"Tengo el gusto de adjuntaros mis tres últimas reflexiones sobre bioética con las que concluyo la serie. Si en las anteriores entregas la reflexión ha ido en torno a los comienzos de la vida humana, el bloque que ahora os presento se refiere a la enfermedad, la vejez y la muerte, con especial incidencia en las drogas, el tabaquismo y el alcoholismo. Espero que os resulten interesantes y que colaboren a que el debate sobre estos temas esté un poco más fundamentado".
BIOÉTICA BÁSICA 9:
EUTANASIA Y CUIDADOS PALIATIVOS
El hilo conductor de todas estas colaboraciones sobre bioética es el respeto a la vida humana porque esta tiene un valor irremplazable.
Es un hecho que los seres humanos, mayoritariamente nos defendemos bien en las edades intermedias. Es un hecho que los más débiles son los recién concebidos y los ancianos o enfermos, luego parece lógico que un elemental sentido de solidaridad lleve a los que estamos en edades intermedias y en plenitud de fortaleza a protegerles.
En este capítulo vamos a ver brevemente qué hacer con los ancianos y enfermos, es decir, no cuando la vida empieza, sino cuando termina. Si todas las etapas de la vida tienen un valor irremplazable, esta puede ser la más importante del enfermo o del anciano, aunque las apariencias no lo indiquen así. Estar al lado de estas personas en esa etapa de sus vidas es una ocasión de mostrarles que sus vidas tienen valor para nosotros, que tienen dignidad.
Lo que un enfermo o un anciano necesita se resume en una sola palabra: “cuidados”, cuidados médicos, psicológicos, corporales, espirituales. A un enfermo o anciano hay que cuidarlo siempre.
Se denominan cuidados paliativos a los que no tratan de curar, sino de asistir al paciente al final de su vida para aliviar su sufrimiento, su dolor y su angustia como poco, y en la medida de lo posible para ayudar a que conserve la capacidad de comunicación y la autonomía. Los cuidados paliativos incluyen acompañamiento psicológico y escucha para discernir las expectativas del enfermo o anciano y de su familia.
Hay ocasiones en las que para aliviar el dolor se requieren analgésicos muy potentes como la morfina o los neurolépticos que pueden tener, como efecto secundario no deseado directamente, un acortamiento involuntario de la vida del paciente. Pero en estos casos el fin buscado no es matarle, sino aliviarle el dolor no habiendo otra manera de conseguirlo. Esta es la diferencia con la eutanasia, en la que lo que se busca directamente es la eliminación del paciente, su muerte mediante una acción u omisión deliberada, mediante una inyección letal o suprimiendo los cuidados elementales a los que siempre tiene derecho como la alimentación o la hidratación. Lo ético no es matar a un paciente con la excusa de acortar los sufrimientos, sino aliviar el dolor hasta que ocurra la muerte natural. En la actualidad, las técnicas de cuidados paliativos han avanzado tanto que se puede decir que para la práctica totalidad de las dolencias existen técnicas paliativas capaces de aliviar el dolor con eficacia.
Distinto de la eutanasia es el llamado “encarnizamiento terapéutico”, que es bien distinto de los cuidados y consiste en la continuación de un tratamiento que médicamente es ya inútil dado el estado del paciente, y se apoya en una obstinación fuera de lo razonable que no acepta que la vida es limitada y que esta toca ya a su fin de un modo natural. Estamos en el caso en el que se plantea “desconectar la máquina” que mantiene con vida artificialmente al paciente cuando ya no tiene curación posible. No es contrario a la ética desconectar la máquina, si bien en todo momento deben suministrársele al paciente los cuidados elementales de alimentación, hidratación, alivio de los sufrimientos, etc. de modo que sea él por sus propias fuerzas y con esos cuidados el que sobreviva o fallezca de modo natural.
La distinción entre “eutanasia activa” y “eutanasia pasiva” es una falacia, pues la eutanasia lo es, se apellide como se apellide, ya que en ambos casos se tiene intención de acabar con la vida del paciente, sea por acción—inyectándole un líquido letal—o por omisión—suprimiéndole la hidratación o la alimentación—lo cual no hay que confundir con la supresión de un tratamiento exorbitante e inútil, en cuyo caso estaríamos en el encarnizamiento terapéutico.
La vida, aunque tenga muchos sinsabores es demasiado bella para no amarla. A pesar de que se ha creado un estado de opinión favorable a la eutanasia—y en algunos países esto resulta asfixiante—la realidad es que los ancianos y los enfermos no desean morir. Lo que desean es curarse y sobre todo que se les quiera. Cuando se les quiere y se les hace la vida llevadera, ninguno desea morir, y menos todavía desean que nadie se apropie de su muerte.
También las personas que viven inconscientes tienen derecho a que se respete su vida. Nadie sabe qué es lo que pasa por la vida interior de una persona inconsciente. Son muchos los casos de enfermos en coma que al volver a la consciencia han referido lo que oían, lo que comprendían, las sensaciones que tenían, etc. durante su etapa de inconsciencia. Una temporada en coma puede ser de gran importancia para la vida del paciente y no hay derecho a robársela.
