Opiniones

"El Periódico digital para el sur de Córdoba"

Religión en las aulas

Han aparecido recientemente dos buenos artículos sobre este tema en estas páginas. Quisiera aportar mi modesta opinión y añadirla a las de mis amigos Carmen Muñoz y José Luis Casas, sobre todo a la de este último.

Vaya por delante advertir que partimos de puntos de vista diferentes, pues mientras José Luis se mueve por la izquierda con una visión socializante, yo me muevo por la derecha con una visión anarco-liberal. Esto no es obstáculo para que desde este foro tanto José Luis (ya lo ha demostrado con su artículo) como yo (que espero demostrarlo con el mío) nos respetemos en este medio escrito tanto como cuando coincidimos hablando en la calle o en algún bar.

Vaya por delante también que, aunque sea católico y sea partidario de la religión en las aulas, es una opinión estrictamente personal, ya que no existe ningún mandato concreto de la Iglesia católica en el sentido de que todos los cristianos deban apoyar la existencia de la asignatura de religión en los centros docentes. Se puede disentir.

También quiero decir como introducción que prefiero mil veces una Iglesia perseguida que perseguidora, dada mi condición liberal. Esto es, que soporto medianamente que me persigan por mi religión, pero de ningún modo estoy dispuesto a imponerla por la fuerza (o por artimañas) a nadie.

Haré otro prolegómeno, consecuente con mi condición anarco-liberal. Yo prohibiría en principio la escuela pública. La escuela, en el origen, nace como ente supletorio de los padres que, por falta de tiempo o de amplitud de conocimientos, se apoyan en otros individuos, llamados profesores, que individualmente o asociados y coordinados en lo que se llama escuela, ayudan a los padres vendiéndoles una mercancía llamada conocimientos a cambio de un precio en dinero o en especies. Esto es exactamente lo que pasaba en tiempo de los griegos, y que José Luis conoce bien.

La escuela podrá ser más o menos importante, pero no se puede perder de vista que cumple una función supletoria de los padres, cuya misión no se reduce a traer hijos al mundo, sino a la segunda parte, esto es, educarles, función que les diferencia de los animales.

Es lógico que haya escuelas porque los padres no llegan a todo. Pero son los padres los que eligen la escuela. Y los que la deben pagar. La escuela debe ser privada.

Vamos a suponer que haya padres que no tienen dinero para pagar la escuela. Ahí ya podemos hacer una excepción a lo dicho, porque lo que está claro es que el Estado debe procurar proteger a los más débiles. Vale. Que haya escuela pública. Pero en la escuela pública los padres siguen siendo los que tienen la autoridad, no los profesores ni el director del centro, porque esa escuela pública sigue estando al servicio de los padres.

Esto nos llevaría muy lejos, pues deberíamos hablar del cheque escolar, de los conciertos, etc. Baste sin embargo lo dicho, en el sentido de que ni la escuela ni el Estado educan, sino que instruyen. Esta idea estuvo clara, al menos nominalmente, cuando en España, al ministerio de Educación no se le llamaba así, sino “Ministerio de Instrucción Pública”, nombre muy preciso en el que parecían estar claros los límites del Estado.

Imaginémonos ahora que no existen escuelas y que la educación de un chaval se reduce a una escuela peripatética consistente en dar paseos con su padre–o con su madre–y también con su abuelo o abuela, o con sus hermanos mayores o con amigos, etc., cogiendo de todos un poco, aprendiendo de aquí y allá a base de conversaciones en las que se alternan sus preguntas con los consejos de sus seres allegados.

¿Le explicarían los ríos de Asia, o el teorema de Pitágoras o los holomorfismos? ¿No hablarían más del origen de la vida, de lo que es el amor, de por qué las cosas existen, del sentido de la existencia, del origen y causa de la naturaleza que les rodea, del destino del hombre tras la muerte, de Dios?

Con esto quiero decir que en mi opinión, en esta sociedad tan burocratizada y autodenominada avanzada, parece que se ha perdido de vista lo más importante, de tal manera que se enseñan en la escuela muchas cosas que no son importantes, y se dejan de enseñar otras que objetivamente sí lo son.

En referencia a la asignatura que imparte José Luis, la historia, por su carácter de magistra vitae, es evidente que se trata de una materia importante, ya que se trata de conocer qué han hecho los hombres que nos han precedido, no porque la historia se repita, que puede repetirse o no, sino porque nosotros somos tan humanos como los de siglos anteriores y algo podemos aprender de las situaciones en las que se vieron ellos.

