Que ya se acabó el rollo, pimpollos. Que si no han cortao ustedes bacalao este verano es porque son tontos, medio tontos o se están entrenando para serlo. Y es que no he visto más yates o yatecitos este año que en Eivissa, repletos de gente guapa poniéndose hasta las cejas absolutamente de todo. He visto a muchos ex, que es lo que se lleva ahora por las “pitiusas”. Que lo del tractor amarillo, eso se quedó para la España más profunda que dicen los analistas. En las dos semanas que me he podido permitir ojear lo que ronda por la “isla bonita” no he parao de observar, alto obligado, puestas de soles espectaculares, por la belleza de las mismas y por el misticismo con que se las contempla desde el minarete de riscos desgastados debido a la esperanza universal del hippismo. Y entre puesta y puesta, un mogollón de tenderetes de colores inimaginables enmarcados en lino; y en uno de ellos, al fondo, envuelto en el humo de la marihuana, aquel aprendiz de brujo recién llegado de las marismas marcando el cuero a golpes de troquel.
Que el final no es que esté al llegar, es que ya llegó hermanos. Que si no han elegido el disfrute es porque todavía andan con los prejuicios propios de los pecados capitales y esas cosas… ¿A quién le importa, que diría Alaska? Que vaya festín que se pegó el Banderas, junto a su “extranjera”, la Lomana y otros seres de índole parecida, a mediados de este mes en Marbella. ¡Como debe ser! Ya está bien de tanta mojigatería, de tanto hipócrita suelto que después, en la vuelta a las oficinas, se te dejan caer con que se fotografiaron junto a la baronesa Von Braga de Nüremberg y que lograron decirle un más que hola y compartir un poquito de velada con Huberto de Holhenhole. O que en la piscina del Marbella Club coincidieron con José María Aznar y Ana Botella (¡lagarto, lagarto!); aunque este matrimonio me parece a mí que es más bien de los que practican lo que se llama golf. Y estarán los que te digan que en uno de los saraos de la costa del sol, y entre copa y copa, lograron acariciar el labio inferior de Lindsay Lohan (de escapada clandestina con su gran amor Samantha Ronson)
Así que se habrán dado cuenta, ¿no? Que se acabó el muestrario de biquinis “pin-up” y el de triquinis, el de las bermudas blanquinegras, el de las botitas de cowboy al estilo Nancy Sinatra para caminar por la arena de las playas, el de los juegos medio eróticos sobre las tumbonas con su cámara de teuve correspondiente filmando para la posteridad, el de los pechos y pechugas y el de los sombreritos modelo labrador. “Todo tiene su fin”, cantaba Pepe Robles, el de los Módulos, hace una jartá de años. Y es una pena, la verdad. Pues no acabo de entender todavía el que todo tenga que tener un final. El gran filósofo escandinavo Dutnevuj predica que no hay final. Si no hay final no hay principio, dicen. ¿Y por qué no puede haber principio sin final? ¿Y si resulta que no hay ni principio ni final? Entonces, ¿qué es lo que hay? Sencillamente eso, lo que hay. Sin más pies de gato ni nueces de California. ¿Y si no hay y todo es ilusión óptica? Sí, claro, como lo de que los que están en las afueras son los verdaderos locos y los que están dentro son los verdaderos cuerdos… Anda, Jesulito, levántate de la toalla, remójate un poquito, que me parece que te ha dao una insolación, y vámonos pa casa corriendo. Que el verano, compadre, se acabó. Que se acabó lo que se daba.