Después de un largo invierno en el que la crisis nos ha dado a todos hasta debajo de la lengua, llegamos al ecuador del terrorífico y tórrido verano (aunque según mi abuela “el verano está ya terminado”) después de una escasa primavera.
Quiero subrayar lo de terrorífico y paso a explicar algunos de mis motivos para calificarlo así y creo que más de uno estará de acuerdo conmigo.
Como buena y sufrida madre, rezo fervorosamente todos los años con los preparativos de la fiesta de fin de curso de mis niños para que lleguen pronto las vacaciones, aunque una vez metida en faena veraniega, vuelva a suplicar a todos los dioses conocidos para que el retorno del colegio llegue pronto.
Es verdad, a algunas mujeres no hay quien nos entienda, pero algunas llegamos a entendernos.
Como no tenemos hartura ni arreglo, en mayo más o menos, en plena operación burkini, solemos tener una visión idealizada del verano, como una época de paz y tranquilidad. Nos imaginamos haciendo nuestra entrada triunfal en una playa perfecta, con un modelazo comprado pensando en esas lorzas que van a desaparecer durante nuestro periodo pre vacacional a golpe de gimnasio y dieta. En ese capazo tan mono a juego, llevamos un libro y auriculares para escuchar música, casi nada. Los niños ideales y educados juegan en el agua cual sirenitas y tritones, en definitiva, un panorama ideal. Pero todas sabemos que la realidad es otra…
Las lorzas siguen ahí empeñadas en no abandonarnos cual buen desodorante, el modelo no es apto para correr tras los niños por la playa y embadurnarlos en crema protección 50 para que no se achicharren vivos. Al intentar salvar al pequeño de una ola asesina, esta nos da un revolcón que nos pone el bikini del revés y nos deja arena en los sitios más insospechados. Al final de las vacaciones, nos encontraremos libros y auriculares intactos en el fondo del capazo ahora convertido en vulgar caja de pandora playera.
A estas alturas, el nivel de estrés veraniego ha subido en función de las altas temperaturas y las hazañas playeras de nuestros hijos.
Y de repente, para ayudar a que la tensión nos suba hasta que nos estalle una o dos venas, suena el móvil.
Es el patriarca de la familia convocándonos a todos a la tradicional comida familiar chiringuitera del verano.
La happy convivencia familiar, los 40º grados que nos atiza el terral y el exceso de cervecitas trasegadas para “celebrar” este evento, hacen que cualquier opinión, por absurda que sea, abra un intenso debate, que sólo puede terminar de dos maneras:
- Aceptar al pulpo como animal de compañía tal y como sugiere nuestro queridísimo cuñado y acordarnos por lo bajini del árbol familiar del susodicho.
- Terminar la comida con un combate de Pressing Catch familiar.
Hay una tercera opción con la que los cabeza de familia suelen aplacar mucho los ánimos. Anunciar que por ser un día tan especial, hay barra libre de gintonics, por su puesto corren de su cuenta. No hay nada que calme más los ánimos que una hora feliz de combinados a cascoporro, mientras trasiegan a destajo, no les queda tiempo de hablar mucho y esto suele ser en muchos casos terapéutico y relajante para más de un cuñado y un bálsamo de paz y tranquilidad para el resto de la happy family.
Que no digo que les guste beber en exceso, ojo, es que el calor es muy malo.
Al término de uno de estos días, siempre suelo hacer una sesuda reflexión y llego a la misma conclusión: qué hago yo aquí con lo bien que estaría en mi casa, con el aire acondicionado, los niños jugando a la play y yo durmiendo una buena película en el sofá. Si es que no tenemos hartura!
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