En 1976, en plena Transición, Jarcha nos cantaba ¡Libertad, libertad, sin ira y sin miedo, libertad!
Casi 50 años después es necesario volver a oír el canto del Pueblo porque vivimos los peores momentos de nuestra democracia, mucho peores que el 23F. El Golpe es mucho más contundente y mantenido en el tiempo: no durará días, sino años, porque no se hace desde fuera de las instituciones sino desde dentro: nada menos que desde el Gobierno de la Nación. Las iniquidades van un paso por delante de todas las personas de bien; las infamias, la inmoralidad y la injusticia están instaladas en el poder. Se trata, por tanto, de un autogolpe de estado. La peor traición se ha consumado.
El ominoso pacto entre el PSOE y los independentistas xenófobos proclama que quienes en Cataluña actuaron contra la democracia, contra la Constitución; quienes robaron dinero de todos; quienes practicaron la corrupción; los que hirieron a policías; quienes incendiaron las calles y crearon un ambiente irrespirable en persecución y acoso de personas honestas, sólo por sentirse españoles y expresar una opinión política distinta; lo hicieron bien. Hicieron lo correcto.
El mismo pacto decide que el Estado al aplicar el artículo 155 en defensa de la convivencia y de la Constitución, que los jueces, los fiscales y los policías, y todos quienes defendimos la legalidad, lo hicimos mal; que cometimos abuso. Eleva, por tanto, lo ilegítimo a la categoría de moral, y convierte la legalidad democrática en ilegítima. La consternación es absoluta.
El acuerdo abre la puerta a revisar sentencias y a juzgar a magistrados, jueces y fiscales por haber cumplido con su obligación al aplicar la ley. La abre a que debamos indemnizar a quienes delinquieron por cometer atrocidades. Hace una transferencia de rentas salvaje, bienes y derechos en favor de criminales condenados o fugados. Abre igualmente la puerta a un referéndum de autodeterminación. Lo que no cabía en la Constitución según todos los socialistas, parece que empujando con suficiente ardor y deseo de mantenerse en el poder ya va cabiendo. La mentira es colosal, la desvergüenza apoteósica.
El ataque al Estado de derecho es de tal envergadura que hace desaparecer la seguridad jurídica, la igualdad ante la Ley y la separación de poderes, pilares básicos de una democracia; parapetándose descaradamente en el resultado de las elecciones del 23J, en las que no sólo nada de esto estuvo sometido a debate, sino que explícitamente y en voz alta se negaba desde el Gobierno. El engaño y el latrocinio son insoportables.
Cuesta respirar. La humillación que un partido hasta ahora básico en la etapa democrática reciente de nuestro país está infligiendo a España es monstruosa, y todo por el beneficio personal de su líder y de sus gerifaltes; porque no hay nada de «progresista» en la complicidad del Gobierno con el racismo, la violencia y la corrupción, todo lo cual fue inherente al proyecto separatista catalán. Todos unos desalmados.
Pedro Sánchez, un déspota al que sólo le falta asomarse al balcón, como hizo Nerón, y ver arder a Roma; junto a este PSOE, están alcanzando cotas de indignidad inéditas en nuestra historia democrática, sólo comparables a la felonía perpetrada por Fernando VII en el siglo XIX. El PSOE apesta a traición, cualquier socialista digno, con mínima ética personal, debe abandonar el partido de inmediato.
En España se abre un periodo de absolutismo feroz y sombrío. La degradación y prostitución de las instituciones instala un «procés» español que terminará convirtiéndose en dictadura con el paso de los días, los meses, los años. Porque si un partido controla el poder ejecutivo el legislativo y el judicial, eso es dictadura. Si, además, alguien con carnet del partido controla la Fiscalía, eso es dictadura. Si se reprimen desde el poder las libertades individuales eso es dictadura. Si se premia a los corruptos y se persigue a los justos, eso es dictadura. Si los votos están por encima de las leyes, eso es dictadura. Así mueren las democracias.
Hoy, 9 de noviembre, aniversario del derribo del Muro de Berlín (cuyo nombre real era «Muro de Protección Antifascista», ¡lo que ya apuntaba…!), se levanta otro muro que convierte en fúnebre e irrespirable nuestra joven democracia. Un muro que separa lo moral de lo legítimo. Un muro que premia a los delincuentes en perjuicio de la gente de bien. Un muro que separa a los ciudadanos y comunidades autónomas en categorías de primera y de segunda. Un muro que aísla la Libertad desmantelando la democracia constitucional. Un nuevo muro de la vergüenza, pero éste de una vergüenza muy cercana que pasará a la historia negra de nuestro país.
Y lo peor es que todo parece un caos planificado por unos cobardes que desprecian a los ciudadanos y los usan como material de derribo y cambalache.
«Un pueblo que acepta pasivamente la corrupción y los corruptos no merece libertad, merece la esclavitud. Un país cuyas leyes son indulgentes y benefician a los bandidos no tiene vocación de libertad. Su gente es esclava por naturaleza», Nicolás Maquiavelo.