La muerte digna es la que respeta el momento en el que la naturaleza ya no da más de si, habiendo empleado la medicina para curar y habiendo aplicado los cuidados necesarios, incluso los paliativos. Lo ético es no adelantar ni atrasar artificialmente la vida, sino que la muerte llegue cuando deba llegar.
La mentalidad mayoritaria actual es la de desear una muerte en la que no se sea consciente de que se muere. Esto es así porque mayoritariamente se tiene miedo a la muerte, se tiene miedo a encararla, a “vivir” conscientemente la propia muerte. Asimismo, esto sucede porque mayoritariamente nadie se prepara para el momento de morir, porque espiritualmente vivimos una etapa de gran crisis. Esta es la razón última por la que la sociedad se plantea la eutanasia, y por la que no se la plantean personas con una cierta riqueza espiritual interior.
BIOÉTICA BÁSICA 10:
DROGAS, ALCOHOL Y TABACO.
Voy a tratar los tres temas por partes intentando sintetizar lo más que pueda, porque son temas muy amplios.
Empiezo con las drogas. Como se podrá imaginar quien me conozca, estoy en contra del uso de drogas. Intentaré dar razón de ello con unas breves pinceladas. En primer lugar podríamos aproximar el tema con una definición de “drogas”. Siguiendo a Lino Ciccone podemos decir que son “sustancias psicotrópicas que, por los efectos agradables que producen, también cuando es debido a que no se han probado antes, atraen al sujeto a asumirlas de forma repetitiva, primero, de modo libremente querido, después, coaccionado”. La dependencia de las drogas es principalmente psíquica, pero hay drogas que generan también dependencia física, también llamada síndrome de abstinencia, produciéndose alteraciones en el organismo tales como retortijones en el estómago, náuseas, diarreas, convulsiones e incluso coma.
Otro factor que hay que tener en cuenta en las drogas es el concepto de tolerancia, que se hace progresivamente variable ante las tomas repetidas de la misma droga en el sentido de que el consumidor se vuelve insensible ante dosis que anteriormente producían los efectos deseados, lo que le lleva a consumir cada vez dosis mayores.
Expuestas estas ideas iniciales, vamos a dar un fugaz repaso a las drogas más habituales.
La morfina es uno de los 25 derivados del opio. Depresora del sistema nervioso central. Produce una primera fase de bienestar seguida de otra de optimismo para caer a continuación en una dependencia total de la droga.
La heroína es un producto de laboratorio mediante extracción de la morfina. Es un fuerte sedante que hace desaparecer cualquier percepción de dolor, incluso psíquico.
La metadona, producto totalmente sintético con efectos similares a la heroína, pero creando menos dependencia que esta.
La cocaína se extrae de las hoja se la coca y tiene acción estimulante sobre el sistema nervioso central, haciendo experimentar inicialmente bienestar, felicidad y exaltación de funciones psíquicas, para pasar a continuación a una fase de temblores y alteraciones de las funciones que antes había exaltado.
El crack es droga de nueva generación y se extrae en laboratorio a partir de la cocaína. Bajo costo, facilidad de uso y absorción inmediata por el cerebro por ser fácilmente vaporizada e inhalada. Sus efectos son idénticos a la cocaína.
El éxtasis es una droga sintética aparecida en 1970. Es la reina de las discotecas. Pertenece al grupo de las anfetaminas. El efecto principal es la pérdida del sentido de cansancio, euforia, despreocupación, extraordinaria lucidez mental y a veces efectos alucinógenos
La marihuana es una droga alucinógena que se consume masticando o fumando las hojas de la planta. Mezclada con el tabaco es el vulgar “porro”.
El hachís se obtiene de la misma planta que la marihuana. Es un alucinógeno más potente. Se consume fumando.
El aceite de hachís es un producto oleoso, concentrado de la resina de hachís, 10 veces más potente que el hachís y 50 veces más potente que la marihuana.
El LSD es el alucinógeno más potente, dañando seriamente al cerebro aunque solo se consuma una vez. Los efectos que produce son, sucesivamente, euforia general, alucinaciones de la sensibilidad, alteraciones del esquema corporal, alteraciones del equilibrio, alteraciones auditivas y visuales, éxtasis y profundo sueño.
Este es el panorama resumido de las drogas más comúnmente utilizadas. Es de destacar que en las consultas de los psiquiatras hace bastantes años la población enferma estaba compuesta mayoritariamente por ancianos. Sin embargo, la edad ha ido bajando progresivamente de modo que hoy ocupan un amplio porcentaje enfermos entre 18 y 35 años con síntomas psicóticos graves como consecuencia del consumo de drogas. El abuso del éxtasis o la marihuana en gente muy joven, incluso de hasta 13 años, da paso a la cocaína y la morfina y otras drogas “duras” que activan patologías psiquiátricas de tipo paranoico o crisis de despersonalización en las que se anula la voluntad y la afectividad produciendo un aplanamiento absoluto de la persona.
