Es indubitable que las personas somos capaces de realizar los más grandes sacrificios y abnegaciones posibles, así como las mayores atrocidades y bajezas inimaginables. La Historia nos da incontestables pruebas de ello.
Esta realidad se está comprobando de forma inequívoca en los aciagos días que estamos viviendo todos los humanos.
Sufrimos una pandemia que sabemos dónde se originó, pero desconocemos quién fue quien la transmitió. Se habla de un murciélago que infectó a un pangolín, y, como los chinos son capaces de comerse cualquier tipo de animal, como las serpientes, las ratas, los perros y todo bicho viviente, hubo un individuo que se alimentó de la alimaña referida, adquirió el coronavirus del que estaba infestado y lo transmitió.
Eso ya no importa, a lo que tenemos que atenernos es a que la pandemia se ha extendido por el mundo entero y los distintos gobiernos mundiales, han decretado la reclusión de todos los humanos dentro de sus casas. Que es lo mismo que decir que nos han obligado a vivir igual que los monjes trapenses, cistercienses o de cualquier orden que vive en clausura continua.
No es la primera vez que sufrimos los humanos una calamidad de este tipo, ya ocurrió en el siglo XIV, cuando allá desde el año 1347 y 1353 que asoló a Eurasia y eliminó a un tercio de la población.
El egoísmo la generosidad aparecieron por igual, sobre todo esta última ejercida por los religiosos tanto por los frailes y monjes cuanto por los sacerdotes seculares.
Como muestra de egocentrismo se cerraron las puertas de las murallas de las ciudades, y se abandonaban a los enfermos, porque, con una palabra que aún se conservan, eran “apestados”.
En Córdoba, la peste de los primeros años del siglo XIX causó tantas muertes que redujo la población a tiempos anteriores a la de los Reyes Católicos. Se cerraron las puertas de la ciudad, dejando abiertas sólo la del Rincón y Puerta nueva, y se tapiaron barrios enteros. Hoy no se han cerrado ciudades ni barrios, pero como si estuvieran ya que estamos recluidos en nuestras casas, al igual que si nuestras puertas estuviesen enladrilladas.
En situaciones calamitosas es cuando afloran las grandezas y las miserias humanas. En estos tiempos estamos teniendo buenas muestras de ello.
Una diputada canaria de Podemos, cuyo nombre es mejor no mencionar para que nadie la recuerde, ha propuesto que a los ancianos y personas mayores no se les preste atención y dejarlos a su albur y, si se mueren que se mueran. Solo le deseo que no llegue a ser “persona mayor”, para que, si se presentase otra situación como la que padecemos, no tengan que abandonarla a su azar.
No voy a hacer un panegírico de la ancianidad, pero todo el saber que poseemos nos los ha transmitidos nuestros mayores que lo han heredado de los suyos, más las aportaciones que van haciendo las nuevas generaciones.
Voces como la de esta “persona”, por no llamarla cosa, no dejan de oírse. En Bélgica, según las noticias que nos llegan, han dejado a los mayores sin la necesaria atención, pues pocos servicios pueden prestar a la sociedad.
Estamos oyendo muchas opiniones como estas, a las que no les vamos a prestar más caso.
Pero lo más ominoso y que raya en la criminalidad culposa es la desidia y desinterés que hacia esta pandemia han demostrado nuestros políticos. Que existía esta enfermedad se sabía desde el mes de enero cuando se dio el caso en Tenerife, si no recuerdo mal, de un ciudadano alemán que la había adquirido. Allá por el 24 de enero ocurrió el primer fallecimiento en la Península, pero nuestros “insignes” políticos le prestaron la misma atención que al resultado de una quiniela que no les había tocado a ellos, y siguieron como si tal cosa.
Pues les toco y con el premio “gordo”, pues son varios los ministros que están infestados, pero no hay que preocuparse, la mayoría de ellos están internados en clínicas privadas, a pesar de los encomios que hacen de la Sanidad pública. ¿Mayor desvergüenza, cabe?
A la actuación que deberemos prestar todo nuestro apoyo y agradecimiento es a la que están teniendo, en un esfuerzo constante y perenne, nuestros sanitarios, médicos, enfermeros, farmacéuticos, Fuerzas armadas, Policía, Guardia civil, Vigilancia privada, Ejército, transportistas, tan importantes como los demás, pues si no fuese por ellos, careceríamos de todo bien para alimentarnos. En fin, la lista de los que, sin caer en ello practican la caridad con todos los que no podemos hacer otra cosa, sino esperar la ayuda de los demás y seguir “prisioneros”, sin ser facinerosos, es muy amplia y demuestra la faz digna de encomio de los que, aún a costa de perder sus vidas, ya son muchos a los que les ha sucedido, se están sacrificando por los demás.
A todos ellos debemos de expresarle nuestra gratitud, apoyo, respeto y consideración.