Pero si la historia es importante, la religión es sin lugar a dudas, la materia más importante porque trata del fenómeno más importante del ser humano que es su relación con Dios. Se podrá ser ateo o agnóstico, pero sería un insulto a la inteligencia despreciar el fenómeno religioso por el mero hecho de que uno “no lo padezca”, equiparable al caso de un médico que se negara a conocer las enfermedades de las que no tenga una experiencia personal.

No estoy hablando de la religión católica, sino de todas las religiones y de la religión en general. Una formación humana que carezca de formación religiosa es una formación deficiente, de baja calidad. En el Estado aconfesional en que vivimos, ninguna religión debe imponerse desde el Estado, tampoco si se trata de enseñar religión, pero es evidente que la formación religiosa que preste la escuela, ya sea privada o pública, debe estar al servicio de las preferencias de los padres.

El Estado debe ser aconfesional, no dar primacía a ninguna religión en particular. Pero el Estado debe fomentar la religiosidad de los ciudadanos, ya que los ciudadanos con principios religiosos suelen tener unas motivaciones de conciencia que les hacen ser mejores ciudadanos, porque no es el Estado el que les lleva a serlo, sino su propia conciencia moral, inspirada en su religión.

Desciendo ahora a lo que expresa José Luis en su artículo.

Por supuesto que ni se me ha pasado por la cabeza que José Luis vaya a quemar conventos o a incendiar iglesias, pero sus compañeros de ideología ya lo hicieron una vez en los años treinta del siglo pasado y ahora hay quien dice que lo quiere repetir. A los periódicos me remito así como a los libros de historia en los que se da cuenta de los más de 6.200 mártires sacerdotes y religiosos asesinados en aquellos años. Quiero decir con esto que el temor de alguno está más que justificado.

En cuanto a los Acuerdos con la Santa Sede, los leí hace tiempo y ya no me acuerdo de ello, pero puede ser que necesiten una revisión ya que en casi 40 años la sociedad española ha cambiado y quizá venga bien una adaptación a la situación actual.

Tengo entendido que el artículo 16 de la Constitución ha superado alguna vez el filtro del TC en el sentido de que esa mención expresa a la Iglesia Católica no enerva la aconfesionalidad del Estado pues se trata más bien de la constatación de un hecho sociológico-estadístico de sentido común: Todas las religiones son de igual valor para el Estado, pero si de un modo abrumadoramente mayoritario en este país hay católicos, parece lógico que sea con esta confesión religiosa con la que se tengan unas relaciones más intensas o más frecuentes. Es de sentido común. Sin embargo, a mí personalmente me daría igual que se suprimiera ese párrafo porque entiendo que ni le añade ni le quita nada al sentido general y a la aplicación práctica del día a día.

En cuanto a si las clases de religión deben impartirse en horario escolar o fuera de él, es una cuestión menor. Se tratará de organizarse, dejando en todo caso salvaguardado el derecho de los padres que pidan que sus hijos tengan religión, dado que, como he dicho, la soberanía en esta materia la tienen los padres, no el centro escolar, cuya función es meramente delegada de ellos. Que se organicen entre todos, que se pongan de acuerdo. Es irrelevante si se tiene al principio del horario o al final. Lo que está claro es que se debe respetar tanto al que quiera religión como al que no la quiera, y ninguno de los dos grupos debe imponerse sobre el otro. Si hay padres que no quieren que sus hijos reciban clase de religión, allá ellos. Terminarán siendo unos acémilas incultos. Sin embargo, yo por mi parte prefiero que lo sean con tal de que lo sean libremente. Ante todo la libertad. Ahora bien, libertad también para quienes opten por tener clase de religión. Me parece que no es mucho pedir un esfuerzo para que todos queden contentos.

José Luis hace notar que en las clases de religión hay más catequesis que clase. Si eso es así, estoy de acuerdo con José Luis. Las clases de religión no deben ser catequesis, sino clases, dirigidas a la inteligencia, al conocimiento. La catequesis tiene otro ámbito. Aquí estamos hablando de formación intelectual, no de práctica religiosa, aunque en una materia como la religión hay que comprender que no se puede hablar de ella como si fuera una pieza de laboratorio, pues la religión es vida, no simple materia de estudio teórico.

Otra cosa: si los alumnos suelen decir que “en clase de religión no se hace nada”, no necesariamente hay que pensar que la religión sea algo inútil. A lo mejor el que es un inútil es el profesor de religión.

Veo que mi amigo José Luis termina su artículo emitiendo un quejido por el hecho de que, como contribuyente, tenga que pagar las clases de religión que reciben otros. José Luis, sinceramente, me parece que te estás haciendo liberal.

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