“Es de los mejores galardones que hemos dado; es una novela singular, arriesgadísima”, afirmó Jorge Herralde, el veterano editor de Anagrama al concederle a escritor mexicano Álvaro Enrigue el Premio Herralde de Novela de 2013 por su obra Muerte súbita. Un premio otorgado con transparente limpieza, nada de esos apaños imitadores de políticos carpetovetónicos, sino por la inventiva desafiadora y arriesgada de su contenido, del mérito propio que provoca su lectura. Una lectura que absorbe a la vez que embruja trasladando al lector al mundo clásico de la creación provocadora de un cambio en el espacio creativo, pues, como si no, se puede adentrar en la aventura que se representa el lector invitado a presenciar un 4 de octubre de 1599 a las doce en punto del mediodía, en las canchas de tenis pública de la plaza de Narbona un duelo con todas las de Caín, donde se juego el triunfo o derrota entre el joven artista italiano Caravaggio y el poeta español de agudo ingenio y estilete Quevedo. Ingenio y fantasía agitaba aquella Roma a un año de decirle adiós al siglo XVI esas partidas de tenis sin estos medios de comunicación con los que hoy se cuentan para manipular las multitudes manipulan, partidas desafiante con pelotas hechas con pelo humano. Por lo que no debe faltar imaginación y cierto regusto morboso para imaginar el escenario.
Por que lo que se plantea en la narración desde una verdad histórica resulta ser las “dos versiones de la modernidad en el momento en que ésta estalla: por un lado, Caravaggio, con una idea del arte más cercana a Andy Warhol que a Miguel Ángel, homosexual declarado, condenado a muerte por el papado y representante más laxo de la Contrarrefoma, ante un Quevedo más estricto y marcado por la rigidez y el lastre del imperio español” jugando una curiosa leyenda no falta de morbo en la que se cuenta la leyenda o verdad sobre que determinadas pelotas para las partidas tenis según criterios de quienes aseguran se elaboraron con “las trenzas crepusculares de Ana Bolena que un mercenario había robado tan cotizada pieza propia para despertad deseos” A lo que el autor de la narración, que para eso es mexicano, nos traslada al México colonial y no ser menos al contarnos como la Malinche se “sienta a tejerle a Cortés el regalo del divorcio más tétrico de todos los tiempos: un escapulario hecho con el pelo de de Cuauthemoc”, o cuando el Papa Pío VI buen aficionado al tenis, desata sin darse cuenta a los lobos de la persecución y llena de hogueras a Europa y América. Y se suceden las historias con Carlos I y la Utopía de Tomas Moro. Y es que son tiempos donde el mundo se conmueve en esa tierra que ya es redonda le pese a quien le pese, necesitada de cambio propio en un capítulo de la historia exigente para desarrollar el presente creando hacia un futuro ampliado la verdadera realidad, aunque luego esta sea presentada en función de los intereses de los poderes establecidos en los tiempo que van describiendo la historia del mundo en toda su amplitud, grandezas y miserias.
Un poeta luminoso, crítico de afilado humor descreído, frente a un pintor contestatario que crea sus personajes en las telas con una furia y realismo desafiante. Ese Caravaggio todavía no célebre y pobre, descalificado, que tiene que una vez pintado “Judit corneando la cabeza de Holefornes que mide dos metros por metro y medio”, cuadro difícil de trasportar, él mismo se lo hecha al hombro y cruza la plaza de San Luis de los Franceses en Roma de una a otra parte hasta entregarlo en la residencia del banquero Vincenzo Giustiniani, que fue el comprador de la obra. Esta es esa muerte súbita que muestra la vivacidad y capacidad imaginativo de Álvaro Enrigue para exponer su maestría y aventura literaria contando una historia, representada por los más polémicos y célebres personajes históricos que han entrado en la historia del mundo de las artes y la política, ganándose el pintor el espacio que considera le corresponde dada su capacidad creadora con no menos sagacidad y furia y poder sobrevivir y ser reconocidos por lo poderes de una sociedad en total y desafiante efervescencia de cambios, y conseguir dejar marcados sus pasos en los tiempos que les correspondieron hasta el infinito de la posteridad y el gozo que provoca recrearse en sus obras.
Añadir nuevo comentario