Hay veces que el devenir de la vida provoca un acostumbramiento ante situaciones que, en la juventud, hubieran resultado indignantes.
Quiero referirme aquí a un tipo de personas, cada vez más abundante, que en mis años jóvenes no pensé que existiese en la realidad. El toque de alerta me vino leyendo dos puntos del libro “Camino” de San Josemaría Escrivá de Balaguer, el 41 y el 352, que respectivamente dicen así: el 41: “¡Qué modo tan trascendental de vivir las necedades vacías y qué manera de llegar a ser algo en la vida—subiendo, subiendo—a fuerza de “pesar poco”, de no tener nada, ni en el cerebro ni en el corazón!”. Y el 352: “Tu misma inexperiencia te lleva a esa presunción, a esa vanidad, a eso que tú crees que te da aire de importancia. ─ Corrígete, por favor. Necio y todo, puedes llegar a ocupar cargos de dirección (más de un caso se ha visto), y, si no te persuades de tu falta de dotes, te negarás a escuchar a quienes tengan don de consejo. ─ Y causa miedo pensar el daño que hará tu desgobierno”.
Debo reconocer que a mis 18 años me sorprendieron estos puntos porque lo que yo había visto hasta aquel momento era el ejemplo de personas que, llegando más alto o más bajo en la vida—me refiero a la posición social o profesional—alcanzaban en todo caso el nivel correspondiente a su preparación. De manera especialmente cercana tenía delante el caso de mi padre o de mis abuelos, que habían alcanzado en la sociedad los puestos adecuados a sus respectivas preparaciones y esfuerzos profesionales. También había visto lo mismo en los padres de mis amigos, unos más altos y otros más bajos, pero ningún medrador, o al menos a mí no me lo había parecido. En cuanto a la clase política, en España estábamos acostumbrados a que Franco escogía para ministros a los mejores profesionales que encontraba. A mí eso me pareció desde siempre sentido común, aunque los envidiosos e incompetentes le llamaban tecnocracia.
Por eso, cuando leí aquellos dos puntos de Camino vi con toda su hondura lo terrible que puede ser y el daño que puede causar a tantas personas alguien sin preparación profesional o moral que, a base de astucia, vaya trepando y trepando hasta alcanzar puestos de gobierno para los que no está preparado. Desde aquel momento decidí tomarme muy en serio mi preparación moral y profesional para, al menos, no ser uno de esos, ya que no estaba en mi mano evitar que otros tomaran ese camino.
Casi 40 años después, echo una ojeada al panorama social y veo que ha cambiado considerablemente—o quizá es que he abierto yo los ojos y he visto casos que antaño no veía—porque en nuestro país existe ahora un alto porcentaje de gente encumbrada y no preparada. El encumbramiento se da en unos pocos ámbitos: En la política, en la Administración, en la empresa y en los sindicatos. Se dice que en España hay dos profesiones para las que no hace falta curriculum vitae, que son las de empresario y político, con una diferencia: el empresario se juega sus propios cuartos, mientras el político se juega los cuartos ajenos. Por tanto, la irresponsabilidad de uno y otro al acceder a un alto cargo sin estar preparado, queda atenuada en el empresario, que puede sufrir en sus propias carnes las consecuencias de su incompetencia, pero no en el político, que dispara con pólvora ajena y, si el sistema se lo permite, puede disfrutar de una impunidad de hecho ante sus errores. Lo mismo que de los políticos podemos decir de los sindicalistas, sobre todo, de los liberados, dotados de unas prerrogativas exageradas y de unos buenos sueldos a cambio de no trabajar nada. En cuanto a los cargos de la Administración, en la España de la democracia hemos visto cómo la función pública se ha ido poblando de amigos y amiguetes que, sin preparación, han ido copando puestos de importancia con el lamentable resultado que hoy contemplamos de maltrato al administrado en vez de servicio hacia él.
Un amigo me hizo ver hace unos meses un hecho preocupante: En España, y en concreto en Andalucía, en parte por el arribismo que he descrito y en parte por el PER, hay bastante gente, repito, bastante gente, que teniendo unos 50 años de edad, nunca ha trabajado. De todos los que están en esa situación, los más peligrosos para la sociedad son los que ocupan cargos de gobierno porque han ido subiendo, subiendo, a base de flotar por tener poco peso específico. Todos sabemos quienes son. No me refiero solo a los casos de José Luis Rodriguez Zapatero, Bibiana Aído, Leire Pajín, Trinidad Jiménez o viejas glorias socialistas. Los hay en todos los partidos y en todos los niveles, también en el autonómico y local. Todos sabemos su vacío historial profesional. Todos sabemos sus nombres y apellidos. Todos sabemos que en sus puestos encumbrados no hacen…absolutamente nada, salvo aparentar y figurar importancia. Y cobrar buenos sueldos de los presupuestos públicos.
El problema está en que la sociedad misma, el sistema electoral, la organización del poder público y de los partidos políticos, los medios de comunicación, el gregarismo de la gente, etc. blinda a estos tipos de modo que es muy difícil evitar que se perpetúen o conseguir que les sustituyan otros que no tengan las mismas carencias que ellos.
La regeneración moral no es fácil cuando es toda una sociedad la que está enferma. Los políticos arribistas son una expresión de lo que pasa en el pueblo. Quizá la crisis sea una ocasión para evitar muchas consecuencias derivadas de este cáncer que son los vagos e incompetentes instalados en la política, pero el cambio debe de venir de la misma base social que rechace a estos trepadores y parásitos.
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