Leo entre las últimas noticias que el Papa ha suspendido fulminantemente de su cargo al obispo de Limburg, en Alemania, por haberse gastado la friolera de 40 millones de euros en construirse su casa. A más de uno le extrañará la medida del pontífice ya que, en principio, cada uno con su dinero puede hacer lo que le venga en gana, siempre que no se trate de actividades delictivas, y construirse una casa no lo es. Sin embargo no menos cierto es que hay cosas que todos sospechamos que claman al cielo, y que un obispo haga semejante gasto, parece que es una de ellas.
Para empezar, hay una cuestión que no deja de sorprenderme inicialmente: ¿Cómo es posible que un obispo tenga 40 millones de euros? Porque si se los ha gastado es porque los tenía; y si los tenía, salvo que vinieran de patrimonio familiar por herencia, quiere decir que los ha ido ahorrando en estos años pasados. ¡Cojones! Que para ahorrar 40 millones de euros siendo obispo y con 53 años hace falta un sueldo de ídem.
Con este razonamiento hemos llegado a un punto que me parece central. Quizá los que no sigan al Papa vean la suspensión de este obispo como algo sorprendente, pero el asunto viene de atrás.
Los católicos alemanes son muy generosos en sus limosnas y en todo lo que supone el sostenimiento económico de la Iglesia. Con su abundantísima ayuda económica, la Iglesia Católica alemana viene sosteniendo desde hace muchos años a otras iglesias más pobres de todas las partes del mundo, concretamente de Hispanoamérica. El problema está en que cuando se manejan grandes cantidades de dinero se corre el riesgo real de que este se pegue al riñón, que es exactamente lo que les viene pasando desde hace años a buena parte de los obispos alemanes, lo cual provocó en estos años pasados algunas intervenciones de Benedicto XVI, singularmente una muy fuerte en 2009, exigiéndoles la pobreza evangélica, como corresponde a su condición de obispos. Es declarada la animadversión de bastantes de estos hacia el Papa emérito porque este venía a ser como la voz de su conciencia en medio de un lujo que dista ya mucho del espíritu de pobreza que predicó Jesucristo.
No es que el Papa Benedicto no haya hecho nada por evitarlo, sino que ha venido el Papa Francisco desde las antípodas y sin tanto preámbulo ha dado un golpe de mano que ha saltado a las noticias de los periódicos; pero tarde o temprano tenía que pasar algo de esto, al menos con un obispo, y que sirviera de aviso a navegantes para los demás. Así no se puede seguir. No es que sea delito gastarse 40 millones de euros en una casa, pero un obispo no puede hacerlo, porque un obispo es cabeza de una iglesia particular y debe ir por delante en la austeridad y en la pobreza evangélica. De acuerdo que los obispos no hacen voto de pobreza, pero la religión no se vive a golpe de votos, sino a golpe de virtudes, y la pobreza es una de ellas. Sin la pobreza no se puede seguir a Jesucristo y mucho menos gobernar una diócesis. Un obispo que se gasta en su casa 40 millones de euros está metafóricamente castrado para desarrollar una labor apostólica porque en vez de acercar a otros a Cristo los escandalizará con su conducta al servicio del lujo.
Podrá alguien preguntarse cómo ha podido llegar este obispo a gastar en si mismo esa astronómica cantidad. Ya he dado la respuesta: el dinero se pega al riñón. Quien va corto de dinero tenderá a ser austero, pero quien va holgado, se deslizará poco a poco hacia un tren de vida que le hará perder el sentido de la realidad, llegando a considerar necesarios una serie de gastos que son verdaderos lujos asiáticos. Esto le puede pasar igual a un empresario, a un político, a un terrateniente o a un obispo. Se pierde el sentido de la realidad. Solo pensar que hay pobres que no tienen ni para comer, genera un cargo de conciencia en cualquiera que lleve a cabo un gasto medianamente superfluo o caro y que viva en el mundo real. Verdaderamente el obispo de Limburg estaba ya fuera de la realidad cuando se gastó en su casa 40 millones de euros. Esa pérdida de la realidad le incapacita para gobernar una diócesis, que es lo que ha decidido el Papa.
No es el Papa Francisco el que se ha inventado que la Iglesia debe ser pobre y para los pobres. Es doctrina de Jesucristo, de tal modo que los mejores momentos de la Iglesia son aquellos en los que se ha vivido así, y por el contrario, las peores páginas de la historia de la Iglesia coinciden con momentos de gusto por el lujo. El dinero ha sido la ruina de determinadas órdenes religiosas y de determinados personajes eclesiásticos. Aquel mandato de Cristo “no podéis servir a Dios y al dinero” sigue vigente y lo ha tenido muy en cuenta el Papa. Bienvenida sea su decisión, que también es una llamada, no solo a los demás obispos alemanes, sino a todos los que queremos seguir a Jesucristo, pues, cada cual a su nivel, todos tenemos que examinar nuestra conciencia para ver si nos estamos haciendo pobres para seguir a Cristo pobre.
Añadir nuevo comentario