España acaba de ganar el mundial de futbol y no cabe duda de que ha sido así porque la selección es un equipo genial, trabajan, se esfuerzan, perseveran y, finalmente, triunfan, aquí no hay suerte sino trabajo constante. El vértigo emocional que ha causado en mi alma el éxito del equipo español me ha impulsado a sentarme y escribir el presente artículo para un gran amigo que hace días me pidió escribiese algo para su nuevo proyecto y, a fe mía, que esto es parecido al parto de los montes porque, como decía Heráclito, nunca beberás dos veces en el mismo río ni te encontrarás dos veces con la misma persona ya que todo cambia, la evolución es un atributo cósmico. Obviamente, yo no soy el mismo que era hace unos meses dado que mis circunstancias vitales ya no son las que eran entonces. Que sepa mi amigo que escribir el presente es un sacrificio, no tengo la suficiente tranquilidad mental, he pasado de una época en la que pasaba el tiempo pensando, diseñando proyectos intelectuales, escribiendo, a otra en la que lo único importante es la acción.
Pero mi amigo se lo merece porque ya no es el amigo que yo conocía, se renueva, cambia, mejora y cual ave Fenix es capaz de renacer de sus propias cenizas. Le deseo, como a nuestra selección, un gran triunfo que, como con nuestra selección, deseo y celebraré de todo corazón.
La genialidad funciona en todos los aspectos de la actividad humana. Por ejemplo, a mi me parece genial el invento de la rotonda como instrumento para ordenar el tráfico rodado. No sé muy bien a quién se lo debemos aunque sí sé que la primera rotonda se construyó en Estados Unidos y que fue algo más tarde en Inglaterra donde se estableció lo que luego llegó a ser un convenio internacional, que los vehículos del interior de la rotonda tenían preferencia sobre los que trataban de acceder a la misma.
A mi amigo no le falta genialidad y lo ha demostrado en más de una ocasión. Se le suele quitar mérito a la genialidad porque la gente tiende a pensar que ser genial es algo fácil, algo con lo que se nace, una especie de don innato que no se adquiere con el sudor de la frente. En ocasiones se identifica la genialidad con la suerte, si nos referimos a la historia de la ciencia hay quien puede exclamar ¡qué suerte tuvo el químico sueco Kekulé cuando, según la leyenda, quedó dormido en un autobús urbano y en sueños se le ocurrió la genial idea de que la estructura de la molécula del benceno estaba formada por seis átomos que formaban un anillo! Kekulé fue uno de los padres de la química orgánica moderna y hasta que él tuvo esa “suerte” todos los compuestos orgánicos conocidos eran de cadena lineal y a nadie se le había ocurrido que pudiesen formar anillos. Cuando se lee la historia del famoso sueño de Kekulé se suele olvidar que el químico sueco llevaba meses trabajando en su laboratorio tratando de desentrañar la estructura del benceno, sólo pensaba en resolver el problema y finalmente después de muchos días de trabajo extenuante en su laboratorio quedó dormido mientras viajaba en un autobús y soñó con seis átomos de carbono que serpenteaban uno detrás del otro hasta que en un momento determinado, como una serpiente que se muerde la cola, formaron un anillo. En ese mismo instante despertó y se dio cuenta que había encontrado la clave de la estructura del benceno, el primer compuesto orgánico de cadena cerrada conocido por el hombre. ¡Qué suerte! Sin embargo, este hallazgo fue el resultado de un trabajo obsesivo y constante que se prolongó durante muchos meses y que hizo que su mente, que trabajaba en la penumbra del inconsciente, emitiera un destello de genialidad que él supo captar e interpretar adecuadamente porque estaba preparado para hacerlo. Esto no fue como la lotería que le puede tocar a cualquiera sin necesidad de un trabajo previo.
Lo anterior no significa que la suerte no exista y no juegue un papel importante en la historia de los descubrimientos científicos. Louis Pasteur que fue un científico genial también tuvo mucha suerte, y él era consciente de ello, hasta tal punto de que se justificaba diciendo que en el campo de la ciencia la suerte existe pero que sólo favorece al investigador preparado, lo cual es cierto. Durante la brillante controversia que mantuvo sobre la generación espontánea la suerte le favoreció porque eligió el caldo de carne como el material de sus experimentos; su oponente, Pouchet, realizaba las mismas experiencia que Pasteur y sin embargo obtenía resultados opuestos por tanto no tenía más remedio que afirmar que la generación espontánea era un hecho, su mala suerte fue que como material para sus experimentos empleaba caldo de heno que, hoy sabemos, es muy difícil de esterilizar dado que contiene bacterias esporuladas las cuales resisten incluso los más rigurosos procesos de esterilización. Por su parte, el caldo de carne se esteriliza con una simple pasteurización.
Georges-Louis Leclerc, conde de Buffon, que sin duda fue genial, contestaba a la pregunta de Diderot ¿qué es la genialidad? diciendo que la genialidad no era otra cosa que el resultado del trabajo ordenado y constante. Según Buffon, la constancia era la madre de la genialidad y creo que no andaba descaminado porque sin el trabajo constante y concienzudo las ideas geniales no son más que ráfagas de viento fresco que al final terminan perdiéndose.
Yo a mi amigo, que ya tiene la genialidad, le deseo suerte en su nueva andadura y constancia en el trabajo para que sea capaz de atrapar esas ráfagas de aire fresco que estoy seguro lo harán triunfar.
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