Especial atención habría que prestar a las drogas de éxtasis, por estar muy difundidas entre la gente joven en el ambiente de las discotecas. Es una droga antigua que se sintetizó en 1912, aunque se considera droga desde 1985. Se confecciona en forma de pastillas de hasta 200 formas y colores diferentes sobre las que hay un absoluto descontrol en cuanto a conocer su composición y pureza por cuanto se fabrica en laboratorios artesanales y clandestinos. Se pueden considerar dos grupos: los simplemente psicoestimulantes y los que tienen además capacidad alucinógena y toxicidad elevada, llamadas superéxtasis, con capacidad letal en bastantes casos.
Los efectos psíquicos del éxtasis se pueden resumir en “sensación paradisíaca”, facilidad para las relaciones sociales, sentido de pertenencia a la tribu global, exceso de empatía con cualquiera, tendencia a revelar datos y asuntos confidenciales, consentir sexo sin ningún tipo de protección, sensación placentera general, distorsión de los sentidos del tacto, el olfato, el gusto y la vista; estimulación psicomotora y pérdida de los indicadores de cansancio, hambre, sed y sueño.
Los daños que produce el éxtasis se pueden resumir en lesiones irreversibles, efectos alucinógenos que empujan a la impulsividad y la violencia así como formas psicóticas graves, esquizofrenias y psicosis maníacodepresivas, resistentes a la cura con psicofármacos.
Entre los efectos físicos del éxtasis podemos destacar las taquicardias, hipertensión, hiperglucemia, amplia sudoración, extrema sequedad en la boca, incremento de la temperatura corporal, náuseas, vómitos, cefaleas, dificultad al andar, visión confusa, tirones musculares en las articulaciones, la necrosis hepática, etc., entre los que no falta la muerte en bastantes casos, debido a sobredosis o a su combinación con el alcohol, el hachís, la heroína, la cocaína o el LSD.
Ni que decir tiene el peligro tan grande que constituye alguien drogado con éxtasis al mando de un volante por una carretera…
En el mundo hay presumiblemente del orden de 200 millones de personas que se drogan de los que en España contribuimos con unos 600.000 presuntos consumidores, en su mayoría vinculados de alguna manera con los ambientes de discotecas. Esto es un hecho constatable: los jóvenes que frecuentan las discotecas durante toda una noche no acuden a esos ambientes precisamente a rezar el rosario…
Según el doctor Gori, “drogarse, al menos en su forma más compulsiva y extrema, equivale a un suicidio psíquico y obedece a una cultura de la muerte; en último análisis, drogarse es un acto contra la vida”. Un primer efecto de todas las drogas es la pérdida, más o menos grave, de la percepción de la realidad, tanto externa como de la propia persona. La voluntad y la capacidad de decisión se destrozan, los propios impulsos quedan descontrolados, sobre todo los sexuales y la agresividad. Todo el mundo interior de la persona se polariza en un único objetivo: “conseguir droga” al precio que sea, sacrificando el trabajo, la familia y hasta la propia vida.
A este suicidio psíquico hay que añadir los daños al organismo, sobre todo al sistema nervioso central. Sobre este punto hay un razonamiento incontestable: Si determinadas dosis de algunas drogas pueden llegar a causar la muerte, es evidente que dosis menores de estas no son inocuas y algo de daño causan. Sobre esto, también afirma Enzo Gori: “Es muy difícil negar una toxicidad intrínseca a la droga, como prueba una larguísima serie de datos”. A los daños intrínsecos habría que añadir los de las patologías asociadas, como el Sida y la hepatitis C.
Entre los daños de las drogas al organismo, el más severo es la muerte: si bien no son muchos los casos de muerte directa y fulminante por consumir droga, es decir, por sobredosis—unos 1200 casos al año—, sería más exacto contabilizar en cuántos fallecidos ha jugado la droga un papel decisivo a la hora de encontrar la muerte.
Podemos preguntarnos por qué se ha difundido tanto la drogadicción. No sé si tendrá una relación causa-efecto lo que voy a decir, pero me temo que algo tiene que ver. Me refiero a que la cultura dominante constituye un caldo de cultivo favorable a la difusión de la droga. Ante todo, la fuerte orientación consumista de los países desarrollados en los que está difundido el planteamiento de búsqueda de placeres fácilmente disponibles y de los que se pueda gozar con rapidez, y que a su vez hay que sustituir pronto por otros nuevos y diferentes. Unido a esto, reina en el ambiente el rechazo frontal de cualquier forma de fatiga o sufrimiento, también el que pueda comportar la conquista de valores más altos, y su supresión mediante “tecnocracia”, esto es, fármacos, tranquilizantes, ansiolíticos y analgésicos, además del tabaco y el alcohol, que están permitidos en esta sociedad que garantiza seguridad y felicidad a base de pastillas.
La mentalidad descrita está marcada por un fuerte materialismo, vacío de valores, en el que la droga es una trampa muy fácil de caer por presentar a simple vista un bienestar barato y fácil, o un acceso a poderes “mágicos” capaces de sentir una mayor audacia ante la realidad externa.
En todo este ambiente hay algo en lo que es mucho más fácil caer, que es la curiosidad y las presiones de otros chicos o compañeros a compartir lenguajes, códigos, subcultura y estilo de vida, todo ello unido a un deseo de evasión o de emular comportamientos adultos arriesgados u originales o de estar a la altura de aquello que cuenta en el grupo.
