Plácido Fernández-Viagas Bartolomé
La consagración del carácter preferente de la libertad de información, en cuando garantía de una opinión pública libre, está permitiendo en la práctica el funcionamiento de “cuerpos de policía” paralelos, a la manera de los hermanos de la antigua Inquisición. Son los denominados grupos de investigación de los medios que, partiendo de la relevancia pública de sus informaciones, lo que legitima su trabajo frente a los tribunales de justicia, se atreven a escudriñar de manera generalizada las vidas ajenas, sobre todo de las que pueden interesar morbosamente a los demás. La vida íntima deja de existir desde el mismo momento en que cualquiera de sus aspectos pueda atraer al público. En sus tiempos, la Inquisición actuaba chapuceramente mediante delatores que espiaban a través de las cortinas. Hoy día, en cambio, la tecnología permite acceder a la más oculta de las relaciones personales, conversaciones y deseos sexuales. Presumimos de modernos cuando realmente vivimos en una espantosa dictadura, que paradójicamente alardea de progresista y avanzada.
El daño para la personalidad individual de todo esto no puede ser más grave. En la guerra civil española, los señoritos se quitaron los sombreros y las corbatas, pues era indispensable pasar desapercibido, esconderse dentro de la mayoría. Al paso que vamos, todos los que se sientan distintos disimularán sus diferencias para evitar la persecución, y a la larga los seres libres desaparecerán. Durante siglos, el mundo consideró que la personalidad constituía una riqueza que merecía salvaguardarse. De hecho, la educación estaba centrada en el objetivo de despertar la potencialidad individual. Y basta, para constatarlo, recordar la importancia para los ilustrados del Emilio roussoniano.
Ahora, está ocurriendo lo contrario, lo que tiene indudables ventajas psicológicas. Ser como todo el mundo te libera del trabajo de pensar. La inmensa mayoría de los hombres son rutinarios, actúan como los demás, lo que elimina cualquier problema moral: al comportarse todos en la misma forma, los romanos veían una y otra vez sin inmutarse como los cristianos eran condenados al circo, o los alemanes la persecución de los judíos como si no pudiera plantearse ninguna objeción. Los que aisladamente se atrevían a protestar eran inmediatamente represaliados, ¡más valía no meterse en líos!
Sin embargo, un comportamiento de esa clase no sólo puede calificarse de ruin a la larga debilita la posibilidad de conseguir hombres libres, que constituía el objetivo central del esfuerzo educativo que correspondía realizar a la sociedad. Rousseau, en Les confessions lo expresó perfectamente: "Estoy hecho de modo distinto a cualquier otra persona que yo conozca; diría, incluso, que no hay otro en el mundo como yo. Quizá yo no sea mejor, pero al menos soy diferente". Ser hombre significará ser original, lo que pasa es ya quedan muy pocos. Triunfa el imperio de la mediocridad.
Pácido Fernández-Viagas Bartolomé
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