El ser humano, el común de nosotros, cuando la realidad se vuelve contraria, amenazante o depresora; somos proclives, en un momento u otro, a caer en el recurso básico y acomodaticio de pretender, incluso, suplicar la aparición de una figura salvadora o la ocurrencia de un acontecimiento providencial, que resuelva, solucione, lo que en lo marcado de nuestro raciocinio parece insuperable. Tendemos llegados el agobiante caso, a pedir la milagrería. Inertes e irreflexivos evitamos retrotraer la memoria y preguntarnos el porqué de lo que ahora nos preocupa o angustia, y otrora descuidamos con indiferencia.
Aplicar esta reflexión, al cuadro de catalepsia social y económica en la que vivimos; supone reconocer que, colectivamente, desde hace casi cuatro años, somos inhibidos y silenciosos gregarios, cómplices de dirigentes políticos, (aún hoy gobernantes), que postulándose como administradores de la libertad y el progreso; utilizaron, despiadadamente, ambos términos para precipitar a esta sociedad en una situación de colapso económico. Y si bien es tendencioso afirmar que son los únicos responsables; olvidando, obviando el contexto internacional. No es menos cierto que la falta de prevención, la carencia de idóneas decisiones expeditivas, tomadas a tiempo, y la proliferación de medidas fútiles e inconsistentes; los tilda de gentes políticamente incapaces para el fin que les fue encomendado, muñidores de desastres, malos actores de reparto, (aunque buenos para el reparto) coristas y corifeos de discurso vacío; elevados a protagonistas y directores de una escena en la que hemos terminado como figurantes. Con la aprobación y delectación de muchos, dilapidaron recursos, comprometiendo el futuro. Y en estas estamos, sin atisbar cuando dejaremos de estar.
Es, con pesar, el ocaso de la peculiar forma de vida, ficticia, con la que nos estafaron; porque convinimos en ser párvulos, crédulos en una existencia adornada con el bienestar de bajo coste, de fácil sin difícil, de téngalo hoy y páguelo mañana, (mejor, que lo asuman los venideros). Aunque esta decepción y decadencia sirve para que veamos, nítidamente, que el avance social es imposible sin recursos.
Somos damnificados por alegremente confiados, y si nada cambia, seguiremos pagando a plazos, por entregas, sin saber cuál será la última, ni en qué consistirá. Pero algo sí sabemos, que tendrá condición imperativa y la forma de las eufemísticamente llamadas reformas, ajustes, recortes o consolidaciones. Todas, con la característica común del sacrificio económico o el daño para los derechos sociales.
Así las cosas, entre tanta desolación surge algo tranquilizador, por posible y esperanzador, la regeneración que mediante las elecciones prevé el sistema democrático; que si en cualquier tiempo son ilusionantes, en este se tornan vitales, de autodefensa colectiva. Esta índole tienen las generales del próximo 20 de noviembre. Sería caer en la ilusoria cuadratura del círculo afirmar que el día después, con un Gobierno distinto, no continuista, de diferente signo, como se anticipa; todo estará recompuesto. Sin embargo, algo puede afirmarse, que basta con que el nuevo Ejecutivo se aleje de la ocurrencia como solución, del populismo como medio para atraerse adhesiones, de la adopción de improvisadas medidas y contramedidas, como habitual forma de gestión y no posponga la toma de determinaciones para cuando el perjuicio es inevitable; para que reaparezca la confianza perdida, dentro y, muy especialmente, fuera de nuestro país; facilitando la recomposición.
Ocasión habrá para comentar, en los dos meses que quedan, los perfiles de los candidatos, las concretas propuestas electorales, criticar, si es el caso, los excesos electoralistas, y analizar las posibilidades de las distintas formaciones. Pero, ahora, baste decir que el hálito nuevo, no enrarecido, que levanta las urnas, tiene efecto terapéutico; tal vez, restaurador de la ansiada certidumbre económica. Y deberá devolver, a la sociedad, la percepción mayoritaria de que, en política, lo viable también es posible.
José Antonio Rodríguez
Licenciado en Derecho. Asesor jurídico
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