Con una mayor frecuencia de la deseada, los distintos medios de comunicación nos dan la siempre lamentable y triste noticia de alguna tragedia marina. Hundimientos de barcos y desaparición de sus tripulantes, y otros múltiples accidentes marinos son sucesos que leemos o escuchamos a menudo y que ocurren en cualquier parte del mundo. Con toda verdad, resulta prácticamente imposible calcular el número de víctimas que el mar tiene a su cargo desde que el hombre se decidiera y aprendiera a surcarlo, tratando de hallar en su inmensidad un medio para asegurarse su propia subsistencia, o bien utilizándolo como ruta para trasladarse a otros lugares diferentes del de su origen. Y no pocas veces, y porque la historia así nos lo demuestra, convirtiéndolo en un violento y terrible escenario de lucha para dirimir la supremacía de su fuerza y poder.
Es evidente la exposición a múltiples riesgos de las personas que en el mar realizan sus trabajos, puesto que las tareas de a bordo son muy variadas y todas ellas revisten peligrosidad. Podríamos citar, entre otras: las que se ejecutan en las alturas, el empleo de herramientas manuales, la electricidad, la manipulación de máquinas y conservación de cables, las operaciones de captura, la preparación de las artes de pesca y faenas de arrastre, la preparación y congelación de pescados, etc. Funciones a las que el marinero ha de prestar una especial atención y para las que ha de tener un gran sentido de la responsabilidad. Así, entre los accidentes más frecuentes que se producen en los trabajos que se efectúan en el mar destacan: los derivados de caídas y resbalones, los golpes con diversos objetos y sobreesfuerzos, atrapamientos en las correas de transmisión y de arrastre, cortes y pinchazos en las manos, etc. Y respecto de las enfermedades profesionales que se originan están: las bronconeumonías, el ulcus gastroduodenal, los procesos artrósicos, las psicopatías y el alcoholismo.
La vida del marinero es penosa y muy sacrificada, con mucho de renuncia y de privaciones. Casi siempre ausente, no le es dado compartir el acontecer diario que se desarrolla con mayor o menor alegría dentro de su casa. Sus prolongadas y sucesivas ausencias le impiden, de igual manera, desarrollar una relación estable con los amigos y las personas más queridas. El marinero pertenece al mar, y al mismo sale buscando la seguridad y el bienestar de su familia en una lucha constante. Su capacidad de sacrificio y abnegación son grandes. Pero no es menos grande el peligro que le envuelve de cara a la acción directa de los elementos naturales. Acción cuyas consecuencias, en numerosas ocasiones, alcanzan una dimensión de auténtica catástrofe, llevando el dolor, las lágrimas y la ruina a muchos hogares.
El mar exige un gran esfuerzo al marinero. Le obliga a permanecer un tanto aislado del mundo durante su tiempo de embarque, a la vez que lo imposibilita para el adecuado cumplimiento de sus compromisos familiares. Y en cualquier momento puede el mar, asimismo, depararle la muerte. El marinero o marino, da igual, son hombres sin pereza alguna y sin miedo. Unos hombres luchadores y unos trabajadores infatigables que deben merecer todo nuestro respeto y toda nuestra admiración.