Entre las páginas del Odiel de los años sesenta, me encuentro con una entrevista que Juan Hernández le hizo al pintor sevillano Gonzalo Pozo con motivo de la exposición que se le preparó en la Caja Provincial de Ahorros de Huelva en enero de 1968. Y digo que se le preparó, porque entre el recordado maestro Enrique Monís Mora, el articulista Jesús Conde Delgado y un servidor hicimos posible –cada uno desde su particular trinchera- que el de la Macarena pudiera mostrar a los onubenses su arte, arte que él mismo definía como inclasificable. Colgaba Gonzalo óleos y dibujos y era su primera presentación pictórica de cara al público. Estaba a punto de cumplir el artista dieciocho años (aunque le dijo al entrevistador que tenía veinte, por aquello de la mercadotecnia) y tenía ese aire de bohemio curtido probablemente a base de un millón de sueños. “¿Vives de la pintura?”, le preguntaron. A lo que contestó con rotundidad: “Vivo para pintar”.
Y efectivamente así ha sido. Ya que después de ver este recorte de prensa quise saber de Gonzalo Pozo, de sobrenombre “El Divino”, que le pusieron cuando era niño puesto que hacía retratos de todo lo que tuviera que ver con la divinidad. Y pulsé un botón. Y se me vino su vida rodando desde la Alameda: Gonzalo Pozo Lepe nació en Sevilla, en 1950, en el barrio de la Macarena… De esta manera es como me reencontré con Gonzalo. Le envié un mensaje recordándole aquel 68. Ni que decir tiene que, en la respuesta, el amigo me abrió las puertas de su corazón de par en par dejándome que entrara a escudriñar lo que en cuarenta años le arañó al lienzo inmaculado. Y pude ver a través de la aguada, la acuarela, el pastel, el óleo; pero sobre todo al través de la cera, moldeadora de formas inmensas… Y contemplé: “El cante”, “El Hijo del Poder”, “Paisaje III”, “Hidrosíntesis”, “Semana Santa en Sevilla III”, “Carmen”, “El caballero de las tres damas”, “Mujer II”, “Serenata”…
Y supe que salió a destellar por Buenos Aires, Helsinki, Mallorca, París, Nueva York, Londres, Estocolmo, Copenhague, Marbella… Y que su luz brilla en las colecciones: “Mikaelson & Segerdahl”, “Mena-Galván”, “Vargas-Sánchez”, “B & J. Irving”, “Morente-Baena”, “T.Ljunggren”, “J. Lewin”, “Biedma y M. Jove”… Y que goza del fervor de muchos. Que algunos han dicho de su obra: “Cualquiera que sea la disciplina que toque, al contemplar su obra no es difícil concluir que su pintura es excitante” (D. Bever. EE.UU) “Sus formas y colores se derraman en torrenciales cascadas de vibrantes iridiscencias, que su maestría transmuta en melódicas armonías cromáticas. Fascinante simbiosis que nos hace oír la pintura como una sonata de Bach” (Rafael Leblic. España) “Gonzalo Pozo pasa de la realidad a la iluminación. Es un creador plástico interesado por lo ascendente. Su pintura procede del onirismo, indaga en los prolegómenos de los difuminados, conecta con los estadios del alma, es amante del detalle y parte de lo plano para llegar a lo tridimensional” (Joan Lluís Montané, de la Asociación Internacional de Críticos de Arte, AICA)
Hurgando por entre las páginas del Odiel de los años sesenta, me doy de cara con la sala de exposiciones de la Caja Provincial de Ahorros de Huelva que está repleta de estudiantes del “Santo Ángel”, de las “Teresianas”, del “Instituto La Rábida”… Y es que se había corrido la voz, entre los alumnos, de que Gonzalo Pozo, un pintor distinto, sevillano, joven y de aire bohemio, colgaba unas pinturas que encandilaban el alma, que se acercaban a lo divino…