Es verdad que lo que valen son los hechos. Son muchas las citas que podríamos esgrimir sobre este aserto. Ya de pequeños, quizá escuchamos ese cuento de Jadoul titulado "Que viene el lobo" en el que se narraba la historia de un lobo que nunca llegaba, hasta que llegó, y pilló desprevenidos a los que antes, cuando no venía, estaban prevenidos.
También San Ignacio, en sus Ejercicios Espirituales, habla de que hay que atenerse a los hechos, más que a las palabras.
Son muchas las personas que valoran la práctica por encima de la teoría, ya que la primera se apoya en hechos.
Lo característico de las sectas es la diferencia abismal entre lo que de ellas saben quienes están dentro y lo que de ellas saben quienes las ven desde fuera, sin los prejuicios internos que llevan a un exclusivo conocimiento teórico y acrítico.
Cuando José María de Areilza escribió un libro de semblanzas de contemporáneos suyos, de lo más variado, no lo tituló "así son", sino "Así los he visto", matiz muy interesante, pues es importante "salir fuera" de un problema, de unas personas o de unas instituciones, para tener un poco de perspectiva y ver en ellos, no solo lo que ellos creen que son, sino su comportamiento ante los demás, pues ese comportamiento es el que realmente revela cómo son las situaciones, las personas o las instituciones.
Precisamente, ese "ver desde fuera" es lo que otorga objetividad, tanto a las personas como a quienes gobiernan instituciones. "Ver desde fuera" significa entender el entorno.
La frase más rotunda y más breve que describe todo esto la pronunció Jesucristo hablando de los doctores de la ley y de los escribas y fariseos de su época en Israel: "Por sus obras los conoceréis".
Los periodistas suelen decir que las interpretaciones son libres, pero los hechos son tercos e inamovibles.
Ante el reciente discurso de Joaquín Torra para su investidura como presidente de la Generalidad, se podrán hacer análisis o interpretaciones, pero me parece de gran interés algo en lo que Rajoy no ha reparado, y que es fundamental: El discurso de Joaquín Torra no es un conjunto de palabras, sino un hecho, con una manifestación inequívoca de voluntad, en el que hay una vulneración evidente del orden constitucional.
Rajoy ha dicho que el discurso de Torra "no nos gusta, pero esperemos a conocer los hechos". Esto es un error, porque el discurso de investidura de Torras es un hecho, no unas palabras. Un discurso público, institucional, pronunciado por un cargo público del Estado (un diputado autonómico) ante el parlamento autonómico catalán y ante todo el país, a través de los medios de comunicación, no es una expresión de una opinión, es un acto público, un hecho.
Conviene recordar que a Joaquín Torra no le hace presidente de la Generalidad el parlamento catalán, sino el jefe del Estado español, esto es, el rey; a propuesta del presidente del Gobierno, esto es, Mariano Rajoy. Lo que le hace ser presidente de la Generalidad no es que le voten unos cuantos diputados, sino que le nombre el rey, porque el cargo que va a ocupar o que ocupa, no es el de presidente de una comunidad de vecinos, sino el de representante del Estado en el ámbito de la Comunidad Autónoma de Cataluña, el cual será efectivo cuando sea publicado en el Boletín Oficial del Estado.
También hay que recordar que para tomar posesión de ese cargo del Estado, es preciso que jure o prometa "guardar y hacer guardar la Constitución y el resto del ordenamiento constitucional", propósito absolutamente incompatible con lo expresado en el discurso de investidura. ¿En cual de los dos actos miente, en la toma de posesión o en el discurso de investidura? ¿Acaso el discurso de investidura de este señor no es un ataque frontal - un acto - contra el ordenamiento constitucional?
Si estuviéramos en una situación nueva, quizá las palabras de Rajoy fueran prudentes, pero con los antecedentes de varios años de Arturo Más y de Carlos Puigdemont, y con el propio historial de Joaquín Torra, está claro que este ha expresado la verdad de lo que piensa hacer en el discurso de investidura. En el discurso, no ha llamado a la sedición ni ha proclamado la república catalana, pero ha dicho que lo va a hacer. Conviene recordar que no solo se contempla en el ordenamiento penal el delito, sino la inducción al delito.
Me parece muy bien que quien quiera, opine y ponga en marcha los mecanismos para la secesión de Cataluña, siempre que lo haga desde la legalidad. Una o varias modificaciones de la Constitución podrían llevar a ello legalmente.
Ahora bien, lo que me parece inaceptable es utilizar las instituciones del Estado para ir contra el Estado cuando hay por medio un juramento o promesa de fidelidad. Advertir esto y combatirlo es obligación del presidente del Gobierno, no solo cuando se ha producido ya un acto consumado de sedición, sino cuando hay otros actos previos que llevan ese camino y que no son simples palabras sino actos de personas públicas en el ejercicio de sus cargos públicos.
Esto no es actuar con precipitación o tibieza, sino con buen gobierno. El artículo 155 de la Constitución va precisamente en esa línea, en la de atajar situaciones, manifestadas en actos, que ponen en peligro el orden constitucional.
¿Qué necesita Mariano Rajoy para enterarse de lo que pasa en Cataluña, un tercer órdago al Estado? ¿Acaso da al discurso de investidura de Torra el mismo valor que a una conversación de café? ¿Qué más hechos necesita para encarcelar a Torra y poner de nuevo en marcha los mecanismos judiciales para imputar por sedición (o por incitación a la sedición) a este señor?
Sospecho que ese miedo a ejercer las obligaciones de gobierno y pasarle el muerto a los jueces, nos llevará dentro de año y medio o dos a repetir los errores de los últimos años en Cataluña. Parece ser que ahí, los únicos que tienen algo de sentido común son los empresarios, que se van con la música a otra parte, antes que seguir soportando un entorno inaguantable.