El mes de mayo en Córdoba, bonito donde los haya, es un mes donde todo él está lleno de colorido, olores, sabores, que impregnan de manera total los sentidos más exigentes. Un año más he podido contemplar el inicio de todos los actos lúdicos festivos que se desarrollan a lo largo de todo el mes, con la romería de Santo Domingo. Se empieza con la batalla de flores, donde las balas son claveles y las heridas sonrisas, pasamos a la cata del vino y tapas donde las papilas gustativas saltan de alegría una y otra vez en perfecta comunión entre cepas y dehesas, seguimos con las cruces y patios en donde los sentidos de la visión y el olfato se embelesan ante tanta belleza floral y perfume natural que envuelve el ambiente y, por último, la feria en donde la explosión del todo se funde con todo, arte, color, olor, sabor, alegría, fiesta popular abierta a todos los que quieran visitarla y vivirla. El final de tanto bullicio y jarana culmina con otra romería, la de la Virgen de Linares.
Pero… volvamos al principio y motivo de este artículo, la romería de Santo Domingo. Es el arte del papel hecho carrozas. No las conté pero al menos 15 o más iban una tras otra camino de la ermita. El cortejo lo encabezaba una veintena de caballistas ataviados con traje corto, sombrero de ala ancha y zahones, como manda la tradición. Les seguían otras tantas carrozas, todas preciosas adornadas con motivos, hechos con flores de papel, característicos de esta ciudad y las personas de su interior vestidas con trajes de gitana las señoras y de corto los señores, a juego en colores con los adornos externos de la carrozas.
Hasta aquí todo perfecto, precioso, un recreo para la vista, pero lo más llamativo es que fuese solo para el sentido visual, incomprensible viviendo en Andalucía, siendo como es una fiesta alegre, parecía una columna en formación hacia el cadalso, linda pero triste. La mayoría de las carrozas en silencio, otras, las menos, cantando sevillanas tan bajito que al pasar delante de los que lo veíamos perplejos, apenas si las oíamos. Inauguraba el cortejo vehicular un camioncito con un altavoz en el que se podía escuchar el tema “Caminito de Santo Domingo” a media voz, que al ir en calle abierta resonaba más bien poco. Mujeres de diversas edades regalaban claveles a las personas que se encontraban a su paso tirándolos desde su pedestal, todo con mucha rectitud y recato, sin pizca de la algarabía propia de estos eventos. Pareciera más bien que estuviésemos en cualquier país norteño en vez de en una ciudad andaluza donde la gracia y salero inundan calles y plazas y el espíritu de sus gentes se regocijan de todo ello. ¿Qué pasa en Córdoba? ¿Acaso no consideran señorial tal comportamiento folclórico? ¿Tienen miedo a perder su identidad de clasicismo añejo? ¿Quizás los organizadores de esta romería son mayores para dinamizar el tránsito callejero? Ignoro cuál será el problema, pero si no se remoza y rejuvenece este festejo, todo el trabajo que se intuye en poner a punto todas las carretas, que debe ser bastante, se verá deslucido año tras año en detrimento del significado de dicha peregrinación.
Pónganse las pilas y lo mismo que han puesto en valor los patios, haciendo de ellos un icono en el florido mes primaveral, realcen la figura de sus romerías dándoles la alegría que se merecen.