La familia tiene mucho que ver con este caldo de cultivo descrito. No me refiero solamente a familias desestructuradas, sino a familias aparentemente normales en las que son frecuentes las discusiones conyugales o entre padres e hijos, está oscurecida la figura paterna o el hijo es sofocado por un afecto hiperprotector que hace de él un eterno inmaduro, o por el contrario, el hijo que padece en el seno de la familia una seria carencia afectiva que produce en él un infinito anhelo de afecto no correspondido.
De lo dicho hasta aquí podemos sacar esta conclusión: La droga no es el problema principal de las toxicodependencias. El consumo de droga es solo una respuesta engañosa a la falta de sentido de la vida. La toxicodependencia es simplemente un índice del estado actual de la sociedad, una sociedad sin ideales, secularizada, permisiva, en la que la búsqueda de la evasión se expresa de tantos modos diferentes, de los que uno es la huida a la toxicodependencia. A este modo de evasión es atraído con mayor facilidad quien no ha conseguido suficiente madurez y equilibrio interiores y vive en una especie de “adolescencia interminable”, incapaz de auténtico amor y de proyectar un futuro responsable. La droga no entra en la vida de una persona como un rayo en un cielo sereno, sino como una simiente que se adhiere a un terreno que ha sido preparado desde hace tiempo.
Sobre la droga podríamos decir mucho más, pero me parece que las ideas básicas están expuestas como corresponde a la breve extensión que pretendo en estas colaboraciones sobre bioética básica. Solo quiero añadir un breve apunte sobre es aspecto bioético acerca de si existe responsabilidad ética en el sujeto que se droga. En principio todo parece apuntar a que quien ya es toxicómano, carece de responsabilidad subjetiva en el acto de tomar la droga y en los actos que realiza para conseguirla por cuanto estas acciones no son realizadas libremente, sino condicionadas psíquica o físicamente.
No obstante, existe responsabilidad, mayor o menor, en la causa que le llevó a ser toxicómano, es decir, tendrá mayor o menor responsabilidad en lo que le llevó a caer en la droga cuando todavía no había caído, en la medida en que podría haber evaluado las consecuencias y no lo hizo, lo mismo que una persona debe evaluar, antes de emborracharse si maltratará a su mujer en caso de llegar a embriagarse. Es decir, la responsabilidad existe “al comenzar el camino” hacia la drogodependencia. Por tanto es esencial que los poderes públicos y todas las instituciones informen bien sobre las drogas a las personas potencialmente más susceptibles de caer en la toxicomanía con el fin de fomentar un mayor número de acciones responsables antes de iniciar el camino hacia la drogodependencia. Evidentemente, una buena prevención no se reduce a una buena información, sino a la formación ética sobre los valores que de verdad tienen importancia en la vida.
Junto con esta estrategia de prevención, Juan Pablo II hacía ver que todas las personas de voluntad débil que han caído en la droga, más que caer en las manos de un juez, lo que necesitan es caer en las manos de un buen samaritano. Eso es al menos lo que yo he visto en el “Proyecto hombre”, institución de la Iglesia Católica, y en otras iniciativas similares destinadas a recuperar en lo que se pueda a quienes han tenido la desgracia de caer en la droga.
Un mayor conocimiento de lo que es la droga y de las consecuencias que tiene, debería servir para recapacitar, y reparar en la medida de lo posible el daño causado, a todos aquellos que se han lucrado a costa de la droga de una u otra manera, por cuanto han incurrido en una gravísima responsabilidad moral al lucrarse con la vida de los demás hasta el punto de dejarlos física, psíquica y económicamente arruinados.
Hablemos ahora del alcoholismo.
La drogodependencia ha aparecido relativamente hace pocos años, pero el alcoholismo es prácticamente tan antiguo como el hombre. El uso de bebidas alcohólicas es el método más antiguo descubierto para provocar modificaciones en la psique y en el comportamiento humano, incluso profundo, como la borrachera, la cual, desde los albores de la humanidad, ha sido “alegre”, ya que el “beber triste” o borrachera solitaria es algo relativamente reciente, ligado a la sociedad industrializada. Las distintas culturas han ido canalizando los usos culturales del alcohol de modo que los estados de dependencia revistan formas integradoras.
Cabe preguntarse si el alcohol es o no una droga. Para que sea droga, deberá cumplir varias condiciones: Inducir modificaciones del comportamiento, crear dependencia, contemplar tolerancia de modo que las dosis deban ser cada vez mayores y producir síndrome de abstinencia. La experiencia demuestra que estos efectos se producen cuando se da un abuso grave y prolongado de bebidas alcohólicas, pero no en pequeñas dosis con las cuales otros componentes de estas bebidas actúan beneficiosamente sobre el organismo, como el resveratrol, que previene patologías cardiovasculares.
El alcohol etílico proviene de la fermentación de los azúcares de algunos frutos. Así se fabrican el vino, la cerveza o la sidra. El contenido de alcohol o graduación alcohólica es un porcentaje de alcohol por litro de bebida. El porcentaje no suele pasar del 12%. Para graduaciones mayores hay que ir a los licores, que se obtienen por destilación.
