Siempre he tenido la sospecha de que la derecha española, hasta hace algunos años, tenía entre sus filas a ultraderechistas y nostálgicos de tiempos pasados. En las encuestas no había ni rastro de esos y esas votantes identificados con una ideología de extrema derecha, por tanto debían estar dentro de las filas populares por mucho que el PP haya alardeado de moderación, ya que ninguna otra fuerza política se enmarcaba en la derecha.
El Partido Popular ha intentado por todos los medios maquillar esta realidad postulándose en el centro derecha, y es cierto que hasta que llegan al poder sus mantras van muy en consonancia con la moderación, pero ¡ay! cuando el olor del poder llega hasta sus narices, ahí la moderación se olvida y es cuando vemos la realidad de los populares.
Hace unos años la formación de extrema derecha, VOX, desenmascaró esa sospecha que tenía dejando al PP huérfano de miles de votantes que prefirieron decantarse por los ultras ante la falta de mano dura del partido. Podríamos pensar que la derecha democrática de este país se había desembarazado de esa lacra que forman las personas que están más por la labor de quitar derechos que de darlos, a pesar de que eso les había costado mucho dinero y mucho poder, ¡pero oye! los había dejado realmente en la derecha sin extremos y sin centro (que por entonces lo ocupaba Cs, hoy extinto).
Hasta ese momento el partido popular marcaba una línea roja e inamovible en cuanto a pactar con los extremistas en todo el país, alineado con el Partido Popular europeo. Sin embargo, en la región de Madrid el PP ha tenido una nota discordante con su baronesa que abogaba por la confrontación, la mala educación, la falacia y se acercaba peligrosamente a los preceptos más ultraconservadores. Ella, que llevó al PP madrileño a la mayoría absoluta, ha sido el faro que ha guiado a otros/otras líderes como el castellano leonés, el valenciano, el aragonés y por último la extremeña, a unir sus votos a los del partido más ultra y extremo del arco parlamentario, pensando que lo que vale en Madrid vale para el resto de España. Ya nada queda de su líder Casado ni de la idea de los conservadores europeos de plantar un cordón sanitario a los partidos de extrema derecha, ahora a la derecha española le importa un colín alejarse de su centro, la llamada del poder a Feijoó le tienta como a Gollum el Daño de Isildur. Han pasado de firmar la ley Contra la Violencia de Género a camuflar ese concepto dentro de la violencia intrafamiliar como si fuese lo mismo, tratando de invisibilizarla negando su nombre o de disfrazarla llamándola otra cosa que no es. Han pasado de asumir (su trabajo les ha costado) que España es diversa a darle a su socio de gobierno el poder de eliminar los espacios públicos donde nos podamos sentir libres para manifestar nuestro amor con quien nos dé la gana. Ha pasado a acompañar a VOX e incluso liderar la idea de que el cambio climático no existe, promulgando leyes en favor de la economía y en contra del medio ambiente incluso con la opinión en contra de expertos y de la propia Unión Europea.
Viendo en lo que la derecha española se está convirtiendo me recuerda al final de la película de Redford “El candidato” en el que una vez ganada la candidatura al senado McKay sentado en un sillón se da cuenta de lo que cuesta llegar al poder, de cuanto se promete y de que realmente no sabe qué podrá llevar a cabo, pero ya ha llegado, lo ha conseguido. Esta escena refleja claramente en lo que el señor Feijoó está convirtiendo a su partido, está dejando los principios que el PP lleva años aceptando como propios en papel mojado, en favor de una ideología que niega derechos, que ambiciona derogar leyes democráticas y lo que es peor, que pretende devolver al pueblo español al ostracismo.
Hace pocos días un amigo me recordaba la famosa escena de la película “El corazón del Ángel” donde me comparaba a Alberto Núñez con un M. Rourke, que al final del film ha olvidado todo lo malo que ha hecho y, mientras mira al diablo (De Niro) llora y grita “Sé quien soy, sé quien soy” es en este momento donde Lucifer le recuerda que ha conseguido manipularlo y llevarlo por la senda del mal, terminando la película en una icónica escena donde Rourke baja a los infiernos llorando y tomando consciencia de todo el mal que ha llevado a cabo.
Como católico, Feijoó debería pensar a donde le va a llevar todo ese canto de sirenas que el poder le exhala (a través de VOX) cerquita del oído, porque pinta muy cerca de las profundidades bajando mientras se autoconvence de saber quien es.