La vida se parece cada vez más a un submarino: mucha gente en poco espacio.
Siguiendo la metáfora, me imagino, a nuestro Presidente del Gobierno, Sr. Rajoy, al mando de la nave, asomado al periscopio, tratando de avistar la orilla de nuestro futuro. Esto no siempre es fácil, pues para unos su gestión ha representado el mayor recorte de libertades y salarios de nuestra etapa democrática y para él mismo, con todo su pesar a cuestas, ha tomado estas determinaciones para llevarnos a la plácida playa con palmeras, que ya estamos a punto de tocar con los dedos. Que se le va a hacer, la realidad es muy tozuda y nos suele despertar de nuestras más plácidas ensoñaciones.
El contramaestre del navío, se me imagina a Pedro Sánchez, apuesto, con su uniforme, como salido de una película de guerra, pero que no se lleva bien con su superior... Siempre le parecen mal sus órdenes, el talante que emplea en su manejo y sobre todo, no tiene nada claro el rumbo y destino donde dirige la nave. Pero a su vez, el también cambia de criterio, confunde a sus subordinados y sobre todo tiene una capitana de navío (son sólo rumores), que parece dirigir sus pasos por el buque. En fin, nadie es completamente autónomo en la vida.
En las salas de la marinería, un rudo sargento, con nombre imperial romano, Cayo, se empeña día sí y día también, en convencer a toda la tripulación de que un horizonte nuevo es posible, que por las rutas de siempre, solo se arriba a los fondeaderos ya conocidos, y que intentando nuevas caminos en el mar, quizá encuentren placidos y prósperos puertos... Lo malo es que antes ya lo intentaron otros, con poco éxito y arribada a playas de poco provecho e incluso con indígenas poco sociables.
Finalmente, en la sala de máquinas, pulula un encargado de los torpedos, Iglesias se llama, siempre enfadado, poco dado a conversaciones en las que no lleve la voz cantante y donde la mayoría del auditorio no se adhiera a sus postulados. Inteligente y sibilino, dicen haberle oído (nuevamente son solo rumores), que si el rumbo finalmente del submarino, no transita por donde debiera, preferiría casi llevarlo al fondo de los mares, antes que plegarse a los deseos de un capitán, que solo mira, ensimismado, por el periscopio. Todo un carácter.
Menos mal que todo esto solo es una ficción. Que la vida, aunque se esté estrechando bastante, aún es algo más amplia que un submarino y que finalmente, toda la tripulación del buque tiene la posibilidad de decidir quién será de nuevo su capitán. Buen tino en la elección.
Rafael Ramírez Ponferrada
Médico
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