Antonio Suárez Cabello
A veces, los poetas se dejan impresionar por el paisaje urbano de la ciudad y ponen en verso las sensaciones y emociones que perciben en su contemplación. Estas descripciones geográficas, en las que se esconden en ocasiones contextos históricos, sociales y culturales, son como el guiño de la cámara que saca una instantánea de la realidad y que en el caso del poeta se convierte en pincelada lírica sobre el papel. Tal es el caso del poeta egabrense José J. Delgado (1920-1991) que dejó en octosílabos algunos de los paisajes urbanos de nuestra capital cordobesa.
Si las ‘Tres ciudades’ de Lorca eran Málaga, Sevilla (para herir) y Córdoba (para morir), las tres ciudades del poeta cabrí, que poetizó en una trilogía lírico-amorosa, fueron Córdoba, Granada y Cabra; aunque dejó escrito que Córdoba y Granada lo eran para vivir y la milenaria ciudad de Igabrum para morir.
En nuestras ocasionales visitas a la tierra de Góngora, la ciudad que cada vez abre más nuestros sentidos tejiendo una huella de imborrable fascinación, siempre recordamos al lírico egabrense cuando paseamos por algunos de los lugares que retrató con sus versos, y que inmortalizan esa Córdoba eterna:
La plaza se abre al río
buscando luz al lucero.
La plaza tiene una fuente,
un mesón y un mesonero.
La fuente tiene un caballo
retozón, caracolero.
Plaza del Potro la llaman
las lenguas del mundo entero.
Y un galgo sigue buscando
al pintor Julio Romero.
El poema de Pepe Delgado nos deja una descripción escueta y significativa de este emblemático lugar cordobés. La demolición del mesón de la Madera, hace ya muchos años, hizo que la famosa plaza se abriera a la Ribera buscando luminosidad. Su fuente sigue siendo hoy en día la más popular de Córdoba y, dentro del enclave urbano, la posada o mesón tuvo un trajín más que relevante de mercaderes, comerciantes y tratantes; además esta zona fue foco de picaresca en los tiempos de Cervantes. El animal que da nombre a la fuente ha sido magnificado en un caballo: ‘retozón, caracolero’, puesto que la actitud del potro no es otra que la de una alegre cabriola ecuestre. Los últimos versos de la poesía nos dejan un trasfondo emocional y triste, amargo diría yo, puesto que transmiten la búsqueda eterna de su amo del más fiel compañero que tuvo Julio Romero de Torres, el pintor de la mujer morena, y cuyo museo forma parte del paisaje que describe.
Otro de los poemas de José J. Delgado dedicado a Córdoba dibuja la plaza de Capuchinos. Una plaza donde la austera arquitectura se hace visible con sus blancas paredes y en la que el Cristo de los Desagravios y Misericordias, conocido popularmente como el Cristo de los Faroles, confiere al recinto su personalidad y su ambiente místico:
Reverbera de cal blanca
la plaza de los Dolores.
Sobre la cal, hierros negros
en los blancos paredones,
y en el centro de la plaza,
entre guijarros y flores,
la impresionante belleza
del Cristo de los Faroles.
Ante el tedio que produce tanta escritura digital en la que subyacen, en muchísimas ocasiones, los odios ancestrales de nuestra condición humana, dar un paseo contemplando el paisaje urbano o leer un buen libro de poemas puede ser el antídoto más recomendable para confortar un poco el espíritu.
Antonio Suárez Cabello
Licenciado en Arte Dramático
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