Antonio Suárez Cabello
Envueltos en esencias flamencas, llenos de una lluvia lírica y sonora, han florecido estos días, repletos de emocionados recuerdos, los artículos dedicados al cantaor Enrique Morente, hoy elevado por su muerte a mito universal del cante. Yo también soy de los que aún retienen en la memoria su voz majestuosa envuelta en el aire conmovido de Itálica.
Fue una noche del estío sevillano (23 de julio de 1982) en la que tuve la fortuna de acercarme a Santiponce para presenciar, en las ruinas del anfiteatro de Itálica, la puesta en escena de ‘Edipo rey’ de Sófocles, en adaptación de Agustín García Calvo y con montaje del prestigioso director griego Stavros Deufexis. En escena nada menos que José Luis Gómez en el papel del rey de Tebas y en los cantos la inconfundible voz de Enrique Morente. El acto estaba organizado por la Diputación de Sevilla y el Banco de Bilbao.
El entorno era el adecuado para un montaje excepcional: toda una demostración de un conocimiento profundo del texto, de las técnicas teatrales y de los inseparables elementos que deben ser expuestos ante el espectador para una mejor comprensión de la tragedia griega. Allí había cultura mediterránea a raudales y los siglos se unificaban en el momento de la representación. Se puso de manifiesto en la dramatización la creencia popular de la imposibilidad de escapar al propio destino, y también la reflexión de que no se debe considerar a nadie feliz antes de que termine el límite de su vida. El canto ponía, en el desarrollo trágico, las pautas y el contrapunto emocional. Y ahí estaba la voz de Morente, moviéndose en la fatídica atmósfera creada, para conmover al espectador.
El autor de la música, Christodoueus Halaris, gran compositor griego, se había inspirado en los cantos modales de la liturgia ortodoxa, y fue José Luis Gómez el que pensó en las concomitancias de esa música con el flamenco, “por cuanto éste se origina, en parte, en los cantos de la música bizantina, según don Manuel de Falla”. Para Gómez se necesitaba encontrar la persona idónea dentro del mundo del flamenco, cosa que no era fácil. Así que pensaron en Enrique Morente. El trabajo del cantaor consistió en “vehicular” los textos de la obra, en la traducción de Agustín García Calvo, a través del eco flamenco de su voz. Así lo indicaba José Luis Gómez para quien aquello era “una fusión entre la música griega y el espíritu del cante flamenco”. Desde luego, el resultado fue deslumbrante. Así lo manifestamos los espectadores con los fervorosos aplausos en los que se arropaba lo teatral y lo musical.
Ya en 1973, el Premio Nacional de Literatura Manuel Ríos Ruiz presagiaba la personalidad inequívoca del cantaor granadino: “es el más inquieto, experimentador y aventurero de los cantaores de hoy: desde las bases de una excelente formación y de su voz musicalísima está empeñado en buscar nuevas vertientes a los estilos tradicionales”. Años después, la música de Christodoueus Halaris no pudo tener mejor intérprete en Itálica.
Siempre supe que aquel aire que envolvía la noche era el mismo que existía en la fábula mítica del romancero lorquiano en el que muere en la fragua el niño gitano. La luna, convertida en figura femenina antropomórfica, hechizaba al gitanillo moviendo sus brazos “en el aire conmovido”. Si en el poema aparecen siniestros presentimientos y signos cósmicos del trágico acontecimiento, lo mismo sucedía aquella noche en Itálica. La actitud del público de fascinación y atracción era evidente.
En el cante de Morente y en su personalidad creadora siempre ha estado imbuido lo lorquiano. Si le preguntaban por el nombre del poeta preferido la respuesta era fácil de adivinar: Federico García Lorca. No lo era tanto predecir el verso preferido del cantaor: “Él iba solo tambaleándose”. Verso que pertenece a un poema de Pedro Garfias, el poeta de Cabra, de Écija, de Osuna, donde traza “un patético apunte de su propia debilidad física, en un cuadro de embriaguez y soledad” como señala Francisco Moreno. Su exilio mexicano lo iba destrozando poco a poco. Enrique Morente hizo una versión del poema por bulerías y en muchas ocasiones el cantaor granadino se despedía en sus actuaciones cantándolo:
Él iba solo tambaleándose.
Borracho de amor, borracho de hambre, borracho de alcohol, quién sabe.
Él iba solo tambaleándose.
Descanse en paz quien tanto aportó a la gloria del flamenco. Su voz vivirá eternamente en la música andaluza.
Antonio Suárez CabelloLicenciado en Arte Dramático
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