El alcohol ingerido pasa rápidamente a la sangre y de ahí a los tejidos y órganos con diversos efectos según los individuos entre los que destaca la alteración del comportamiento, al actuar sobre el sistema nervioso central. En el organismo hay una dotación fisiológica de alcohol llamada “alcoholemia basal”, que está en torno a 25 miligramos por litro de sangre, y que aumenta al ingerir bebidas alcohólicas. El efecto del alcohol, en contra de lo que se cree, no es estimulante, sino depresor de funciones, empezando por las de control e inhibición, por lo que al beber alcohol se sigue una insólita locuacidad y mayor actividad, sociabilidad, cordialidad y apertura. La elevación del nivel de alcoholemia por encima de la alcoholemia basal dura mientras el exceso no ha sido metabolizado. El 90% del alcohol ingerido es metabolizado por oxidación en el hígado.
Pero tras mucho hacer trabajar al hígado por grandes y repetidas ingestas de alcohol, este órgano puede verse afectado y ser menos eficaz en su labor de metabolizar el alcohol. En esas circunstancias, menores cantidades de alcohol producen grandes concentraciones de alcohol en sangre. Quien haya llegado a ese estado es formalmente un alcohólico, y un simple vaso de vino le puede provocar embriaguez, con pérdida de autocontrol e incluso autoconciencia y síndrome de abstinencia. Y todo esto de modo prolongado, ya que el hígado no funciona y ello implica que el alcohol no se elimina de la sangre.
En cuanto a los daños que provoca el alcohol, los especialistas sostienen que son muy variables de unas personas a otras. No obstante parece haber acuerdo en que orgánicamente el dañado principal es el hígado, hasta llegar a la cirrosis o al cáncer, con final de muerte. También son frecuentes los trastornos psíquicos más o menos graves hasta llegar a verdaderas enfermedades mentales como la demencia alcohólica y la psicosis de Korsakof. Las muertes ligadas al alcohol se estiman en España en unas 18.000 anuales. En el mundo la OMS cifra en 800.000 las muertes anuales debidas al alcohol. En los países occidentales el 50% de los accidentes en carretera están relacionados con el consumo de alcohol. Las causas más frecuentes de muerte en personas con trastornos ligados con el alcohol son el suicidio, los tumores, las enfermedades cardiacas y las hepáticas. Los fallecimientos relacionados con el alcohol superan en número a los relacionados con abusos de otras sustancias psicoactivas.
A nivel social podemos decir que el daño principal del alcohol—devastador—es sobre la familia. Tener uno o más alcohólicos en la familia es de un efecto desgarrador por las violencias, insultos, maltratos y atroces sufrimientos que genera. También a nivel social el alcoholismo tiene nefastas consecuencias en la actividad laboral, en forma de enfermedades, accidentes laborales, absentismo, pérdida del puesto de trabajo, etc. Otro ámbito de grave daño social es el referido a la carretera y el tráfico de vehículos, como ya he apuntado. También se puede producir daño irreparable en los fetos por alcoholismo de mujeres embarazadas. El alcoholismo es como un río espantoso de sufrimiento que intoxica por todas partes la vida social. Con frecuencia además aparece combinado con el consumo de drogas, sobre todo en gente joven.
En cuanto a los factores que predisponen al alcoholismo podemos destacar factores genéticos, psicológicos y ambientales. Efectivamente, está demostrado que hay quien está mas predispuesto al alcoholismo por un factor genético. Otros lo están por factores psicológicos. En cuanto a los factores ambientales, entran en ellos elementos muy heterogéneos. De todas formas, merece mención especial la familia como factor decisivo, tanto en la inducción al alcoholismo como en la prevención del mismo. La familia de origen tiene un papel prevalente en relación al alcoholismo del hombre; la familia nueva lo tiene en relación con la mujer. Otro factor ambiental que predispone al alcoholismo lo encontramos en el comportamiento dominante en relación con el consumo de bebidas alcohólicas. Esto se refleja en las costumbres, en la mentalidad común, en las leyes y en los medios de comunicación. En los países occidentales se da una especie de esquizofrenia en este sentido, porque por una parte se exaltan las bebidas alcohólicas y por otra se reprueban; se incentiva el uso y se condena el abuso, pero ignorando la sutil línea de separación de uno y otro, asegurando por otra parte unas fabulosas ganancias públicas mediante recaudación fiscal, si bien esas ventajas tributarias se evaporan frente a los cuantiosos daños provocados por el alcoholismo, empezando por los de sanidad.
En cuanto a la valoración ética podemos decir algo parecido a las drogas. La responsabilidad está en el inicio del camino del alcoholismo. El problema está en que ese inicio puede ser bastante inconsciente para el futuro alcohólico y por tanto la responsabilidad, menor. También en la responsabilidad juega un papel no pequeño el contexto sociocultural del alcohólico.
Bueno, pasemos al tabaquismo.
