó en favor de su hijo Luis. La razón es una incógnita casi tan grande como la que llevó a su designación testamentaria como rey de España. Unos la achacan a una sibilina estrategia política, previendo acceder al trono de Francia, por la prematura muerte de Luis XV, pues el Tratado de Utrecht prohibía reunir ambas Coronas en la misma persona. Otros, a un fuerte deterioro de su salud mental, padecida por las insuperables pérdidas de su primera esposa y de su segundo hijo, Felipe Pedro (falleció en diciembre de 1719), o simplemente por una avería psicológica ordinaria. Sin embargo, el jovencísimo Luis I, quien se crio como un chaval atlético y saludable, enfermó de viruela y murió en agosto de aquel mismo año de 1724. Entonces, con un abracadabrante, a la par que rocambolesco, movimiento, esputando sobre la legítima sucesión de su hijo Fernando, Felipe V recuperó la Corona, que abrigó sus sienes nada menos que otros veintidós años, hasta su fallecimiento en julio de 1746.
Así, Fernando VI sucedió al primer Borbón de España, cuyos triunfos político-administrativos (incluido el desprenderse de su presumible condición de títere de su abuelo) y militares (durante la Guerra de Sucesión combatió al frente de las líneas de batalla) revitalizaron un decaído Imperio español a lo largo del siglo. En contraposición, Fernando VI se preocupó mucho de sostener la gestión del vasto territorio imperial, pulirlo de hosquedades y consolidar su administración; se concentró en los asuntos internos, priorizándolos, cosa que no siempre obsesionó a sus antecesores; se libró de la reina viuda Isabel de Farnesio y de su grupo de cortesanos italianos; e impulsó una política de neutralidad y paz en el exterior para facilitar las reformas internas, ganándose el sobrenombre de el Prudente. Además, supo rodearse de las personas adecuadas, a través de las cuales ejecutó la política de gobierno, como Zenón de Somodevilla y Bengoechea, marqués de la Ensenada, Secretario de Hacienda, Marina e Indias; José de Carvajal y Lancaster, Secretario de Estado y Presidente de la Junta de Comercio y Moneda; y Pedro Rodríguez de Campomanes y Pérez-Sorriba, Director General de Postas y Correos.
Durante el reinado de Fernando VI, se fraguó el Catastro; se proyectó el sistema impositivo de proporcionalidad; se constituyó la Real Academia de las Bellas Artes de San Fernando; se amplió la capacidad constructiva de los astilleros, al objeto de fortalecer y modernizar la armada, y de los propios puertos; se eliminaron las aduanas interiores y liberalizó el comercio; se fomentaron las obras públicas y la conexión intrapeninsular, y no sólo por tierra, con la iniciación de la construcción del Canal de Castilla y la ideación del Canal del Manzanares; se promocionaron los estudios hidrológicos, para dotar de eficiencia a los sistemas de riegos y optimizar la agricultura; se reforzó la industria de la seda; se instaló en Sevilla la mayor fábrica de tabaco del mundo; se fundaron las compañías comerciales; se procuró vigorizar el peso internacional de España, durante la Guerra de Sucesión Austriaca y la de los Siete Años; se promovió la expedición de Límites del Orinoco, en aplicación del Tratado de Madrid de 1750 (pese a que generaría una pugna con los jesuitas que acabaría costando el puesto al de la Ensenada); se sumó la sección de Minas a la citada Junta; se perfeccionó el servicio de correos, con la racionalización de las tarifas, el reparto a domicilio, el oficio de cartero, las bocas de buzones en las estafetas, los distritos postales (aún arcaicos), los certificados. Por último, fiel reflejo del periodo histórico de la Ilustración, se incentivó un exhaustivo estudio científico a raíz del devastador terremoto de Lisboa de 1755.
La honda tristeza por el fallecimiento de su esposa, Bárbara de Braganza, en agosto de 1758, agravó la ya delicada salud del Rey, quien, prácticamente, se recluyó con un agrio carácter y tendencias autodestructivas. Falleció Fernando VI el 10 de agosto de 1759, su cadáver se trasladó al Convento de las Salesas Reales, edificado a instancias del matrimonio real, donde aguardaba el de su esposa. De hecho, Fernando VI es uno de los cuatro reyes de España cuyos restos no se hallan en El Escorial (tampoco los de Felipe V, José I y Amadeo I).
Le sucedió su hermano Carlos, quien reinó con el nombre de Carlos III.