Posiblemente los que lean este trabajo me llamen catastrofista, pájaro de mal agüero y quién sabe que otras lindezas más.
Seguramente habrá quien me tilde de que no estoy de acuerdo con que vengan a Europa los que, dejando su país, se instalan en ella.¡Nada más lejos de mi ánimo! Soy totalmente partidario de la emigración siempre que esta esté regulada, controlado y supervisada por los gobiernos tanto de los que abandonan su tierra cuando de los que los aceptan. No me considero chovinista ni xenófobo.
Si no hubiese habido migraciones a lo largo de la historia, posiblemente, la configuración de los países que pueblan el Globo sería diferente.
Los seres humanos han estado en continuo movimiento desde que aparecieron sobre la Tierra. Ha habido colonizaciones, mestizajes, caídas de imperios y resurgir de otros nuevos, por ello no nos deberemos de extrañar que éstos continúen en continuo movimiento.
Eso no me priva de que manifieste lo que presiento, pues no hay que callar ante cosas, a mi entender, evidentes y palmarias.
Los musulmanes han deseado conquistar Europa desde los tiempos de Mahoma. Cuentan que, cierto día, encontraron a éste pensativo. Al preguntarle que qué le preocupaba, respondió: “las tierras del oeste, pasado el mar, que deberemos de poseer”.
Si no es verdad, está bien traído para el tema que exponemos, o lo que es lo mismo, desde el nacimiento del Islam el deseo de sus practicantes es extenderse por todo el mundo, aunque sea, a sangre y fuego, y Europa no va a ser menos. Lo han demostrado a lo largo de su historia y hoy día, junto con el cristianismo, es la otra religión predominante en el mundo.
Ya lo pretendieron cuando, tras conquistar la Península Ibérica, fueron detenidos en su deseo de expansión por Carlos Martel en la batalla de Tours, o Poitier, como otros la llaman, con el riesgo de confundirla con esta última, que tuvo lugar en 1356. Desde entonces tienen la espina clavada de no haber conseguido su propósito y por ello no cejan en su empeño.
Hoy día la civilización occidental se está enfrentando a dos amenazas, ambas provenientes del mundo musulmán.
Una la de los jihadistas que llevan años sembrando el terror por todo el Orbe y la otra, pacífica, lenta, pero segura e inexorable, que es la que, si no pone remedio, conseguirá, al cabo del tiempo, posiblemente a no tardar mucho, barrer la civilización europea e instalarse en nuestras tierras.
Esta es la más peligrosa, aunque el buenismo, cegado por su miopía, no la vea así. Este término, según la RAE corresponde a la “actitud de quien, ante los conflictos, rebaja su gravedad, cede con benevolencia o actúa con extrema tolerancia”.
Decimos que es la más peligrosa porque de entrada no reviste ninguna amenaza evaluable, pero es imparable y, con el paso del tiempo, llevará a nuestra vieja Europa el final que preconizamos.
No lo manifestamos nosotros, lo expresan los líderes de los musulmanes, como, por ejemplo:
Huari Bumedian, ex Presidente de Argelia, que dijo en un famoso discurso pronunciado en 1974 ante la Asamblea de la ONU:
“Un día, millones de hombres abandonarán el hemisferio sur para irrumpir en el hemisferio norte. Y no lo harán precisamente como amigos. Porque irrumpirán para conquistarlo. Y lo conquistarán poblándolo con sus hijos. Será el vientre de nuestras mujeres el que nos dé la victoria. Al igual que los bárbaros acabaron con el Imperio Romano desde dentro, así los hijos del Islam, utilizando el vientre de sus mujeres, colonizarán y someterán a toda Europa.”
En el mismo sentido se manifiesta Muammar al-Gaddafi quien ya hace tiempo que dijo:
«Hay signos de que Alá garantizará la victoria islámica sin espadas, sin pistolas, sin conquista. No necesitamos terroristas, ni suicidas. Los más de 50 millones de musulmanes que hay en Europa lo convertirán en un continente musulmán en pocas décadas».
Con estudios demográficos en la mano, todo apunta a que Europa, en el horizonte no muy lejano de 2040 tendrá mayoría musulmana en muchos países. Holanda, Alemania, Bélgica y Francia, fundamentalmente, pueden ver trastocado su marco jurídico basado en la civilización occidental y de raíces judeo-cristianas, para dar paso a otra concepción basada en el Islám.
La pirámide poblacional europea, se está invirtiendo, por ejemplo España, con 1,3 hijos de media, tiene uno de los índices de fecundidad más bajos de Europa.
Entre el 2010 y el 2015, los nacimientos de musulmanes conformaron cerca del 31% del total de nacimientos que se registraron en todo el mundo, superando el número total de personas musulmanas expandidas por el mundo que representan sólo, según los datos del 2015, un 24%.
Nos encontramos con que más de un tercio de la población mundial de nacidos en los mencionados años es musulmana.
De los siete millones de personas que poblamos la Tierra en 2017, un millón quinientos mil son musulmanes, pero con la tasa de natalidad tan alta que tienen pronto llegarán, si no lo han hecho ya, a superar el número de nacidos no musulmanes en el mundo.
No me considero ave de mal agüero, ni catastrofista, pero las cosas, al día de hoy, son como las estadísticas las señalan, así que prevenidos estamos, si no queremos verlo es por nuestra ceguera que no contempla nada más allá de las narices.