Opiniones

"El Periódico digital para el sur de Córdoba"

Los católicos a las catacumbas

En el Nuevo Testamento se refiere que tras la muerte de Jesucristo, los apóstoles estaban escondidos por miedo a los judíos. Tenían recelo y estaban acobardados porque temían que el Sumo sacerdote, junto con el Sanedrín hiciese con ellos lo mismo que con su Maestro.

Ciertamente uno de los discípulos, no apóstol, San Esteban, fue lapidado hasta la muerte por confesar que era seguidor de Jesús.

Tras recibir el Espíritu Santo que abrió sus mentes a las enseñanzas que habían aceptado, sin miedo alguno se lanzaron a predicar abiertamente lo que habían aprendido del Señor.

A partir de entonces comienzan las persecuciones contra los cristianos que harán que los emperadores romanos los obliguen a esconderse en las catacumbas romanas, en las que se reunían para celebrar cenáculos en los que comentaba las enseñanzas recibidas.

Esto ocurrió en tiempos en los que los Derechos humanos, la libertad de conciencia y de expresión no existía. Eran momentos del absolutismo de los emperadores que tenían miedo al Cristianismo por sus enseñanzas de igualdad de todos los seres humanos, su bondad y no aceptación del culto a los ídolos o falsos dioses del tan extenso panteón romano. No, no pretendo dar una clase de historia de religión, ¡ni mucho menos!

Traigo esta situación a colación porque en la actualidad, en pleno siglo XXI a los católicos se nos quiere relegar a la clandestinidad, a que no manifestemos públicamente nuestras creencias, a que permanezcamos ocultos en unas catacumbas, si no físicas, sí sociales, a que no participemos en la vida pública y no expongamos ante el resto de la Sociedad nuestras expresiones religiosas como puedan ser, las Navidades, la Semana Santa, o cualquier acto de fe o fiesta religiosa.

Se hacen exposiciones blasfemas, como la de las hostias consagradas, se profanan las capillas de las universidades. Se hace escarnio de la celebración de las Cruces de mayo, como lo ocurrido en el pueblo de la Granjuela.

Se ridiculizan nuestras creencias con procesiones como las del Coño insumiso. En fin, hay un ambiente hostil, emponzoñado, lleno de profundo rencor y desatada vesania contra todo lo que haga referencia a las convicciones y manifestaciones de los católicos.

Pero lo realmente indignante es que todo ese odio, furor inmoderado y rabia no disimulada viene precisamente de quienes se declaran los adalides de la libertar de conciencia y de expresión, de los progresistas, de los que propugnan la independencia de todos los seres humanos y defienden que todos deberemos ser iguales con los mismos derechos y obligaciones, bueno, de éstas poco se habla, sólo prevalecen los derechos.

Derechos a agredir a los demás, a mofarse de sus creencias y convicciones, a perseguirlos, si no a muerte como en tiempos de los romanos, si a que se encierren en sus casas y no expongan sus creencias y doctrina.

Nuestra Constitución, en su artículo 16 garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto y las comunidades sin más limitación, en sus manifestaciones, que la necesaria para el mantenimiento del orden público.

¿Por qué no lo cumplen? Porque su odio es más profundo que todo lo que pueda decir la Constitución a la que trasgreden impunemente.

Esta hostilidad sólo la manifiestan contra los católicos, no con los de otras creencias pues saben que, de hacerlo, recibirían cumplido merecido.