Hoy al despertarme he recibido una triste noticia. No se si será verdad. Parece ser que concienzudos estudios sociológicos llevados a cabo en el seno de nuestras Fuerzas Armadas han detectado que en la legión española hay un peligroso índice de sobrepeso. Vaya, que los legionarios están gordos.
Es lo último que me faltaba por oír. Solo pensar en que aquellos bizarros y magros legionarios de postguerra han terminado siendo como los promotores inmobiliarios de las películas de Marisol de los años sesenta, causa una profunda pena.
¿Qué ha pasado? ¿Acaso los lejías de antaño se dedican hoy día a consumir palomitas, gusanitos y demás chucherías, como esos niños gordos, que no hay manera de meter en vereda, y que canalizan su indisciplina en tragar a todas horas una multitud de porquerías?
Verdaderamente, el glorioso ejército español está pasando un mal momento. Con el sobrepeso de los legionarios de hogaño, jamás habríamos llevado a cabo las gestas de los inmortales tercios de Flandes. ¿Qué diría el duque de Alba si entre sus hombres hubiera, no unos tipos apolíneos, sino orondos jugadores del sillón-bol?
Parece ser que en el Ministerio de Defensa están tomando cartas en el asunto y van a poner a dieta a los componentes de ese prestigioso cuerpo de élite: De desayuno, café con leche desnatada, una pequeña rebanada de pan integral con 10 miligramos de aceite de oliva virgen extra y medio vaso de zumo de naranja; de comida, verduritas cocidas, un filete a la plancha y una pieza de fruta que no sea melón; de cena, una ensalada poco aliñada y al catre. Nada de aperitivos, ni medias mañanas ni meriendas ni comidas a destiempo. Al que se le pille una bolsa de gusanitos mientras está en el váter, se le arresta en el calabozo una semana. El vino español sí está permitido.
En otro orden de cosas, se doblará la dedicación al ejercicio físico: a partir de ahora, cien flexiones de brazos por la mañana y otras cien por la tarde, una carrera diaria de 20 kilómetros por el desierto, con un macuto a la espalda de 20 kilos; y unas cuantas generalas nocturnas para fomentar la situación de alerta permanente frente al enemigo.
Hay cosas tolerables en este país, como que Puigdemont esté de rumba por Bruselas, pero lo que es inaceptable es un legionario gordo. Un legionario debe tener ante todo las medidas reglamentarias. Un legionario español no puede ser menos que Marilyn Monroe, que contra viento y marea se mantenía en 90-60-90.
De todas formas, si se me permite, haré una observación. Fui estudiante en los últimos años del régimen de Franco. Era una época en la que los estudiantes no corríamos detrás de nadie pero sí delante de la policía, a quienes llamábamos los grises, por el color de su indumentaria. El motivo era porque parece que en la universidad, en general, no se opinaba exactamente igual que en los despachos de los políticos que gobernaban en aquellos años. Un pequeño problema de comunicación sin importancia.
Pero el caso es que corríamos delante de los grises. Recuerdo una vez, en una de esas carreras, un gris, armado de la porra reglamentaria, muy bien alimentado por cierto, que en contra de lo que su sobrepeso pudiera inicialmente dar a entender, corría como un verdadero galgo de caza. Concretamente, se fijó en un estudiante concreto, bastante enjuto y atleta, que corría veloz. Blandiendo la porra, lo persiguió hasta darle alcance y contarle las costillas con su arma reglamentaria. Era impresionante cómo esa mole humana vestida de gris corría con esa fuerza sobrehumana. Era evidente que más que las piernas, eran los cojones lo que le llevaban a ese policía a realizar esa gesta.
¿Acaso no se podría esperar lo mismo de los legionarios, los novios de la muerte? ¿Acaso el valor y el arrojo de lo mejor de nuestro ejército no es capaz de sobreponerse a unos kilos de más? ¿Acaso no es más temible en el campo de batalla un legionario enorme que uno con pinta de bailarín?
Parece que en el Ministerio de Defensa no opinan de esa manera y ya han dicho que el que no consiga unas medidas paradigmáticas será expulsado del ejército.
Permítaseme que contra esto apele al artículo 18 de nuestra Constitución, en el que se garantiza el derecho a la propia imagen, o lo que es lo mismo, el derecho a ser gordo, aunque se sea legionario, siempre y cuando no se renuncie al ardor guerrero ni al noviazgo con la muerte. Me parece que en el Ministerio de Defensa se han vuelto un poco formalistas y han perdido de vista la dirección por objetivos, la efectividad y la eficiencia.