Después de un año de espera, cuando las murgas apagan sus voces y los disfraces y mascarás se arrinconan en un cajón, revive la llama de la cuaresma egabrense. Los cofrades se envuelven en el incienso, en las marchas procesionales, en las Casas de Hermandad, en todo un mundo lleno de sensaciones, de contrastes en el que muchos piensan, como la juventud, donde existe un gran sector ateísta, puede estar llena de cofrades.
Sí, ser cofrades es mucho más que un sentimiento, una devoción, ser cofrade son los actos del día a día. Seguramente muchos no entendemos la palabra cofrade sin buscarle un significado cristiano, ya que las cofradías son asociaciones religiosas y por tanto parte de la iglesia, pero la palabra cofrade simboliza un universo lleno de matices.
La Cuaresma es el prólogo de la ansiada Semana Santa, puesta en escena por todos y cada uno de los cofrades. Semana Santa, la fiesta de los cinco sentidos, tan fugaz como una candeleria en un paso de palio o en un guardabrisas ardiendo, tan caduca como una flor cortada formado un friso sobre el dorado de un paso, tan pasajera que se consume en nada y sus preparativos nos lleva todo el año. Tan frágil que unas gotas de agua pueden dar al traste con todo el trabajo realizado durante tantos y tantos días.
Cabra se hará fiesta y muchos altares, llevados a hombros sobre esos cofrades, recorrerán nuestras calles, hombres que soportaran el dolor y la muerte de Cristo, el sufrimiento de su Santísima Madre, pero también el dolor de ellos mismos, compartiendo varal o trabajadera y ese dolor, será amistad, compañerismo, hermandad, devoción y porque no, también fe. Cofrades que son protagonistas cada uno desde el puesto que le toca, nazareno, capataz, costalero, músico, aguador, saetero, lo mismo hombre que mujer, y la belleza de nuestras mantillas, todos formamos esta gran familia cofrade que hacemos posible la Semana Santa egabrense.
Cofrades que queremos hacer hermandad durante los 364 días restantes. Es verdad, en ocasiones no lo conseguimos, pero seguimos intentándolo, deberlo de hacerlo por el bien de nuestra Semana Mayor y aunque no somos perfectos, cada día dedicamos parte de nuestro tiempo en continuar el legado que nos dejaron nuestros antepasados, conservando la riqueza del patrimonio de fe, artístico y humano que es la Semana Santa.
La fiesta de la luz, de la luminosidad de un paso de la palio, de la sombra y de la oscuridad en la madrugada el Viernes Santo, cuando solo el sonido de las cadenas nos anuncia la muerte de Cristo. De las penas y tristezas cuando vemos a la Madre de Dios llorando amargamente tras su Hijo, de noche cerrada con un sepulcro de plata y el mágico reflejo cuando un victorioso domingo nos despertamos con el sonido de ese himno “Cofradías Egabrenses”.
Se apagan las voces del carnaval, y se abren las puertas de la cuaresma, Cristo saldrá pronto de sus templos para hacerse presente entre su pueblo, sintámonos satisfechos de sentirnos y llamarnos cofrades.
Francisco Pareja Raya
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