Pues, como el que no quiere la cosa, con ésta, son ya cien veces las que me he asomado a este rincón al sur de Córdoba, atalaya desde la cual se disfruta de las mejores vistas de la comarca. Mirador privilegiado para estar al tanto de lo que sucede en el contorno austral de la provincia.
La primera vez que aparecí por estos lares fue para apoyar la causa de unos amigos, o, más bien, para criticar la indolencia con la que las autoridades recibieron dicha causa, la indiferencia con la que la acogieron y la frialdad con la que la rechazaron o desecharon. Luego, todo siguió un plan egoísta, movido por la necesidad propia, por la jaquecosa dependencia de las teclas que transfieren a mis dedos una cualidad de resorte con almohadilla en las yemas. No significa el símil o metáfora que el susodicho tecleo alcance velocidades tan próximas a la luz que colapsen las piezas y eleven la temperatura de los muelles hasta el límite de su resistencia. Al contrario. Soy un escritor bastante lento, de los que se piensan mucho la frase antes de escribirla, escogiendo las palabras exactas, adecuadas al momento de la redacción. Cosa distinta es que sean las acertadas, claro. Salvando enormemente las distancias, resultaría imposible para mí escribir una novela en seis u ocho semanas, como hiciera Pérez Galdós; rondando quizá los tiempos de composición de Scott Fitzgerald. Aunque, por supuesto, recordando las palabras de Umbral, soy escritor de una sola página, inepto para la construcción literaria a gran escala, a no ser que la produzca por fases, dilatando la obra sine die.
Y ya he divagado. Volviendo a nuestro rinconcito cordobés, tecleaba que me adentré en él para solidarizarme con una causa perdida, cuyo defensor, uno de sus defensores, era mi amigo, el poeta y profesor Manuel Guerrero. Gracias a su mediación, nuestro querido y añorado Pepe Delgado me reservó un hueco. Siendo honesto (como debe ser todo articulista que se precie, y lo he preconizado privada y públicamente), fue el contagioso entusiasmo, la fervorosa pasión de Pepe Delgado por este proyecto informativo lo que me llevó a seguir ofreciendo mi humilde contribución, tributo a su tesón y entrega. Su atención hacia los colaboradores era cuasi paternal, cargada de consideraciones minimalistas, como el amante que se centra en los pequeños detalles para fortalecer su relación. Las exclusivas eran también su orgullo, ese «primero en Sur de Córdoba» con el que marcaba las noticias publicadas después en otros medios, empequeñecía a los grandes grupos de comunicación, dejando a la altura del betún sus ingentes contactos y dineros. A riesgo de ser repetitivo, siempre que hablo de Pepe, cuento las mismas anécdotas. Los primeros memes que recibí fueron suyos, de fabricación casera, artesanales, como el panadero que prepara el pan de sus hijos, a raíz de la publicación de la serie Historismo constitucional. Mítica fue, igualmente, su llamada telefónica, preocupado por la publicación de «La conductora maciza». «Te tacharán de machista», me advirtió, serio. «No te preocupes, Pepe —lo tranquilicé—, me han llamado cosas peores»… ¿Un misántropo?, vale; nunca un misógino. Finalmente, resultó ser uno de los artículos más leídos y mejor valorados, pero entonces fue su inquietud.
Pasé buenos momentos con Pepe. Como los paso ahora con el equipo de amigos que aceptaron el legado informativo. El generoso, bondadoso y bonachón Joaquín Caballero, encargado del contacto con los colaboradores, conserva las atenciones y consideraciones elevadas a marca de la casa. Sin duda, fue la implicación de este equipo asociativo, su recuerdo y homenaje a Pepe Delgado, su creencia en el propósito de Sur de Córdoba, su admirable emoción, su embriagadora tenacidad y su formidable diligencia las razones por las cuales mantuve mi integración en el conjunto de colaboradores. Amén de esa libertad enfermiza que me brindan, desjuiciada o paranoide, como alcaloide alucinógeno fluyendo por la mente inconsciente. Libertad que me ha concedido tratar múltiples temas: literatura, cine, crítica social, reflexión, efeméride, música, anécdota, política… Ironía, sarcasmo, parodia, pullas sin fin y absoluta sinceridad, hasta el punto de consentir la culminación de la citada serie Historismo constitucional, la curiosa trilogía «Un relato de viajes», la mordaz bilogía «Reformando la Constitución» o la dolorosa trilogía del chaval. Autorizar con un que Dios nos asista títulos como «Simpáticas gilipolleces», «Nos toman por imbéciles», «Otras simpáticas gilipolleces», «Esa basura llamada 2001… y otras mierdas» o «Va sobrado». U honrar a mi madre con «Las magdalenas de mi madre».
Atestiguo, por lo demás, aquella implicación desaforada, porque agradeceré eternamente la participación de Joaquín Caballero, en nombre propio y en el de Sur de Córdoba, en las presentaciones de mis obras Ni piedad ni perdón y Breve aproximación histórico-jurídica al constitucionalismo español, y sus inmerecidas palabras hacia mi persona y obra, que redobló con exageración y magnanimidad en el epílogo de Breve aproximación…
No sé si, por falta de tiempo, motivación o interés, seré capaz de alcanzar los doscientos artículos para Sur de Córdoba. De lo que sí estoy seguro es de que, el ánimo de este cuarteto de legatarios, me invita a ir discurriendo sobre el ciento uno.