Cayetana Correa Delgado
Lo perfecto es lo relleno, lo completo, ya lo decía las Gestalt con su Ley de Cierre: "Las figuras, imágenes, de personas, animales, elementos, palabras, etc. se perciben completas aunque no sea así".
Ante la angustia de la incomplitud de esta figura, nuestra organización viso-perceptiva tendería apercibir el círculo, aunque le falte un trazo, obviando así ese espacio en blanco que no es más que un defecto de imprenta.
Y con todo pasa igual, ante la más mínima visión de la falta, nos inventamos algún objeto (o persona que haga de objeto) que la colme, llámese coche, compras, trabajo, status…
La ilusión de un objeto que vendrá a ocupar el hueco, cerrando el círculo para siempre. No hay castración, no hay nada en lo que ceder, donde decir “aquí me corto un pelo”. ¿Por qué habría de haberlo? La parcialidad es incómoda, preferir el todo o nada es un síntoma de nuestra cultura, y una de las características de la neurosis obsesiva, preferir el imposible a la parcialidad, el “para hacerlo a medias, mejor me estoy quieta”, presuponiendo, ya, desde el principio, que hay un modo perfecto o completo de hacer las cosas.
Así, la alucinación, vienen a acomodarse de un modo normal, convirtiéndose en imágenes reales de nuestro día a día, “no es suficiente, si queda un hueco hay que rellenarlo”, la ley del más a toda costa, del caballo grande ande o no ande no es más que una elaborada venda sustentada por todo un sistema económico, político y social, que nos impide asumir el vacío, la parcialidad, el “no somos perfectos, siempre habrá algo que nos falte” a fin de cuentas, la humanidad.
Los niños ya tienen dislexia si no saben leer con 5 años, hacen deberes durante horas, tienen clases particulares en casa cada día porque un padre no puede soportar que las matemáticas simplemente no se le den bien.
Sumando y siguiendo en este caos propio de la sociedad psicótica en la que vivimos, que nos grita como las voces que hostigan a los esquizofrénicos, “No hay falta, podrás ser un hombre completo, una mujer alfa…”.
Y al final, esa omnipotencia será la que termine por esquilmarnos, si no hay vacío, si asumimos que no queremos ningún hueco por el que escapar, estamos condenados a permanecer quietos, sin vacío no hay movimiento, porque nada falta, porque nada se necesita, sin falta, por muy paradójico que resulte, no hay deseo.
Cayetana Correa Delgado
Psicóloga y psicoanalista
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