Debo hacer una referencia a mi niñez, a cuando despertaba a la vida, a mis diez años. Yo veía a mi padre y a mi abuelo materno fumar abundantemente. Me quedaba extasiado en las tertulias familiares después de comer, los domingos, contemplándoles echar humo por la boca, de esos cigarrillos mágicos de marca “Goya”, “Ducados”, “Mencey” u otros, en el caso de mi padre, o “Ideales” azules, también llamados caldo de gallina, en el caso de mi abuelo, que tenía una inusitada habilidad para enrollarlos él mismo, de modo que le salían perfectos. Mi padre y mi abuelo sentían verdadero placer fumando. También mi madre y mi tía fumaron por esos años, pero no se tragaban el humo. Solían fumar “Kent”, y con mucha mayor moderación que los varones.
Yo deseaba que pasaran pronto los días, los meses, los años. Yo deseaba crecer para poder fumar también cuando fuera mayor, cuanto antes. No pude esperar a ello y ya a los 12 años empecé a fumar, por supuesto, a escondidas. Empecé a disfrutar intensamente del placer de fumar. Porque entonces, tal como decía la canción, fumar era un placer. Y un placer vinculado a la relación social, a salir con chicas, a los guateques, a reunirse a estudiar en una biblioteca, etc.: “…fumando espero, la novia que más quiero (etc.)”.
Afortunadamente tuve el talento de dejar de fumar, por convencimiento propio, a los 29 años. Mi abuelo murió anciano de algo que no tenía que ver con el tabaco, y cuando murió, evidentemente, dejó de fumar también. Mi padre dejó de fumar porque le descubrieron a los 69 años un tumor cancerígeno en el pulmón izquierdo. Le extirparon un tercio del pulmón, pero le cogieron la patología a tiempo, porque ya sin fumar, vivió con buena calidad de vida otros 15 años y murió de otra enfermedad que no tenía que ver con el tabaco. Mi madre y mi tía también dejaron de fumar ellas solas por aquellos años. Mi madre murió en 2010 de algo que no tenía que ver con el tabaco y mi tía vive todavía, con sus 90 años.
Si todos hemos salido bien parados respecto al tabaco es porque lo hemos dejado a tiempo. Y es que cuando a mí me hechizaba el tabaco, era una época en la que ni por asomo se pensaba que este pudiera tener efectos dañinos graves. Solo se le atribuían al tabaco perturbaciones pasajeras tales como irritación de la tráquea o los bronquios, con facilidad para la tos o los catarros. Fue entre 1954 y 1964 cuando de manera casi súbita aparecieron más de tres mil estudios de investigación en diversas partes del mundo en los que se alertaba de los peligros del tabaco. Para que estas alertas en el plano científico hayan pasado a la política y a las medidas legislativas de los distintos países han sido necesarios del orden de 30 o 40 años.
Las volutas vaporosas del cigarrillo de Humphrey Bogart o Marlon Brando que encandilaban a las más bellas y glamurosas mujeres se han convertido en los comienzos del siglo XXI en una actividad tenebrosa, casi clandestina, proscrita de todo espacio público. En los paquetes de cigarrillos aparecen los mensajes más desagradables acompañados de fotos de enfermos de cáncer, hechos una mierda en vida gracias a exhalar humo por la boca. Fumar es, hoy, una tragedia macabra.
¿Qué ha pasado?
Parece que el mensaje sobre los efectos peligrosos del tabaco ha impregnado hondamente la sociedad. El tabaco ya no es ese placer inofensivo que servía para ligar. Mucho más lejos quedan los tiempos en los que el tabaco se utilizaba como medicina contra diversas molestias, empezando por el dolor de dientes. El consumo de tabaco en los países desarrollados ha disminuido. Sin embargo, la proporción de mujeres fumadoras ha pasado del 36% en los años sesenta al 55% en la actualidad.
Para considerar el problema del tabaco desde el punto de vista ético es preciso hacer una distinción en tres tipos de fumadores: los ocasionales, los habituales y los empedernidos.
En los ocasionales el daño producido por el tabaco tiene una entidad leve y breve que incluso puede verse compensada por alguna ventaja psicológica o social. Además, pueden abandonar el tabaco sin dificultad.
Los habituales fuman a menudo, independientemente de las circunstancias concretas. Los daños son consistentes y con el tiempo llegan a ser graves. No obstante no existe dependencia ni crisis de abstinencia, aunque es una situación abocada a terminar como fumadores empedernidos.
Los empedernidos presentan un comportamiento análogo a los toxicodependientes de droga o alcohol, con síndrome de abstinencia específico respecto de la nicotina. Suelen fumar entre 20 y 30 cigarrillos diarios. Incluyen algunos de estos síntomas: humos disfórico o depresivo, insomnio, irritabilidad, frustración o rabia, ansia, dificultad de concentración, intranquilidad o impaciencia, disminución de la frecuencia cardíaca, deseo inmoderado de tomar dulces, falta de atención y aumento de apetito o de peso.
