Todos los domingos me llego ancá la Gabi. A comprar la prensa y, de camino, a chismorrear un poco sobre lo que se está cociendo en este desgraciado mundo que está abocao –si San Judas Tadeo no lo remedia- a un reventón nuclear o a la desolación absoluta ante las epidemias de todos los colores que están apareciendo. Y paso un rato agradable, tengo que decirlo. A pesar de que los improperios dentro del cotilleo que nos traemos Gabi y un servidor no dejan de aparecer a diestro y a siniestro.
Normal, diría yo. Porque ya es rara la conversación en que no aparezca un latigazo a quienes se ocupan de los menesteres de esta nación venida a menos, o a quienes envueltos en la bandera estrellada de una Europa unida y repleta de fraternidad nos empujan al suicidio colectivo, dada la cantidad de soflamas que en forma de leyes sueltan sus mandatarios sobrados de bienes y movidos como títeres por los que de verdad manejan el cotarro.
¿Que yo me ponga el aire acondicionado a 26 grados? Eso no te lo crees ni tú, Ursula von der Leyen, que a saber en qué condiciones ambientales tienes tu queli, carita de ángel. Y en el invierno a taparnos con mantas, ¿no?... ¡Maldita sea tu estampa, presidenta de la Comisión de la Unión Europea! Y en cuanto a la cuarta dosis de la Covid-19, esa cuarta dosis se la va a poné un guardia, don Tedros Adhanom Ghebreyesus, que ya está bien de tanto rollo, de tanta engañifa acumulada en la Organización Mundial de la Salud.
Y no me voy de la papelería sin que le demos el repasito correspondiente a quien arrasó en las urnas hace poco triunfando “como los Chichos”. Que no es que me caiga mal, a mí particularmente, a la Gabi sí. Pero ante la alfombra roja que los andaluces le hemos puesto, el que les escribe ha de decirle a Juanma que aunque la patria chica le tire debe ejercer la gobernanza sobre las ocho provincias andaluzas con las mismas ganas, con el mismo tesón, con igualdad.
Ya lo saben. Todos los domingos me compro la prensa y echo un ratito ancá la Gabi.