Nos abruma ese perenne repiqueteo que habita en nuestra conciencia cuando toca dar algún paso hacia delante o tomar una decisión importante. Ese saber si lo que hacemos o dejamos de hacer es lo más o menos apropiado. Siempre esas dudas, esos miedos, esa incertidumbre que nubla nuestra mente y que nos asume en un estado de inquietud y preocupación.
Porque en definitiva así somos los seres humanos, personas insignificantes en un mundo inmenso, efímeras y fugaces, importantes para unos pocos e irrelevantes para la gran mayoría.
Pasarán los días, los años y nuestras vidas fugazmente y con el tiempo miraremos hacia atrás cuestionando si la decisión tomada en algún momento puntual de la vida fue la apropiada o no. Y es que un solo gesto minúsculo, unas palabras pronunciadas en el momento oportuno, un ir o no a algún lugar, o una decisión precipitada tomada sin pensar puede hacer que cambie el transcurso de nuestras vidas.
Un pensamiento etéreo capaz de transformar nuestro mundo, esa pequeña decisión que puede suponer encontrar o no el amor, capaz de hacer temblar nuestros principios y valores, voraz con quienes piensan demasiado, carecen de criterio y actúan sin escuchar al corazón.
Y es que a veces hay que arriesgar, romper con lo establecido y alejarnos de la comodidad, conocer nuevos sabores, nuevas ciudades y nuevas personas, aprender de lo que nos rodea, de los aciertos y de los errores. Porque todo en la vida lleva de manera intrínseca un aprendizaje. Esa metodología que nos muestra la experiencia, que nos hace crecer, reír, madurar y llorar. Reconocer las equivocaciones y contener los elogios. Porque lo que hoy es blanco mañana puede ser negro. Y todo ocurre en un segundo.
Disfrutar cada día como si fuera el último. Aprovechemos las oportunidades y subámonos a cada tren que se presente, pues quién sabe si podría ser el último. Miremos hacia atrás solo para recordar y sonreír. Anhelemos un pasado construido de buenos momentos, reforzado con esas personas que fueron y ya no son, que estuvieron y ya no están, pero que cada una ha puesto un granito de arena para construir la persona que ahora somos.
Y es que no hay cabida para el remordimiento ni para el arrepentimiento. Si algo ocurrió en su día fue porque en ese momento creímos que era la decisión más acertada. Quizás no era la mejor, pero de eso nos damos cuenta con el paso del tiempo.
Por cierto, el tiempo también es lo que transcurre mientras lees estas líneas, esta reflexión que sólo es una invitación a disfrutar del momento, de la vida, de lo que nos rodea y de cada etapa que se nos presenta. No queramos ir demasiado rápido ni demasiado lento. Todo en su justa medida. Porque la felicidad está en quién la busca y la persigue hasta que la encuentra, driblando o eludiendo los obstáculos que se presenten. Ahora es el momento de actuar, de querer ser, de creer en sí mismo, de abrazar, sonreír, beber, bailar, soñar, gritar y amar. No esperes al mañana, si no lo haces hoy quizás nunca lo puedas hacer. Es más, puede que en el segundo que estás invirtiendo en leer esta última frase estés dejado de hacer algo que cambiaría el resto de tus días.