Mantengo amistad con José Sarria desde hace una rica gavilla de años, lluvias y labores, igual a compromiso y defensa de la palabra escrita, tanto en cauce de música suave de agua, como cuando imprevistos, sin permiso de santa Bárbara, se dislocan. Siempre hemos logrado que el rojo líquido de la batalla no enturbiara el cause armónico de las justas causas.
“Siempre atesoré la certeza
de que al final nos quedaría
el murmullo del agua en las acequias,
el sustento de los geranios
y la patria común de la palabra”
Y todas estas vivencias y andaduras, paralelas corrientes, transcurren por el cauce del quehacer de lo expresivo, me ha concedido ir conociendo la calidad literaria y humana de su verso y prosa en las diferentes variantes que la creatividad ofrece: “Es el agua, que como levadura / erige sus montañas de palabras”. Y todo lo confirma esta IDENTIDAD de “Los mapas de la memoria”, que el poeta manifiesta y dibuja en perfecto acorde recuerdo de lo vivido. Placer atesorado.
“Apoyado en el báculo de la memoria recorreré la empinada cuesta por donde la indecisa luz derrama el aroma remansado de otro tiempo: tránsito de cenizas que surcan hasta mi frente las aves blancas de la infancia, en el borde del olvido, desde un lugar donde ya nadie nos recuerda”
No es exclusivo este sentir de solitaria nostalgia, también palpita el agradecimiento a esa realidad natural que proporciona imágenes sobre el espacio justo del hombre. Frente a ese otro hombre que destruye y olvida la obra creada por la humanidad y la naturaleza, cuando acorde es conciente, sensible, porque:
“La vida es la llamada primitiva,
los ecos de las voces que desde la niñez
se escuchan incesantes, el canto de la tierra
o la señal del ángel tomando las miradas”.
Este es el camino desde donde el poeta decide desandar: “El puente sigue ahí, con su metáfora de siglos: nunca sabrás, realmente, si vas o si regresas”, pues la longitud del camino y el espacio que el cantor desde su memoria siente necesario recorrer, aunque seamos una mínima parte, que se encuentra acosada por la desmesura de aquellos que carecen de sensibilidad, vegetativos de espalda a la memoria expuesta por la propia realidad emocional lírica de restauración: la recuperación de nuestra identidad cultural cuando se es conciente que:
Existen los infiernos también en el silencio,
en la honda desmesura de su abismo
o en las altas columnas de sus noches.
Hay que aturden,
que matan o traicionan
y conducen al caos y la nada”
Tenemos que volver a hablar del alma, de nuestra propia identidad y de nuestros correctos valores. Ser indiferente es la condena de uno mismo, ser cómplice de la barbarie, de los enemigos de nuestra más rica herencia para sentirnos seres humanos, no contadores de monedas o claque de los poderosos. Y esto se puede transmitir desde la tranquilidad, poética de un observador como José Sarria que ha sabido unificar, memoria, nostalgia, sentimiento y compromiso consigo mismo, mecido por el cauce de la belleza que se mira en las aguas del tiempo arrugado en la historia del hombre y sus mundos cuando no es sordo al todo aquello íntimo del espacio habitado.
“Mis recuerdos son de un patio arabesco adornados por macetas de bermejos geranios y una huerta que generosa nos regalaba la sombra hospitalaria de los limoneros, a pesar del tiempo y el abandono. El canto de los pájaros, que reposaban en las copas de los escasos árboles que se mantenían en pie, acompañaba a los rayos de sol atravesando sus ramas. Tan solo su gorjeo desafiaba la soledad y el silencio de ese santuario, y su sonoro trino transformaba la decadencia de la finca en puerta del paraíso”
Aquí el agua, toda una meditación que se mece sobre una civilización cada día más embrutecida por su propia inconciencia y codicia. El agua fuente de razón y ser, nacimiento y vida. Mitos y leyendas, frescor de cada día sufriendo maltrato y desatino. Defensa y canto acariciador el poemario de temblorosa belleza de José Sarria.