Enrique Bellido Muñoz
Comprendo que la diplomacia tenga sus reglas y que las relaciones económicas entre países impongan unas normas de conducta que hemos de respetar, pero llegados momentos como estos me pregunto: ¿Tenía España que estar ahí?
Y cuando hablo de ahí me refiero a los funerales del general Hugo Chávez, dictador donde los hubiera, por mucho que las urnas -tan frágiles siempre a la manipulación de quienes ostentan el poder- le otorgasen la falsa pátina de una democracia inexistente.
No creo que cogerse de la mano de los regímenes socialistas-populistas que pululan por la América latina, ante el féretro de quien ha sido un auténtico visionario en la escena política internacional, represente la mejor expresión del carácter democrático y la personalidad que debe exhibir España en el exterior.
No lo creo, al menos, cuando la representación la ostenta el heredero de la Corona, el príncipe Felipe, institución, aquella, que no debiera contaminarse con el reconocimiento, aunque sólo sea protocolario y funerario en este caso, a ciertas formas de poder que a lo largo de la historia no han venido sino a demostrar que el principal depredador del hombre es el propio hombre, y más cuando lo revistes a este del manto del poder político absoluto.
Que representantes de Bildu y hasta de Izquierda Unida saquen billete para estar presentes en las honras fúnebres – que chocante que la Iglesia Católica haya de acoger bajo su liturgia a personajes como éste- puede uno llegar a entenderlo, fundamentalmente en el caso de los separatistas vascos que tanto amparo y apoyo lograron por parte de Chávez para sus correligionarios de ETA.
Pero que el Estado español envíe a su máximo representante -ante la imposibilidad física del Rey-, me parece un dislate que sólo se explica por la pérdida de valor que nuestra democracia ha venido sufriendo en los últimos años y nuestro devaluado papel económico en el mundo, lo que nos obliga a lastimosear inversiones en ciertos países de Sudamérica que, además, se permiten expoliar a muchas de nuestras empresas allí instaladas.
No sé a qué representantes enviarán países como Francia, Alemania, Gran Bretaña, Suecia, Holanda, Japón o Canadá, por citar a algunos, pero mucho me temo que con quienes envíen puedan dejarnos en evidencia. Y si no sucede así, si acude François Hollande, el alemán Joachim Gauck, la reina Isabel o el príncipe Carlos de Inglaterra, algún alto representante de la monarquía sueca u holandesa, el emperador Akihito o David Lloyd Johnston, gobernador general de Canadá, entenderé, al menos yo, que este mundo ha perdido los papeles y la hipocresía, tan extendida en la calle, discurre a sus anchas por los despachos de quienes debieran tener la seria responsabilidad de gobernar nuestros intereses.
Enique Bellido Muñoz
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