Siempre, desde la noche de los tiempos, tratar bien a la desinformación significa tratar mal a la razón o a cualquier equilibrio. Siempre, desde la noche de los tiempos, tratar bien a cualquier IRRESPONSABILIDAD (o sea, no respondiendo éticamente a cualquier acción) significa siempre ya tratar mal a ése respeto mínimo que debe tener una persona con el mundo. ¡Obvio!
Es eso así porque, en la vida, no se pueden servir a dos amos contradictorios al mismo tiempo (a Dios y al diablo), ¡clarísimo!, no se pueden contentar a la paz y a la guerra al mismo tiempo o, dicho ya en lenguaje cristiano, no se pueden fomentar el amor y el odio al mismo tiempo.
Y, por lo mismo, no se puede rogar la lluvia o “lo natural” al mismo tiempo que te pasas toda tu vida no escuchando al que, a mil razones irrebatibles por día, te alerta de que tú entre otros estás contaminando (una y otra vez) o alterando ése curso natural del clima, vulnerable como lo es todo lo que existe, sí, vulnerable a la abusiva y caprichosa acción humana.
El tema de fondo es que nadie puede tratar bien a lo que genera algún error, el que sea; ¡desde luego!, y esto un niño lo sabe, y mi perro también lo sabe, y un tonto incluso lo sabe o lo sabrá siempre (en madurez) si no escucha antes a otro tonto que precisamente presuma ser el sabiondo (vendehúmos) del pueblo.
¡Exacto!; nadie, para tener razón, puede tratar bien a la telebasura, al Internet basura, a los influencers del tantísimo cacao mental (con sus infinitas confusiones), a tantos mediáticos de la falta del básico rigor racional o a esos intelectuales que lo primero que hacen es IMPONER estéticas o clientelismos culturales nunca éticos y sí soberbios y estúpidos.
Nadie, para tener una educación sana o (por racionalidad) correcta, con sentido responsablemente común o con decencia mínima, puede tratar bien a tantas cosas que se atienden sin tener nunca una demostración (¡ah!, pero irrebatible en razón) de que sirven realmente para un bien en el mundo.
Nadie, con dos dedos de frente, puede tratar bien a las mentiras (que desarrollan sólo destrucción) o a las promesas incumplidas de los políticos ni a los “buenismos” de los que tratan mal a las mujeres o burdamente niegan el que sufran la violencia del machismo intolerable.
Nadie, con amor a los animales, puede tratar bien a esos que abusan o se aprovechan de los animales porque defiendan (a toda costa) tal propiedad o para lucrarse.
En definitiva, nadie puede tratar bien a los malos caminos (o ejemplos) porque imperen sobre los buenos, ¡nadie!, ni burlarse ni vacilar estúpidamente encima, ni considerarse importante o respetable encima. ¡Obvio!
Por eso hay que ayudar sólo al que dice verdades o razones de verdad, no a cualquier “granuja” que ha llegado arriba con pillerías, timando a su familia, a su pueblo y a Dios incluso.