Desde el punto de vista de la bioética, la atención se centra sobre todo en los fumadores habituales y los empedernidos. Lo dicho para los toxicodependientes de drogas y alcohol vale aquí para los fumadores empedernidos con la advertencia de que en estos no son pocos los aspectos negativos que se presentan atenuados. Por ejemplo, es menor la rapidez con la que se instaura la dependencia, son menores los daños neuropsíquicos, es menor la dificultad de liberarse de la dependencia. Además, desde el punto de vista social, no existe la marginalidad o la delincuencia organizada que se da en torno a la droga, por ejemplo.
Ya he comentado más arriba que hasta prácticamente 1954 no había conciencia de que el tabaco causara daño relevante. Hoy día los daños están muy documentados. En el mundo hay alrededor de 1.100 millones de fumadores, de los cuales unos 300 pertenecen a países desarrollados y 800 al resto del mundo. Cada año las muertes debidas al tabaco alcanzan los 3 millones de personas, una cada 10 segundos, o lo que es lo mismo, cada día mueren 10.000 personas debido al tabaco. Según la OMS el tabaquismo es “la principal causa evitable de enfermedad y de mortandad en el mundo”. Humphrey Bogart también murió de cáncer debido al tabaco.
Y ya que hablamos de cáncer, mencionemos algunas de las patologías debidas al tabaco: Está corroborado que el tabaco provoca cáncer de labio, de pulmón, de tráquea, de bronquios, de vejiga, de riñón y de las vías urinarias. También produce enfermedades cardiovasculares como hipertensión, cardiopatía isquémica, diversas cardiopatías, accidentes vasculares cerebrales, arteriosclerosis, aneurisma de aorta y diversas arteriopatías. En cuanto a las afecciones respiratorias, produce tuberculosis, neumonía, bronquitis, enfisema, asma, bronconeumopatía obstructiva crónica y otras. En el caso de fumadoras embarazadas, los niños pueden verse afectados por déficit de peso, afecciones respiratorias, cáncer de pulmón, abortos espontáneos, anomalías en la placenta, retraso del crecimiento intrauterino, muerte perinatal o muerte súbita del lactante, amén de otras enfermedades que puede desarrollar el hijo en los siguientes años de su vida. En el campo de la sexualidad el tabaco puede provocar impotencia e infertilidad, en el hombre, y muerte en la mujer si además de fumar utiliza anticonceptivos hormonales.
La explicación de cómo se producen estos daños podría ser muy prolija, lo cual excede del carácter breve de esta colaboración. Baste decir que las sustancias que se liberan con la combustión del tabaco, pasan rapidísimamente de los pulmones a la sangre y de ahí a todo el organismo o al feto, en el caso de mujeres embarazadas.
Especial interés tiene el capítulo de los fumadores pasivos, también llamados “de segunda mano”. No es un tema baladí o una cuestión de cortesía o modos sociales. La cuestión ya se planteó en 1939 por el profesor Ferdinando Corelli alertando de que los fumadores pasivos podían presentar una sintomatología de daños similar a la de los fumadores directos. Investigaciones de los años noventa del siglo pasado no solo confirmaron las intuiciones del profesor Corelli, sino que han demostrado el sorprendente descubrimiento de que es más dañino inhalar el humo del tabaco como fumador pasivo que directamente del cigarrillo, porque al haber una mezcla menor de alquitrán y gases nocivos que en el humo directo y tener menos temperatura de combustión, está demostrado que se introducen más profundamente en las vías respiratorias que si se fumaran directamente del cigarrillo. Entre calada y calada, además, terminan en el aire más componentes nocivos que los que se inhalan directamente fumando. En el humo indirecto se detectan mayores cantidades de sustancias tóxicas que en el humo inhalado directamente. El humo de tabaco pasivo contiene más de 4.700 sustancias, de las que 43 son cancerígenas. Para un no fumador, la exposición al humo del tabaco de los fumadores es más peligrosa que el humo que estos inhalan.
Me parece que este panorama es bien elocuente y queda claro que el tabaco es dañino para la vida, y por encima de lo que se haga desde la Administración, que no es poco, aunque no exento de hipocresía—el Estado se forra literalmente, vía impuestos, a costa de la salud de los fumadores, aunque luego le cueste caro, vía enfermos de cáncer en la Seguridad Social—, en el plano personal bien cabe tomarse el asunto en serio, analizar el coste para la propia salud y la de quienes nos rodean y analizar también el coste laboral y social que el tabaquismo genera y el coste económico para la economía familiar. Y luego, actuar con responsabilidad.
BIOÉTICA BÁSICA y 11:
DONACIÓN DE ÓRGANOS.
La donación de órganos y el correspondiente trasplante pueden darse entre personas vivas o de un muerto a un vivo. Estamos hablando de un acto de gran generosidad, en muchos casos heroica, por parte de quien se desprende de una parte de su cuerpo para ayudar a seguir viviendo a otra persona que de lo contrario probablemente moriría.
Al final de esta colaboración trataré brevemente algo sobre el trasplante entre vivos. Ahora me centro en el caso de donación cuando se lleva a cabo desde un cadáver. Hablamos principalmente de transplantes de corazón, hígado, pulmón, páncreas y otros órganos vitales.
La cuestión ética fundamental que se plantea es que el donante sea verdaderamente un cadáver, esto es, que haya muerto realmente, porque de lo contrario “estaríamos desvistiendo un santo para vestir a otro”, es decir, se estaría jugueteando con los órganos de dos personas, matando a una para ver si con sus despojos se puede conseguir que viva otra, y la vida se convertiría en un divertimento de médicos y cirujanos¹ .
[1] Puestos a tomarse a cachondeo el asunto de los transplantes y las donaciones de órganos, me quedo con dos espinelas de Camilo José Cela en las que el genial escritor ofrece su particular visión de las donaciones, aplicadas a dos partes concretas del cuerpo. Estos poemas dicen así:
El culo no lo donaré / pues siempre existe un confuso / que pueda darle mal uso / al culo que yo doné. / Muchos años lo cuidé / lavándomelo a menudo. / Para que un cirujano chulo / en dicha transplantación / se lo ponga a un maricón / y muerto me den por culo.
«La pinga la donaré / y que se la den a un caído / y levante poseído / el vigor que disfruté. / Pero pido que después / se la pongan a un jinete, / de esos que les gusta el brete. / Eso sería una gran cosa / yo descansando en la fosa / y mi pinga dando fuerte».
Para que el donante haya fallecido de verdad, se requiere determinar cuándo y cómo se produce la muerte, habida cuenta de que a lo largo de la historia se han dado muchos casos de personas que parecían muertas y no lo estaban, y en esas condiciones no se podría llevar a cabo un transplante de órganos, éticamente hablando.
Desde 1968 con el Informe Harvard, está internacionalmente admitido que para que exista muerte no solo basta que cese espontánea y definitivamente la actividad del sistema cardiorespiratorio, sino que debe haber también parada encefálica, destrucción total e irreversible del encéfalo en su conjunto, no solo de la corteza. Es lo que comúnmente se suele denominar “muerte cerebral”.
Una vez certificada la muerte cerebral del donante y antes de la muerte biológica de sus órganos, se extrae el órgano a transplantar, es decir, antes de la necrosis de los órganos, que se pueden preservar de la degradación manteniendo en ellos la ventilación y la circulación sanguínea durante un tiempo.
Es preciso puntualizar que no es lo mismo el coma profundo o estado vegetativo que la muerte cerebral, porque en el coma profundo existe actividad cerebral y se han dado muchos casos de personas que se han recuperado de él sin secuelas cerebrales.
Aunque hay un consenso internacional sobre el Informe Harvard y no plantea problemas éticos seguirlo, existen en la actualidad científicos que recelan del mismo y piden una revisión del criterio de muerte y que se vuelva a abrir el debate sobre la misma.
El criterio de la muerte cerebral es el que se usa habitualmente. Sin embargo, ante la creciente demanda de órganos se está utilizando otro procedimiento que plantea problemas éticos. Es el criterio basado en la reacción ante la parada cardiorespiratoria. Si esta se da, se le intenta reanimar al paciente durante 30 minutos. Si transcurrido ese tiempo no recupera la actividad cardiaca, se le considera muerto. Se para la reanimación durante 5 minutos, con lo que se consigue la muerte cerebral, y a continuación se reanuda la reanimación, pero ya con el fin de oxigenar los órganos antes de extirparlos.
Hay personal médico que no acepta este método por cuanto la extirpación de los órganos se lleva unos instantes después de la reanimación. Hay médicos que denuncian en este método la precipitación que envuelve a la muerte del paciente y la extirpación de sus órganos, así como la impaciencia con que se pregunta a los familiares unos minutos después de la defunción por su autorización para la donación.
Hay que tener en cuenta que toda persona tiene derecho sobre su propio cadáver, y si no ha dispuesto nada, son los familiares los que deben decidir. No puede ser un extraño quien decida sobre un cadáver, y mucho menos nadie tiene derecho a actuar contra la integridad del cuerpo de nadie, apropiándose de él o de su cadáver. Aquí no cabe actuar con la duda sobre si el paciente está vivo o ha fallecido: es preciso tener certeza sobre la muerte del donante y sobre la condición libre del donante. La condición de todo donante es que su vida no corra peligro, al menos de una manera razonable. En el caso de un donante fallecido, la muerte le ha sobrevenido con anterioridad; en los donantes vivos es evidente que hay que salvaguardar su vida como premisa.
Hay legislaciones que en caso de no haber negativa expresa, presuponen que toda persona que muere es donante. Sin embargo, en la práctica, los equipos médicos piden permiso siempre a la familia y respetan esa voluntad.
En el caso de un donante vivo, debe darse siempre una proporción entre las ventajas del receptor y los riesgos del donante, así como la voluntad libre y documentada de este.
Vuelvo al principio de esta colaboración, a la generosidad de la que he hablado, pero también al respeto al cadáver y a lo que ya expuse en otro artículo de bioética, al encarnecimiento terapéutico y al respeto a la hora que Dios haya querido que mueran las personas, no siendo éticamente exigibles tratamientos desmesuradamente exorbitantes en los que para salvar una vida humana se sacrifica otra. Estas son las variables que hay que tener en cuenta.
Antonio Moya Somolinos
Arquitecto
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